Cuando los hijos no son como los padres esperaban



“Vive de tal manera que, cuando tus hijos piensen en justicia, cariño e integridad, piensen en ti”. H. Jackson Brown

No hace mucho, circuló por la red, en los noticieros y diarios de todo el mundo, un video en el que un niño chino de cuatro años era obligado por su padre a correr en la nieve semidesnudo. El padre lo justificaba porque decía que su hijo, prematuro al nacer, tenía una salud delicada, con una leve parálisis cerebral y 
que por eso planeó una serie de actividades que incluían nadar, hacer senderismo y correr; todas ellas encaminadas a fortalecerle la salud y templar su carácter, pero sobre todo quería que su hijo fuera “igual que los demás”. Sin aclarar cuál era el estándar en el que se agrupaban “los demás” 
La indignación no se hizo esperar y fueron muchos los que concluyeron que más que fortalecer su salud y su espíritu, lo que estaba haciendo se parecía más a un abuso. El padre argumentaba en una entrevista: "Consulté a mis amigos médicos para asegurarme de lo que hago tiene una base científica y que no va a dañar el cuerpo de mi hijo”. No pongo en duda que el hombre haría todo aquello por el bien de su hijo y es posible que esa forma tan drástica de exigirle no dañe su cuerpo, pero lo que sí dañará irremediablemente será su seguridad, ya que resulta evidente que quiere una personita diferente y que no puede aceptarlo tal como es. 
La conducta de este padre que quería que su hijo fuera como los “demás”, es más común de lo que imaginamos. Existen padres que no acaban de aceptar a sus hijos porque no cubren las expectativas que de ellos tenían antes de nacer. Aún hay mamás que ven a sus hijas demasiado gordas, flacas o parecidas a algún familiar que no quieren y que no coinciden con el anhelado sueño de tener niñas bonitas. Y aún hay papás que desean que sus hijos sean fuertes, sepan defenderse y a los que obligan a practicar deportes que no les gustan y para los que ni siquiera tienen habilidad, exponiéndolos a pasarse los entrenamientos en el banquillo o a agresiones y burlas de sus compañeros que no quieren tenerlos en su equipo.
Detrás de actitudes como éstas, sólo subyace un profundo desencanto por el hijo que no es lo que a los padres les hubiera gustado que fuera, pero lo malo de todo es que el hijo lo percibe, deteriorando seriamente su autoestima. Tal vez los padres logren moldear el carácter de sus hijos, pero no podrán modificarlo y mucho menos hacerlo a la medida de lo que esperaban.
Horacio Andrade en un artículo titulado: “El guerrero, el filósofo y el monje” agrupa los diferentes caracteres del ser humano en esos tres personajes, describiendo la forma de ser de cada uno de ellos y de qué manera interactúan y se complementan. Todos tenemos algo de los tres, pero siempre habrá uno que predomine. Lo ideal sería lograr el equilibrio.
A grandes rasgos, lo que nos dice su autor es que el guerrero es activo, emprendedor, práctico e impulsivo. Es el que provoca que las cosas se hagan y lucha por lograr sus objetivos. El filósofo es el pensante, el que planea y le da seguimiento a las cosas. Representa la razón, la imaginación y la estrategia. Piensa mucho las cosas para tomar buenas decisiones. El monje es el espiritual, el que está en contacto con lo trascendental. Actúa con ética y respeto, basándose en valores que guían su conducta, buscando siempre el bien común.
Los padres pueden identificar perfectamente cuál de estos tres personajes representa el carácter predominante de sus hijos. Hay niños que son tranquilos, sosegados y pacíficos. No les gusta la violencia y la evitan siempre que pueden. Forzarlos a que actúen con agresividad, que sean emprendedores o impulsivos es violentar su carácter y provocarles inseguridad. Los padres se sentirán frustrados porque jamás lograrán hacer de ellos un guerrero. Por otro lado, hay niños de carácter impulsivo, deportistas natos y dominantes a los que les será muy difícil actuar como monjes. Pretender que un niño con carácter de monje se convierta en guerrero es tan absurdo como lo contrario.
Aceptar que los hijos son diferentes a lo que la fantasía creó cuando aún no nacían es muy difícil, pero el camino más directo para lograrlo es el amor. Demostrarles en todo momento lo importantes que son y cuánto se les quiere así, con su cuerpo, con su propia personalidad, con defectos y virtudes, porque, aunque no se parezcan en nada a aquellos con los que soñaron, también son hermosos y esa hermosura reside en el amor con el que todos los padres ven a sus hijos, que siempre serán únicos e irrepetibles. Carlos Fuentes dice: “Hay que llegar a saber que los hijos, vivos o muertos, felices o desdichados, activos o pasivos, tienen lo que el padre no tiene. Son más que el padre y más que ellos mismos. Nuestros hijos son los fantasmas de nuestra descendencia. El hijo es el padre del hombre”.


Tomado de: Reflexiones de la Maestra Petra LLamas

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