Delmira Agustini, poetisa uruguaya (1886 - 1914)


CONTEXTO HISTÓRICO

El modernismo hispanoamericano es ese tiempo de voluntad de refinamiento minoritario y exquisito, de búsqueda de remotos ideales en lo sentimental, en lo exótico y en lo histórico -sobre todo en una Antigüedad clásica traducida del francés-, una tensión imaginativa en el lenguaje -sobre todo en la metáforas-, que preparan las experiencias de los vanguardismos; y en especial -y aquí está su debilidad- un afán de evasión de la realidad que situa la mente poética siempre como un escenario de ópera o de ballet. Con todo, la fiebre modernista fue rápida, y, para algunos -Lugones- quedó sólo como una aventura de ocasión, como una etapa superada, mientras que otros -Herrera y Reissig, Eguren- no salen de esa pequeña pecera mágica.


DELMIRA AGUSTINI (Uruguay, 1886-1914).

Ella era rubia, de ojos claros, que eran tan pronto azules o celestes, e incluso verdes, según la luz, asombrados, en los que ardía un fuego secreto. No daba la impresión de ser alta, pero sí espigada y flexible. Medina habla de "una niña de quince años, rubia y azul, ligera, casi sobrehumana, suave y quebradiza como un ángel encarnado, como un ángel lleno de encanto e inocencia". La tal niña era realmente una belleza, impresionante.

Aurora Curbelo Larrosa, su abogada, dijo haber conocido a Delmira desde niña, y la describió como cariñosa, bella, de carácter melancólico y dueña de una precoz y maravillosa imaginación.

El profesor de música Martín López, sostuvo que Delmira estaba muy bien dotada para la música, que tenía mucho talento, a pesar de que faltaba mucho a clase. Dijo que todo lo hacía bien, que era humilde, nada pedante, reservada y muy sumisa a su madre, a quien parecía encadenada.

 Alberto Zum Felde dice que "Delmira esa terrible sacerdotisa de Eros, fue una niña perfectamente casta hasta el día de la muerte y nunca ningún otro hombre que su marido tuvo trato carnal con ella."

Los versos eran su mayor placer, pero también su tormento. A veces su tensión nerviosa llega a extremos insoportables. "Yo casi preferiría que no escribiera.", decía su madre.Delmira era una niña buena y obediente, sencilla y dulce, recatada, esa misma mujer que luego, en la alta noche, en las madrugasdas, era capaz de escribir versos inquietantes.

En sus últimos años de su vida, Delmira , aunque entrada en carnes, seguiría siendo bella, según asegura Omar Prego Gadea, en su obra Delmira.

El mobiliario de su casa lo describe ella misma: " una cama, un pequeño ropero estilo inglés, de pino de tea, una mesa de luz, un sofá de vestíbulo y algunas sillas".


Su vida:

La vida y la personalidad, llenas de enigmas y contradicciones, de esta poetisa, han hecho correr más tinta impresa, tal vez, que su propia obra literaria.

Perteneció a una familia acomodada de padres inmigrantes italianos. Su madre, María Murtfeldt, su padre, Santiago Agustini, y su hermano, Antonio Luciano Agustini. Por sus venas corría sangre de razas diversas, ya que uno de sus abuelos era francés, otro era alemán y sus dos abuelas uruguayas. Todos ellos sobreprotegían, casi mimaban, su vocación poética (sin entenderla demasiado) con la que escandalizó a la burguesa sociedad rioplatense.

De inteligencia precoz, autodidacta - a los cinco años sabía leer y escribir correctamente, a los diez componía versos - realizó estudios de francés, música ( ejecutaba en el piano las partituras más difíciles) y pintura con maestros privados y por su cuenta, y envió tempranas colaboraciones en prosa a la revista La Alborada que se publicaba por entonces en la capital de su país.

Pero lo que asombra en Delmira Agustini es la dicotomía mayor que rigió su vida, nunca satisfactoriamente explicada, y la cual descansaba en la doble personalidad que revelan, de un lado,la conducta " irreprochable" y convencional de su casi nula vida pública, y por el otro, la inquietante cerebración erotizada de su poesía.

En lo exterior: una señorita consentida de la burguesía provinciana del Montevideo de principios de siglo, y la que, en tanto que tal, se conducía como Dios manda ( y como le mandaba una madre absorbente, dominante y autoriataria de cuyas faldas parecía prendida). En lo interior y esencial: un ardiente temperamento femenino que, casi en estado sonambúlico o de "trance" ( así lo declaran quienes la conocieron) iba escribiendo, en la soledad hiperestésica de sus noches y guiada sólo por su extraordinaria penetración intuitiva ( en su lírica consignó fuertes notas pasionales sin haber conocido jamás, al decir de sus contemporáneos, amores pecaminosos) , los poemas de más apasionada sensualidad y sexualidad que jamás mujer alguna hubiera intentado en el mundo hispánico ( y aun fuera de éste). Estos poemas producían, la cosa no era para menos, el natural pasmo de sus coetáneos y de sus coterráneos. Así, Carlos Vaz Ferreira, el gran pensador uruguayo de su tiempo, y amigo de la familia, le esccribía con no disimulada perplejidad:

"Usted no debería ser capaz, no precisamente de escribir, sino de entender su libro [ y se refería el escritor aquí al primero de la autora, donde ella no había alcanzado aún el clímax de su intensidad pasional y de su hondísima comprensión de la vida]. Cómo ha llegado usted, sea a saber, sea a sentir, lo que ha puesto en ciertas páginas, es algo completamente inexplicable".


Su producción literaria:

Formó parte de la generación de 1900, a la que también pertenecieron Julio Herrera y Reissig, Leopoldo Lugonés y Rubén Darío( al que consideraba su maestro y tras conocerlo en 1912 en Montevideo, época en la que él estaba en la cumbre de su gloria, mantuvo una correspondencia), y de la generación del Río de La Plata (1910-1920), dominada mayoritariamente por hombres. Sus influencias fundamentales provinieron de los simbolistas franceses y de F. Nietzsche.

Delmira está considerada una de las iniciadoras de la poesía femenina. hispanoamericana, que le ha merecido los más lisonjeros elogios de los críticos. Asimismo Darío afirma que:

" es la primera vez que en lengua castellana aparece un alma femenina en la verdad de su inocencia y de su amor, a no ser Santa Teresa en su exaltación mística(...) Si esta niña bella continúa la lírica, revelación de su espíritu, como hasta ahora, va a asombrar a nuestro mundo de habla española".

Ha sido una de las voces más sinceras y brillantes de toda la lírica hispanoamericana. Es un milagro de intuición y de sonambulismo poético, pues su lirismo llega a profundidades metafísicas y originalidades de expresión que contrastan con su feminidad juvenil .Se caracterizan por una utilización de símbolos: estatua, cirio, sello, serpiente, búho, vino, cisne... en la que el amor es concebido como un absoluto, al cual - según Barret- se arrojó como a un abismo, cerrando los ojos.De ahí a que la denomine "poetisa por sagrada fatalidad". Delmira Agustini inaugura con su obra lírica (y en un diapasón emocional no superado en cierto modo) la trayectoria de la poesía escrita por las poetisas hispanoamericanas del llamado posmodernismo: Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storne y Gabriela Mistral, las mayores. Pero la suya, aunque evolucionada y contrastada en un rápido proceso de maduración interior, cae totalmente en el modernismo, y sus deudas con éste son incluso tópicas en tramo incial de la misma.

En cuanto a su estilo, debemos citar una importante característica que influirá en sus escritos. Sufría múltiple personalidad; era cuatro personas a la vez :Delmira, La Nena, La Potota y Joujou ( la de los perfiles en La Alborada). Por ello, es Delmira quien escribe los poemas y las cartas a Rubén Darío ( ver más abajo) mientras que quien escribe a sus padres es La Nena o La Potota , observándose un importante cambio en el léxico, que pendula desde un estilo cuidado y profundo a otro mucho más trivial y completamente infantil. Otra importante característica es la afición de Delmira( mejor deberíamos decir, la de Joujou) por realizar retratos literarios de personas de su época ( ver más abajo).

Del ya manido almacén modernista, aunque algunos poemas ya trataban de conseguir una expresión lírica original más adecuada a sus apasionadas vivencias personales, muchos proceden de los elementos expresivos -perlas y mármoles, cisnes y lagos, oros y azules- que pueblan y decoran ese tramo, el de El libro blanco (1907), quizá la mejor obra que ha escrito, que da testimonio de feminidad inequívoca, de exaltación lírica y sensibilidad delicada y ofreciendo en germen todo su mensaje de " sensualidad mística". Sus Obras Completas a las que se agregaron El rosario de Eros y su volumen póstumo Los astros del abismo, fueron publicadas en 1924, manifiestan, en palabra e incidente una exacerbación del amor, una sexualidad anhelante, hasta ese momento nunca presente en la poesía de lengua española, y mucho menos en la escrita por mujeres.

Por primera vez una mujer joven y bella abría su corazón con impúdica desenvoltura y en un lenguaje tan audaz como poético , tempestuoso y sugestivo, sacaba a la luz sus más íntimos sentires. Pero lo confiesa con tanta sinceridad, que unos como Ferreira, lo suponen, dada la edad de la poetisa, producto de un estado de creación inconsciente, y otros, como Federico Onís, lo juzgan reflejo de estados intuidos más bien que de realidades vividas. De cualquier manera es el mismo Eros quien inspira aquellos poemas crepitantes de deseos y satisfacciones carnales. Así, El Rosario de Eros, es todo voluptuosidad, júbilos y pasión vital en esta mujer nacida para el amor. Pero todo esto es mentira, espejismo puro. El goce, sobretodo el carnal, llevan en el fondo un poso de tristeza, y esa tristeza, inseparable del placer, se derrama, quiéralo o no la poetisa, por todos y cada uno de sus versos ( gritos encendidos de bacante y delirios misteriosos de pitonisa), aun de aquellos más aparentemente despreocupados. ¿Presagiaba Delmira en estos versos su trágico fín?

La riqueza y la variedad de su lenguaje, el tono íntimo y a veces desgarrado con que expresa sus intuiciones ponen al lector en contacto con un alma ardiente e isatisfecha que buscó en el poema respuesta al deseo, a la inquietud que, por vía indirecta acabó llevándola a la muerte. Asimiso, en 1969 apareció su Correspondencia íntima. Pero en un lapso muy breve - seis años y dos nuevos volúmenes: Cantos de la mañana (1910) que deja oír una voz de registros diferentes y complementarios, capaz de cantar la belleza del mundo;y Los cálices vacíos, (1910) contentivo este último de su ya asegurada plenitud -va a crecer hacia una poesía de rara originalidad, aunque nunca de una perfección técnica total, lograda (como en otros miembros de la segunda prevención modernista:los citados anteriormente y Valencia, si bien cada uno por diferentes caminos), a base del ahondamiento personal de la simbología empleada, y del entrañamiento sustantivo, a veces casi deformante (o sorpresivo) y por ello nada ornamental, de sus símbolos propios. Con preferencia, en Delmira, serán ahora buitres y hongos, gusanos y arañas, vampiros y serpientes, quienes darán la materia, como en ráfagas, para visiones y configuraciones oníricas, en ocasiones de sugestión expresionista. Con ellos incorporaba expresivamente los esguinces de una ambiciosa visión interior donde lo tormentoso y sombrío se aliaba al fuerte reclamo erótico que la sostiene.Sus imágenes están dotadas de un poder de sugerencia enorme, y el lector se asoma a ellas, como a una sima de terrible fondo. Porque esa visión era, básicamente, dual y de gran complejidad. Ya en el poema que abre Los cálices vacíos -el titulado Ofrendado el libro-describe a Eros como integrado del placer y el dolor, plantas gigantes.Y los rubica con este otro versos, definidor de ese dualismo que por dentro la enciende y la carcome a la vez: -Con alma fúlgida y carne sombría.Su poesía oscila siempre así entre los consabidos pares polares que pudo abrevar en la tradición del decadentismo, y por consiguiente en Baudelaire: el placer y el dolor, como se ha visto y correspondiente al deseo y la impotencia, el Bien y el Mal, el Amor y la Muerte,la Vida y la Muerte. Y ni faltarán las muy explícitas señales o alusiones sadomasoquistas,como ha notariado Rodríguez Monegal ( quien de paso ha señalado la raíz bodeleriana que, en lo literario, tiene esa escisión interior de la poetisa). Y el tema ha sido documentado después por Doris T. Stephens en su libro de 1975, haciendo notar que, debido a su creencia en la voluptuosidad de la muerte,Delmira busca voluntariamente el dolor y la destrucción y su imaginería se carga así de esas aludidas sugerencias sadomasoquistas.

Una experiencia del amor en su totalidad, desde las sensaciones de la carne hasta su absoluta trascendencia es lo que devuelve en su conjunto la extraña y turbadora poesía de Delmira Agustini (y por ello se ha podido hablar, con mayor o menos acierto en la formulación, de la mística o metafísica de su erotismo, el cual es idealizado por la tortura de un ensueño extrahumano, preso en la cárcel de la materia). Y en un símbolo, al que dotó de una sugestión muy personal y que por ello repite en sus poemas, el de la estatua, parece haber resumido el conflicto entre el ardor pasional que le consumía, y la vida -las reglas y convenciones de la sociedad que le imponían una calma o serenidad estatuaria contra la cual constpiraba ( intuitiva, instintivamente) la turbulencia y fogosidad de todo su ser. La verdadera historia de ese drama no hay que buscarla en los datos externos de su biografía, a pesar de que oscuramente la refrendara su trágico final, sino en esa absoluta ( y audaz) desnudez de un alma ardida de mujer que entrega su intensa y visionaria poesía.

Las tónica general de su poesía es erótica, habiéndosela comparado a Safo, poetisa griega ( ver más abajo). Pero su erotismo se diferencia fundamentalmente de lo antes conocido por su trascendentalidad metafísica; su esencia, de índole trágica, sube de las raíces más profundas y doorosas del ser para florecer en imágenes de extraordinaria belleza y originalidad, doblemente audaces, así en lo estético como en lo moral, pues rompe en la consigna de clausura del pudor impuesta secularmente a la voz femenina. El amor carnal, es en su verso, tránsito hacia un más allá de la carne y de sí misma; por eso están hechos de visiones oníricas y de gritos de angustia. El mundo de sus poemas es sombrío y atormentado, en el que sopla un viento tempestuoso lleno de clamores y llamamientos lejanos.

Mas, se hallan asimismo en su obra profundos pensamientos de intuición filosófica, una especie de saber infuso, lo que hizo decir a Vaz Ferreira, cuando publicó su primer libro, que era un milagro, pues ella no debería poder escribir ciertas cosas ni aun entenderlas. Su estilo se correlaciona, en modo general, con el Modernismo que prevalece en su época, habiendo ejercido mayor influjo sobre su estética, D´ Annunzio entre los europeos por su sangre italiana y , Rubén Darío entre los americanos, por su nacimeinto y su lengua, nuestra poetisa no supo o no pudo desviar su alma por caminos de misticismo que hubieran podido sublimar en el campo religioso sus incontenibles impulsos sensuales. Con todo, su obsesión erótica, sin velos ni tapujos, adquieren indudable jerarquía literaria al pasar por la pluma idealizadora de la artista; porque, al fin y al cabo, habría que peguntarse dónde estaban los límites de su realidad erótica y de su erotismo fantástico, ya que existía una lucha entre realidad y sueños, entre cuerpo y alma; yendo la autora de uno a otro en la búsqueda de sí misma.

 SAFO

Me parece justamente un dios,

ese hombre que se sienta enfrente de tí,

que a tu lado, escucha

tu dulce conversación

y sonriendo amorosamente

hace que mi corazón tiemble en mi pecho.

Pues cuando quiera que te miro,

pierdo el uso de la palabra;

mi lengua se hiela en el silencio

y en la inmovilidad,

llamas sutiles se deslizan sobre mi piel,

ya no veo nada con mis ojos,

mis oidos sólo perciben zumbidos,

me cubre un sudor frío,

y un temblor me hace su cautivo.

Me vuelvo más verde que la hierba

y cerca de la muerte

a mí misma parezco.

EN EL INVIERNO DE 1914 MATARON A DELMIRA AGUSTINI

Pasión y muerte de una poetisa

* Los montevideanos fueron sorprendidos por dos disparos que sonaron con fuerza en el barrio Sur y cuyos ecos terminaron conmoviendo a toda la ciudad. En la fría tarde del 6 de julio de 1914 dos balazos terminaron con la vida de la poetisa Delmira Agustini. Tenía 28 años.

He resuelto arrojarme 
al abismo medroso 
del casamiento"
Había nacido en Montevideo en 1886 y cuando sobrevino su trágica muerte ya se había convertido en una de las voces poéticas más intensas de toda la lírica uruguaya y es, tal vez, la primera versión profundamente femenina del amor sensual. Hoy, cuando han transcurrido más de ocho decenios de su violento final, continúa cautivando y maravillando a todos aquellos que se acercan a sus poemas.

En sus tres volúmenes de poemas publicados "El libro blanco" en 1907, "Cantos de la mañana" en 1910 y "Los cálices vacíos" en 1913, para muchos estudiosos de su obra la de mayor plenitud poética, y un libro inconcluso, "Los astros del abismo", todos ellos hablan de una personalidad contradictoria, que transcurrió en un permanente entramado de vivencias dolorosas, cargadas de soledad, de misterio y que hicieron reflexionar a Alberto Zum Felde: "Todos sus poemas están hechos de visiones extraordinarias y de gritos de angustia".

Prólogo del drama

Delmira Agustini se había casado el 14 de agosto de 1913 con Enrique Job Reyes, rematador y consignatario de ganado, devoto católico, con amistades en los encumbrados sectores sociales de nuestro país, entre los que se encontraba don Santiago Agustini, estanciero y padre de Delmira.

La poetisa y su novio mantuvieron una relación, al clásico estilo de la época, que se prolongó por cinco años y un breve matrimonio de cincuenta y dos días, según una correspondencia de Enrique Ugarte, encontrada después de la muerte de ambos.

Se casaron por la Iglesia Católica, con todos los ritos y ceremonias de rigor, siendo los padrinos el filósofo Carlos Vaz Ferreira y el poeta Juan Zorrilla de San Martín. Las dudas y temores sobre su futuro matrimonio se reflejaban en una carta que Delmira escribió al poeta Rubén Darío: "He resuelto arrojarme al abismo medroso del casamiento. No sé, tal vez en el fondo me espera la felicidad. ¡La vida es tan rara!".

Unas semanas después de su matrimonio, Delmira le enviaba una correspondencia a su amigo Manuel Ugarte, un escritor y político socialista argentino, que supo frecuentarla, rodearla de afecto y de galanterías en algún momento de su vida. Hay quienes sostienen que la poetisa siempre estuvo enamorada de éste, la carta parece confirmarlo en varios de sus párrafos: "Para ser absolutamente sincera, yo debí decirlas; yo debí decirle que usted hizo el tormento de mi noche de bodas y de mi absurda luna de miel...", confesando más adelante: "Mientras me vestían pregunté no sé cuántas veces si había llegado... Entré a la sala como a un sepulcro, sin más consuelo que el de pensar que lo vería. La única mirada consciente que tuve, el único saludo inoportuno que inicié fueron para usted. Tuve un relámpago de felicidad. Me pareció, por un momento, que usted me miraba y me comprendía..." Y termina diciendo: "Usted, sin saberlo, sacudió mi vida."

Cuando se cumplió un mes y 22 días de la boda, retorna a su hogar donde la espera su celosa y neurótica madre, doña María Murtfeldt de Agustini: "Una matrona adelantada a ese novecientos burgués, quien habría advertido, a Ugarte, que el matrimonio y los hijos terminarían destruyendo el genio de `la nena´", así define a su progenitora Alejandro Cáceres en su trabajo "Delmira Agustini, nuevas penetraciones críticas".

Solicita el divorcio, en noviembre de 1913, en el Juzgado Departamental de Segundo Turno, cuando la "Ley de Divorcio", impulsada durante el gobierno de José Batlle y Ordóñez, llevaba apenas dos meses de promulgada. En su poema "La ruptura", que se encuentra en el volumen "Los cálices vacíos" describe su decisión de ruptura matrimonial: "Erase una cadena fuerte como un destino, / Sacra como una vida, sensible como un alma: / la corté con un lirio y sigo mi camino / Con la frialdad magnífica de la muerte..."

El drama

La fractura de la pareja, y la solicitud de divorcio, llevaron a que Enrique Reyes se sintiera herido en su amor propio de masculinidad criolla y golpeado en su conservadora cultura católica.

Decide, a pesar de todo, mantener su relación con su esposa y adopta la posición de amante. Alquila una habitación en una vivienda de la calle Andes 1206 esquina Canelones, colocando en las paredes varias fotos de Delmira llenas de sensualidad, con ojos y cuerpo cargados de fuertes dosis de erotismo. De esa forma acepta los encuentros que le impone Delmira dos o tres veces a la semana.

Una tarde de invierno, finalizado el encuentro amatorio, Enrique Job Reyes dispara dos balazos que dan en la espalda de la poetisa y luego se suicida. Según crónicas de la época, el homicida fue encontrado con vida, el informe médico señala que falleció en el hospital.

Diversas versiones

Escritores y periodistas concitaron siempre un fuerte interés en torno a la vida y a las diversas hipótesis sobre la muerte de Delmira Agustini.

Carlos Martínez Moreno es de los primeros en abordar el tema en su libro "La otra mitad", publicado en 1966, y pone énfasis al señalar, toda la culpa de lo acontecido en la figura de la mujer: "Ella fue el centro de su drama, no el amor ni los celos ni el despecho ni el honor de un pobre aprendiz de corretajes...", para terminar afirmando: "Ella provocó el encuentro, ella provocó la muerte, ella fue la empresaria".

Por su parte, Omar Prego Gadea en "Delmira", afirma: "¿Hubo un pacto suicida como sugirieron algunos? Entonces, ¿por qué se estaba vistiendo Delmira? Si habían acordado morir juntos ese día, después de una última tarde de amor, parecía normal que ella hubiera permanecido en el lecho desnuda o apenas cubierta por un viso. El detalle de las medias es revelador de que Delmira se estaba vistiendo para partir. ¿Habían realmente llegado a acuerdo de separación definitiva y esa era la despedida? Si es así, en el momento supremo de decirse adiós, Reyes tal vez en un instantáneo momento de furia homicida empuñó el revólver y disparó dos veces contra Delmira y luego, como relatan las crónicas, 'se hizo justicia'".

En su relato "Fiera de amor. La otra muerte de Delmira Agustini", su autor, Guillermo Giucci, narra con vigorosa pluma los últimos momentos de Delmira: "No tuvo tiempo. La mató por la espalda. Sin que se diera cuenta. No tendría tiempo de mirar alrededor, el cuarto tapizado de fotos suyas. Un cuarto de enamorados. Se habría visto joven, de perfil, sonriente frente a una cámara oscura... Si solamente él hubiera confesado que iba a matarla, que tenía cinco minutos para ver lo que nunca había visto antes, a Enrique desesperado, al asesino cara a cara, con quien acababa de abrazarse. Pero Enrique no se lo dijo. Quizá porque se hubiera arrepentido, llorando junto a ella, decidido a que lo mejor era abrazarla hasta quitarle el aliento. Besarla otra vez, como pocas horas antes, bajar el revólver, sentir el alivio de la entrega. No lo hizo. Delmira moriría en ese cuarto, sin abrir la ventana para respirar sus minutos finales."

Idea Vilariño en el prólogo de "Poesía y correspondencia" editado por Banda Oriental en 1998 afirma: "Todavía están por escribirse los grandes libros que merecen, por un lado, la personalidad, y por otro, la obra de la Agustini. Ya llegará el importante trabajo de investigación que se le debe."

Fuentes consultadas: http://www.ale.uji.es/agustini.htm

                                    http://www.rodelu.net/perfiles/perfil13.htm

              "Andes 1206" de  Garo Arakelian  relata las última horas en la vida de Delmira Agustini.

Poemas de Delmira Agustini : Los cálices vacíos

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