"Yo escribo para que no se filtre el olvido" Mauricio Rosencof


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Déborah Friedmann

Mauricio Rosencof cumplirá 80 años en dos semanas. El aniversario lo encuentra tranquilo. Cree, como dice Carlos Gardel, que "veinte años no es nada", así que se siente como de sesenta. Al igual que los estoicos considera que la muerte no es un problema - "cuando ella está yo no estoy, cuando yo estoy ella no está"-. Pero esa tranquilidad está lejos de significar quietud. Este hombre que no tiene en su vocabulario la palabra arrepentimiento, vive sus días como una construcción para ser "mejor tipo" y fiel a un juramento que hizo hace más de 30 años con Eleuterio Fernández Huidobro cuando estaba recluido en un pozo: dar testimonio de lo que vivió.

Fue una promesa hecha cuando comenzaron a saber que algunos de sus compañeros tupamaros se estaban "volviendo locos", cuando reiventaron el código morse, con el que se comunicaron durante diez años mediante golpes en la pared.


-¿Qué cree que salvó su cabeza?

-Yo no estoy tan seguro que ese acto de salvación se hubiera producido... lo más normal es que ahí te enajenaras, porque vivir en el mundo real, en el mundo tangible no era posible. No tenías para leer, no tenías para escribir, te tenían a media ración, no te llevaban al baño, reciclabas los orines, te los bebías, comías las moscas y no hablabas con nadie, mes tras mes, año tras año, quinquenio tras quinquenio. ¿Dónde se desarrollaba la vida? En la imaginación. Pero la imaginación puede ser pantanosa. Entonces, algunos de los compañeros quedaban empantanados ahí, como consecuencia de las condiciones. Cuando desaparecieron las condiciones entró la recuperación y hoy están en primera línea. Si no fijate quién tiene hoy la banda. A mí calculo que me debe haber ayudado, entre otras cosas, que tenía integrado un mecanismo de escritor y podía atrapar los fantasmas en una estructura teatral, novelada o una serie poética.

Lo primero que escribió Rosencof fueron poemas - "pensaba que como los versos son más cortos daban menos trabajo", dice-. Su novia empezó a enviarle versos en reuniones políticas. Él no podía ser menos, así que decidió contestarle.


Su primera obra completa, Las ranas (estrenada en 1961), la escribió mientras militaba en el Partido Comunista y trabajaba en el diario El Popular.

Durante quince días tomó de mañana la máquina de escribir Remington de la casa familiar, se adueñó de la mesa de la cocina y tecleó hasta el mediodía, cuando Rosa, su madre, tenía que usarla para el almuerzo.

Ya en ese entonces la pluma de Rosencof estaba ligada a su vida. Una vida que tuvo dos quiebres en su infancia y juventud. De niño vivía junto a Isaac, su padre, su madre y su hermano León en una casa de inquilinato en Gonzalo Ramírez y Santiago de Chile. De esa época son sus mejores recuerdos. Le vienen a la mente la ropa colgada en un patio abierto, el brasero, ir al carnicero a pedirle hígado para el gato, la calle, la vereda y una amistad entrañable con Fito que continúa hasta hoy. Se acuerda de las luces de un tablado que pensaba eran de Buenos Aires, de las cartas que su padre ponía en el buzón amarillo rumbo a su Polonia natal, de cómo fantaseaba con el camino que harían para llegar a destino. Eran tiempos de alegría, cuando las misivas escritas en idish se guardaban para compartir en la mesa del domingo junto al puchero de gallina.

El clima cambió cuando el cartero comenzó a seguir de largo. Pasaba por la vereda de enfrente o rápido para herir lo menos posible a don Isaac. "Las cartas que esperaba el viejo no llegaron y lo que hacía entonces era leer las cartas viejas con los cuatro de la familia rodeando la mesa".

Eran años en que la seguridad de Rosencof estaba estrechamente ligada a su hermano. Vivía como el dicho "No te metas conmigo que tengo un hermano que fuma". "Él hacía boxing en el Palermo Boxing Club y era un respaldo, podía hacer las travesuras con cierto sabor de impunidad. No sé si fumaba. Murió a los 16 años".

Fue ahí cuando la vida de Mauricio se volvió a transformar. Su madre quedó muy afectada, no quería vivir más en el mismo sitio donde los amigos de su hijo iban a crecer y él no. Se mudaron al barrio Flores, hoy La Blanqueada. Eran tiempos de adolescencia, milongas, de primeras novias, del tablado de la esquina, de aprender a bailar tango cruzado. Fue al liceo, comenzó a militar, pero no finalizó sus estudios.

-¿No le gustaba mucho estudiar?

-Bueno… es muy difícil explicarlo, pero yo estoy seguro que si mi hermano no se hubiera muerto, yo hubiera terminado como médico, abogado. Pero a lo que mi hermano ya no estaba y ya no controlaba deberes ni asistencia ni nada, el entorno no era muy sapiente para controlar eso. Además, estaba separado de las viejas amistades.

Rosencof militó en el Partido Comunista, pero un viaje a la Unión Soviética lo desilusionó y también sintió lo mismo con la respuesta que obtuvo cuando planteó sus críticas en esa colectividad. Casi en simultáneo, se encontró con viejos amigos y con Raúl Sendic y se unió a los tupamaros.

Fue quien ideó el montaje de un cortejo fúnebre para la Toma de Pando, el hombre que tuvo bajo su responsabilidad el plan de fuga de 38 presas tupamaras de la cárcel de Cabildo a través de las cloacas y del asalto a la financiera Mailhos, y el encargado de formar la columna política del MLN, según relata Miguel Ángel Campodónico en el libro Las vidas de Rosencof .

-¿Sigue convencido de ese camino que tomó?

-Ah sí. En ese momento pienso que eso que hicimos fue lo que había que hacer.

-¿Se arrepiente de algo?

-El arrepentimiento no está dentro de mi vocabulario porque el arrepentimiento es absolutamente inconducente desde mi punto de vista. Yo no tengo la menor duda de que me he equivocado muchas veces, de que he hecho las cosas mal, que he hecho cosas que no tienen goyete, que esas cosas las cargo yo, me duelen a mí, las elaboro yo, y mi aprendizaje consiste en tener una actitud más evolucionada o más rectificatoria de los errores que se cometen.

Su próximo cumpleaños lo encuentra sintiéndose tupamaro - "es un sentimiento, un estilo de vida, una opción ética de justicia social y austeridad"-, aunque se alejó hace años de la estructura partidaria. Los 80 también llegan con afectos entrañables, entre ellos Matilde, su cuarta esposa - "pero planté, ¿eh?"-, su hija Alejandra y su nieta Inés, "la alegría de todos los días".

Además, este autor que recibió numerosos premios, fue traducido, editado y representado en varias lenguas y tuvo una experiencia en un cargo de gobierno como director de Cultura de la Intendencia de Montevideo ("nunca más"), está en plena etapa creativa. Da los últimos retoques a El Duce, la ópera que escribió junto a Carlos Maggi, que musicalizó Federico García Vigil y que se estrenará el 1° de diciembre. Sus 80 años coincidirán también con la edición de Diez minutos (Alfaguara), una pieza más de un puzzle de memorias y sentimientos que se inició en 1985, cuando pocos días después de recuperar la libertad empezó a cumplir su promesa y escribió con Fernández Huidobro Memorias del calabozo.

"El testimonio es memoria y eso queda de alguna manera conformando grandes barricadas para que no se filtre el olvido".

En Diez minutos Rosencof cuenta el primer encuentro con su padre después de ser detenido y torturado, cuando legisladores, entre ellos Zelmar Michelini, presionaron para que alguien pudiera verlo. "Me llevan a una sala, me encapuchan, me alambran con una bolsa donde llevaban municiones, muy cerrada. Me la quitan, entra el viejo, había perros, soldados, fusiles y el oficial le dice: `Siéntese ahí, ahí está su hijo, tienen diez minutos`. Y el viejo lo mira a él, mira a los otros guardias, me mira a mí, pasa por encima mío y dice: `Yo vine a ver a mi hijo, pero él no es mi hijo, ¿dónde está mi hijo? Los diez minutos de la visita eran para explicarle al viejo que yo era yo". Hoy, este hombre que buscó con desesperación que lo nombraran en esos diez minutos se reconoce en sus defectos, virtudes y errores. "Soy el que soy. Y si hay aciertos y cosas que están bien, que quede en las palabras de quienes sienten que ha sido así".

DE POLONIA A URUGUAY
Como tantas otras familias judías uruguayas la historia de los Rosenkopf (así es originalmente el apellido) tiene como protagonista a Isaac, un hombre que vino a Uruguay en 1931 a buscar una mejor vida para su familia. En Bezyitze, un pueblo cercano a Lublin, la capital de la Galizia polaca, quedaban Rajzla, su mujer, y Liebu, su hijo. Trabajó en Florida hasta que logró que el resto de su familia viajara un año más tarde. El 30 de junio de 1933 nacería Marcos (ese es el nombre con el que está inscripto Mauricio, ya que fue lo que entendió el oficial del confuso español de Isaac).

En su casa mantenían "las clásicas" tradiciones judías: celebraban el año nuevo y la pascua. La comida era otro aspecto donde se notaba la influencia hebrea, sobre todo en el Gefilte fish (plato típico de pescado) y los bizcochitos de miel, receta que su amigo Fito se encargó de rescatar y que en la casa de Rosencof aún cocinan.

El escritor no entiende cuando le preguntan si se siente judío. "Yo soy judío y no hay tutía. Además para mí está muy vinculado a la militancia y a la actividad de izquierda. Y como dijo Ilya Ehrenburg: `Mientras haya un antisemita sobre la tierra, yo seguiré siendo judío`".

SUS COSAS
Un objeto
El tranvía 36 pasaba por Gonzalo Ramírez, justo donde vivía de niño Rosencof. "Tenía cuatro o cinco años y con Fito le tirábamos piedras. Después, paraba el guarda y nos corría". Esta reproducción es un regalo que tiene en su living.

Un rincón
En su escritorio hay un rincón especial que reúne recuerdos. De su padre hay una foto en Lublín, la kipá, el libro de Salmos y un dedal de su tarea como sastre. También está una foto de su hermano, otra de su nieta y la tapa de Las bases con la foto del día que salió en libertad con su hija Alejandra.

Un libro
Hay un libro que Rosencof relee y que le "refresca la vida". Es Don Quijote de la Mancha. "El Quijote es mágico. Además, a medida que uno crece y tiene otras informaciones y un poco más de cultura, cuando lo vuelve a tomar al cabo de un tiempo descubre otras cosas".

Fuente: El País de los Domingos

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