CRISIS Cuidado con el Brasil del despiste


La huelga de camioneros en Brasil y la que se viene con el conflicto de los trabajadores petroleros tienen al gobierno de Michel Temer sobre las cuerdas. Hasta los sectores más reaccionarios manifiestan animadversión por el gobierno. La población está harta. Imposible saber qué pasará, mientras la comunidad internacional calla.

Entendámonos: Brasil es enorme. Cayendo en un lugar común, se puede decir que es un país-continente. Por lo general, las personas tenemos una idea que se agota en una región selvática atravesada por el río Amazonas que corre limpio, playas de arena dorada que se extienden desde el sur hasta el norte, carnaval, samba, alegría, caipirinha, Corcovado y muy poca cosa más. A esas imágenes que vienen desde la escuela, se suman otras, como la corrupción, es decir, un montón de gente de traje y corbata elabora cualquier estafa, algunos van presos con razón, otros sin ella, pero el país sigue andando.


También se piensa en “Brasil igual pobreza extrema” y, muy de vez en cuando, alguien dice “pero mirá que el brasileño rico, es rico de verdad”. Sin dudas que eso es porque quien pisa ese país, ve a los pobres durmiendo y haciendo sus necesidades en la calle, pero a los ricos no los ve. En todo caso, como testigo de esa capa social, por las avenidas transitan sus autos de miles y miles de dólares, pero pasan desapercibidos porque no se va por la vida sacando cuentas, menos aun si se está vacacionando. Entonces, los pobres son visibles, los ricos no. Y la vida cotidiana, lejos de todo turismo, menos. Ni hablemos que ese país cuenta con el mayor humedal del mundo, el Pantanal, y la riqueza en biodiversidad que eso implica, o, en la antítesis, el sertao, en cuyo suelo semiárido se crían las cabras de donde se sacan excelentes y competitivos quesos artesanales.



Perjuicio de la huelga camionera

La perorata del principio tiene un porqué: ubicar los perjuicios de la huelga camionera en un país de 8,5 millones de kilómetros cuadrados y más de 200 millones de habitantes. Hay lugares donde los alimentos siempre son caros, porque llegan por una combinación de transporte terrestre y fluvial. Tal el caso de Atins, para poner un ejemplo que no resulta extremo, teniendo en cuenta que está en el estado nordestino de Maranhao y que tiene costas sobre el Atlántico, con un buen flujo turístico. Siendo agreste y paradisíaco, Atins se caracteriza por un turismo de nivel adquisitivo medio a medio-alto, casualmente por lo caro que resulta para quienes venden servicios, tener un buen stock de alimentos en momentos normales, fuera de toda huelga.



Pero la huelga disparó los precios en todo el país y la falta de productos se hizo sentir también en megaciudades como San Pablo y Río de Janeiro, donde, en los mayores supermercados, las góndolas de frutas y verduras lucían vacías y, de paso cañazo, los productos no perecederos ni necesariamente alimenticios, como el caso de los de limpieza, subieron hasta 30% de un día para el otro. Viveza criolla, que le dicen.



Derecha, izquierda y centro

¿Qué pasó con esta huelga? Del 100% de la flota de camiones que recorren el país, el 70% están manejado por unipersonales, o autónomos, como le dicen; el 30% restante corresponde a las grandes empresas logísticas. Quienes comenzaron esta huelga fueron los autónomos, “muertos” por el precio del gasoil y por la indiferencia del gobierno. Cuando habían llegado a un acuerdo, las empresas, que en un principio se pusieron de punta, cambiaron la estrategia y consideraron que era mejor que no se arreglara nada. Suena ridículo, ¿verdad? Pero no lo es. Porque atrás de esa voltereta infame, está el diputado federal ultraderechista y candidato a la presidencia, Jair Bolsonaro. Y, junto a él, los grandes medios.

En 2016, Bolsonaro presentó un proyecto de ley donde se criminalizaba con penas de uno a tres años de prisión a todos quienes manifestaran obstaculizando las rutas.

Cuando comenzó esta huelga, el legislador salió a la prensa diciendo que era cosa de los militantes del Partido de los Trabajadores (PT), que, mandatados por Lula desde la prisión, pretendían derrocar al gobierno de manera ilegal. Pero, resulta, que los camioneros autónomos llegaron a un arreglo de la baja del gasoil, que era lo que se pedía, y cuando fueron a levantar los cortes, se encontraron con otros que les amenazaban de muerte si despejaban las rutas. Es más, estos “nuevos huelguistas” pedían mayor baja en el combustible o intervención militar, algo que el gremio de los autónomos rechaza absolutamente. Concomitantemente, el bueno de Bolsonaro se transformó en un hincha de los camioneros, diciendo que anularía cualquier punición del gobierno federal contra ellos, claro que eso sería si en octubre lo elegían presidente de la República Federativa, porque él será, según sus palabras, “un presidente honesto y patriota”.

Cuando se le consultó por el proyecto que él había elaborado, aquel en el que prometía cárcel, dijo que “algunos grupos de personas tienen intereses ilegítimos que quedan de manifiesto al no avisar a las autoridades de los cortes de ruta que piensan hacer, pero cuando suceden situaciones como esta, no se puede desoír el reclamo que es válido”. De esa forma, Bolsonaro se posicionó exactamente enfrente de lo que él siempre predicó, quedando totalmente clara su intención electoral en el cruce de calzada.

Por otra parte, a pesar de la disconformidad que generó el producto de la huelga entre la población, la gente comprendía la situación, diciendo que este gobierno liderado por Temer no daba para más y pedían su remoción.

Temer, a su vez, amenazó con sacar a los militares a la calle a lo largo y ancho del país, cosa que llegó a hacer en menor escala, pero eso también contó con la desaprobación de la ciudadanía, que se lo hizo saber a través de las encuestas. Las mediciones lo marcan cada día con menos popularidad mientras, por otro lado, crece la simpatía por Lula Da Silva.



Petrobras en escena

Ahora son los trabajadores de Petrobras quienes están en huelga de 72 horas. Aunque parezca anacrónico, estos empleados tienen que llegar a esa medida para que las Fuerzas Armadas sean retiradas de la refinería. También exigen la renuncia del presidente de la compañía, Pedro Parente, que liberalizó el precio de los combustibles, cuyo aumento más significativo se dio en el gasoil y en las garrafas de gas: “La actual política de reajuste de los derivados del petróleo, que hizo que se dispararan los precios, generó una crisis sin precedentes y forma parte del mayor desmonte de la historia hecha hacia Petrobras. Los culpables son Parente y Temer”, dice el sindicato en un comunicado.

El aumento de los combustibles ordenados por Parente fue una clara forma de beneficiar a los accionistas privados de la compañía, representantes de capitales extranjeros la mayoría de ellos.

A esta altura resulta obvio para todos que lo que se busca es la desestabilización de un país que está en venta. Para algo tiene que servir ese golpe parlamentario que se dio en 2016. Si no es suficiente, se amenaza con llamar a las Fuerzas Armadas. Si no alcanza con la amenaza, se destituirá a Temer, que ya vendrá alguien que sepa cómo hacer la cosas. Si hay algo que no le falta a la derecha brasileña son agallas y eso hace rato que está demostrado.

En febrero de este 2018, y con motivo de la intervención militar en Río de Janeiro, publiqué un artículo en el que terminaba diciendo: “Mientras tanto, en Brasil es año electoral. Habrá elecciones, pero la intervención está pautada hasta el 31 de diciembre y… ¿habrá elecciones?”.

Continúo haciendo la misma pregunta. Aún dudo de su respuesta.

POR ISABEL PRIETO FERNÁNDEZ
fuente caras y caretas

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