Más sobre el horror de Salsipuedes





Eduardo Acevedo Díaz da una versión diferente del combate. Para ello, utilizó apuntes inéditos de su abuelo, el Brigadier General Antonio Díaz.
“…pero, el presidente Rivera llamaba en voz alta de “amigo” a [el cacique charrúa] Venado y reía con él marchando un poco lejos; y el coronel [Bernabé Rivera], que nunca les había mentido, brindaba a Polidoro con un chifle de aguardiente en prueba de cordial compañerismo.
“En presencia de tales agasajos, la hueste avanzó hasta el lugar señalado, y a un ademán del cacique todos los mocetones echaron pie a tierra.
“Apenas el general Rivera, cuya astucia se igualaba a su serenidad y flema, hubo observado el movimiento, dirigióse a Venado, diciéndole con calma: “Empréstame tu cuchillo para picar tabaco”. El cacique desnudó el que llevaba a la cintura y se lo dio en silencio. Al cogerlo, Rivera sacó una pistola e hizo fuego sobre Venado. Era la señal de la matanza.
“El cacique, que advirtió con tiempo la acción, tendióse sobre el cuello de su caballo dando un grito. La bala se perdió en el espacio. Venado partió a escape hacia los suyos.
“Entonces la horda se arremolinó y cada charrúa corrió a tomar un caballo. Pocos sin embargo lo consiguieron, en medio del espantoso tumulto que se produjo instantáneamente. El escuadrón desarmado de [el cacique] Luna, se lanzó veloz sobre las lanzas y algunas tercerolas de los indios, apoderándose de su mayor parte y arrojando al suelo bajo el tropel varios hombres.
“El segundo regimiento buscó su alineación a retaguardia en batalla con el coronel Rivera (Bernabé) a su frente; y los demás escuadrones, formando una grande herradura, estrecharon el círculo y picaron espuelas al grito de “carguen”.
“Bajo aquella avalancha de aceros y aún de balas, la horda se revolvió desesperada, cayendo uno tras otro sus mocetones más escogidos.
“El archi cacique Venado, herido por muchas lanzas, fue derribado en el centro de la feroz refriega. Polidoro sufrió la misma suerte. Otros quedaron boca abajo, con el rejón clavado en los pulmones. En algunos cuellos bronceados y macizos se ensañó el filo de las dagas, pues no había sido en vano el toque sin cuartel; y al golpe repetido de los sables sobre el duro cráneo indígena, puede decirse que voló envuelta en sangre la pluma de ñandú, símbolo de la libertad salvaje.
“No fueron pocos los que se defendieron, arrebatando las armas a las propias manos de sus victimarios.
“El teniente Máximo Obes y ocho o diez soldados pagaron con sus vidas en ese sitio la inhumana resolución del general Rivera.
“El cacique [Vaimaca] Pirú al romper herido el círculo de hierros, le gritó al pasar: “Mirá Frutos tus soldados, matando amigos”.
“Algunos charrúas consiguieron romper el cerco y escapar. Se volverían a cruzar con los hombres de Rivera”.
Salsipuedes
“Rivera, su sobrino Bernabé, el general Laguna y otros jefes se mueven con sigilo. No es posible luchar frontalmente contra los quinientos charrúas que se diseminaban aun al norte del río Negro. Todavía son temibles enemigos los remanentes de una etnia ayer soberbia y por ese entonces acosada, degradada y debilitada por el contacto con los vicios y enfermedades del hombre blanco, aunque dueña del espacio de los galopes y la estrategia de la supervivencia en un medio cada vez más hostil. Rivera se desplaza como un zorro cauteloso, al par que utiliza un doble discurso, como ahora se dice. Hay que prometerles a los indios el retorno al Paraíso Perdido del área riograndense. Luego es menester reunirlos sin que sospechen las intenciones de los promeseros y a continuación distraerles, ernborracharlos y, mediante un ataque fulminante, acabar con los caciques y los guerreros jóvenes.
“Sobre la acción de Salsipuedes, acaecida en las puntasdel Queguay el 11 de abril de 1831, no existen casi detalles. El diario El Universal [de Antonio Díaz], publicado en Montevideo, dice brevemente en su edición del 15 de abril: “Estamos informados de que en el día 10 del corriente ha habido una acción en Salsipuedes, entre los Charrúas y la división del inmediato mando de S.E. el Señor Presidente en campaña, en la cual han sido aquellos completamente destruidos” (1). En realidad, no fueron completamente destruidos. Algunos caciques, desconfiados, no acudieron a la cita. Otros indios, muy pocos, pudieron escapar. Los muertos no fueron los cuarenta que consigna el parte de Rivera ni los miles que los charruístas endilgan a las malas artes del General. Como antes dije, por ese entonces los charrúas eran alrededor de medio millar. Luego de la acción, breve y mortífera, los viejos, niños, mujeres y algunos combatientes fueron tomados prisioneros y conducidos a la capital. Su destino fue sellado por un etnocidio llevado a cabo con habilidosos procederes, que algunos califican como satánicos y otros como humanitarios.
“La salida del cuerpo expedicionario a cargo del General Rivera cumplió a cabalidad con sus dos objetivos: terminar con las fecharías de los cuatreros y acabar con los charrúas.
“Luego del combate, si así se le puede llamar, se difunde un cuidadoso y hasta elegante parte de guerra, fruto de los buenos oficios de un secretario letrado, cuyo contenido no tiene desperdicio alguno, tanto en lo que trasluce su meditada y elusiva sintaxis como en lo que callan sus calculados silencios”.
La Versión de Renzo Pi Hugarte
La versión de Pi Hugarte es también muy poco gloriosa para Fructuoso Rivera. Según él, los Charrúas “depositaban en él una confianza total” (1). Pese a esto, Rivera habría actuado de manera tal que su proceder “constituyó, sin atenuantes, una verdadera operación de genocidio, organizada con todo cuidado… y ejecutada con enorme eficiencia y total indiferencia por las vidas o el sufrimiento de los indígenas” (2).
Rivera habría tendido una trampa para atraer a los indios a terreno conveniente para atacarlos por sorpresa, dice el antropólogo. Para ello les propondría una supuesta incursión al Brasil para traer ganado desde allí. En este sentido, dio a entender al General Julián Laguna que era:
“… de la mayor importancia que el Sr. Gral. Emplee todo su tino y destreza para hacer entender a los caciques que el Ejército necesita de ellos para ir a guardar las fronteras del Estado y que el punto de reunión será en las puntas del Queguay Grande, para cuyo fin se dirigen cartas a los caciques Rondeau y Juan Pedro… Si ellos no cumpliesen lo prevenido en las citadas notas particulares, es preciso no alarmarse por esto, disimularle y conservarles siempre en su inmediación y si posible fuese, reunido a ellos. Si se moviesen para el centro de la campaña es preciso seguirlos con cualquier pretexto para ver si se consigue que el todo o parte del Ejército se incorpore a la fuerza a las órdenes del Sr. Gral [quien] conocerá que en todas las medidas preventivas es importante la mayor prudencia para no aventurar una empresa que, realizada, traerá bienes muy efectivos al país, consolidando el crédito y reputación militar de los Jefes que la han presidido…” (3)
En otra carta a Laguna, Rivera le ordenó marchar:
“… hacia las tolderías de los indios todos, a quienes prevendrá del próximo arribo del Gral en Jefe [él mismo] a dicho paraje, procurando observar en este movimiento todas las disposiciones de precaución y armonía que se le indicaron en las notas anteriores, infundiendo la mayor confianza a aquéllos y asegurándoles la buena disposición y amistad del Presidente hacia ellos. Y en suma, todo cuanto considere el Sr. Gral. que pueda contribuir al logro de la empresa que tanto promete a la prosperidad de la nación” (4)
Dice Pi Hugarte que Rivera se reunió con los caciques Charrúas en potero de Salsipuedes, pero que “puede describirse esa operación como un cerco de los indígenas por las tropas, que se apoderaron de sus armas y caballos antes de atacarlos” (5)
Alrededor de los indígenas se habría tendido un cerco de 1200 soldados de tropa regular y a una señal dada, cuando los indios se hallaban ebrios y somnolientos “… poco a poco y bajo la protección de la oscuridad de la noche las tropas de Rivera los fueron rodeando y con sus sables y bayonetas comenzaron a sorprenderlos y atacarlos en su campamento y allí mataron tanto a hombres como a mujeres y niños sin consideración ni piedad” (6).
A continuación Pi Hugarte cita el relato “clásico de la celada montada”, obra de Eduardo Acevedo Díaz, que se puede encontar más arriba, anotando que éste los obtuvo de los apuntes inéditos de su abuelo “quien tuvo la oportunidad de recogerlos en fuente oficial, a más de numerosos testimonios fehacientes, incluidos los de charrúas viejos actores o espectadores del sangriento drama” (7).
40indios murieron y 300 quedaron prisioneros (murieron mas cerca de 200 lamentablemente). Los heridos, las mujeres y los niños fueron llevados a Montevideo “tras un agotadora marcha a pie de casi 300 kilómetros, donde fueron entregados en calidad de criados a diversas familias consideradas de pro, pero cuya fortuna no había sido suficiente para que se proveyeran de esclavos africanos con anterioridad. Adelantando el reparto, fueron dados a vecinos de Durazno, algunos “charruítas”, a los que se bautizó asignándoles nombres y apellidos hispánicos” (8). Otros fueron entregados a François de Curel para exhibirlos en Francia por dinero, “como remanentes de una exótica y extinguida humanidad; allá fallecieron miserablemente” (9)
Es decir, redondeando el relato, los Charrúas fueron traicionados, emborrachados, exterminados y esclavizados, manejándose para ello “argumentos tipo racista” (10)
Pi Hugarte cierra su relato afirmando sombríamente:
“La opinión pública del Uruguay de entonces no reprobó el exterminio de los charrúas; si acaso no compartió la táctica engañosa utilizada para atraerlos a la emboscada fatal, pero aún esto en tiempos posteriores… no se levantó en su momento una sola voz condenatoria del genocidio. La guerra contra los charrúas había sido muy larga y muy cruel, y aquellos cazadores recolectores no se adaptaban a las transformaciones modernizantes del campo ni estaban dispuestos a sedentarizarse” (11)
Versión de Eduardo Acevedo Díaz del Combate de Salsipuedes.
Recogida por uruguay.indimedia.org
Tomado de:  http://chancharrua.wordpress.com/mas-sobre-el-horror-de-salsipuedes/

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