Hay momentos en que faltan las palabras para caracterizar el desprecio que uno siente ante ciertas personas y ciertas actitudes.




No recuerdo si fue Unamuno, Ortega y Gasset o Vaz Ferreira quien escribió que “hay momentos en que se debe ahorrar el desprecio a causa del considerable número de necesitados”.

Lo cierto es que también hay momentos en que faltan las palabras para caracterizar el desprecio que uno siente ante ciertas personas y ciertas actitudes.

Obviamente hablo del excanciller uruguayo y actual secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Dr. Luis Almagro. Confieso que a mí también me engañó. Yo también creí que era una buena persona, un honesto funcionario, un buen compañero. No porque yo creyera lo que quería creer ni porque yo imaginara que las cosas eran como yo quisiera que fueran. Almagro me engañó porque con él hablamos de muchas cosas, muchas veces, incluidas Cuba y Venezuela, destinos que Almagro visitaba, respetaba y elogiaba mientras los necesitaba, particularmente, mientras necesitaba el voto de Venezuela para acceder al cargo de secretario general de la OEA.

Con Almagro también me equivoqué, pero admito que me equivoco muchas veces, sobre todo cuando trato de entender a los burócratas.



En fecha tan cercana como el 16 de febrero pasado, bajo el título de ‘El rugido del ratón’, escribí: “Ni en los peores tiempos de ese ‘ministerio de colonias’ que es la OEA se vio un secretario general tan cipayo y desubicado”. Ninguno de aquellos títeres insultó a un primer mandatario democráticamente electo y se opuso a un proceso de transición. Así actúa Luis Almagro con la Venezuela presidida por Nicolás Maduro y con la Cuba que procesa la sucesión de Raúl Castro, mientras hace silencio ante golpes de Estado como el de Brasil. Hace tiempo que Almagro no quiere que se negocie en Venezuela ni se preocupa por facilitar una transición pacífica; por el contrario, Almagro y sus patrones de Estados Unidos apuestan al derrocamiento violento del gobierno chavista, a la restauración conservadora, a la intervención norteamericana, a la destrucción de las Fuerzas Armadas bolivarianas y a apoderase de los recursos naturales de uno de los países más ricos del continente y el que tiene las reservas más grandes de gas, petróleo y minerales de América. El excanciller pasará a la historia como el peor y más vendido secretario general de la OEA, lo cual es muchísimo decir si consideramos que el cargo ha estado reservado para los más distinguidos genuflexos del hemisferio.

Hoy pienso que Almagro ya se había prostituido cuando llegó a su apreciado cargo en la OEA; si no hubiera sido así, es muy difícil que hubiera llegado tan alto y con el visto bueno de EEUU. “Durante su gestión -decíamos entonces- ha tenido apenas susurros declarativos para los golpes de Estado que sufrieron Honduras, Paraguay y Brasil, pero ha sido implacable en sus críticas al gobierno democráticamente electo de Nicolás Maduro”.

En aquel momento, el secretario general de la OEA había redoblado sus presiones sobre el gobierno venezolano al pedir más sanciones por parte de los países miembros de la OEA y también planteaba denunciar a Nicolás Maduro ante la Corte Penal Internacional “dado el desdén que muestran sus autoridades por el estado de derecho”.

Recuerdo que también escribí: “Resulta totalmente inaudito que un funcionario internacional, cuyo abultadísimo sueldo sale del pago de las cuotas de los países miembros, se refiera así a un gobierno democráticamente electo, que votó su candidatura al organismo, y mucho más que pretenda impartir normas de conducta. Mucho más cuando ha hecho silencio ante las escandalosas violaciones del Estado de derecho registradas en Honduras, Paraguay y Brasil, donde se derrocó a la presidenta Dilma Rousseff. Mucho más, aunque esto no debería contar, cuando el blanco de sus ataques son gobiernos de izquierda, a la que él dijo pertenecer durante el período en que acumuló su fortuna política, aquí, en su país de origen”.

Sin embargo, vinieron las elecciones del 20 de mayo pasado (que se iban a realizar el 22 de abril y fueron aplazadas a pedido de la oposición), que revalidaron el mandato presidencial de Nicolás Maduro, con lo cual esta porquería se quedó sin argumentos.

En estas elecciones -en las que participó un sector muy amplio de la oposición que acumuló cuatro millones de votos y en la que se autoexcluyó un sector que ha optado por el golpismo y por reclamar la intervención militar de EEUU- el Presidente Nicolás Maduro obtuvo seis millones de votos y consagró una inobjetable victoria electoral cuya legitimidad es difícil de discutir, al menos si se considera la calidad técnica del acto electoral, la magnitud de la participación y las garantías del proceso de la votación, incluyendo la confección del padrón electoral, la fiscalización por los partidos opositores, la legitimidad del conteo y las auditorías (más de 12) de todas las instancias del proceso realizadas por un Consejo Electoral en el que están representados mayorías y minorías, gobierno y oposición.

Por aquella época también el infatuado césar de opereta le imploraba a los 14 gobiernos del llamado Grupo de Lima (integrado por Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú, Santa Lucía y Guyana, creado en agosto de 2017 para “abordar la crisis venezolana”, y al que honrosamente no adhiere Uruguay) que excluyeran de todos los foros internacionales a Venezuela; y con increíble tupé criticaba la transición en Cuba, como si tuviera alguna autoridad de algún tipo para hacerlo, máxime que la isla ha sido excluida de la OEA hace más de 50 años.



El frustrado intento de desquite de Almagro

El lunes 5 de junio, en Washington, la OEA comenzó su Asamblea General, su reunión más importante del año, en la que, como consignan las agencias internacionales, EEUU y los países del Grupo de Lima llegaron con la intención de aprobar una resolución sobre Venezuela, en tanto que otros países buscaban encarar la crisis en Nicaragua.

Nuestro viejo conocido, el secretario general de la OEA, don Luis Almagro, pronunció un discurso inaugural en el que afirmó que “debemos tener un continente libre de dictaduras”; que “la libertad nunca puede ser ni entregada, ni erosionada ni relativizada en favor de intereses particulares o procesos negociadores”; que “la libertad de los pueblos es sagrada”; que “sólo en democracia el individuo tiene, ejerce y reclama sus derechos”, para terminar diciendo que “cuando estamos dispuestos a celebrar elecciones con candidatos proscriptos y presos políticos, no estamos haciendo democracia […] estamos siendo cómplices del autoritarismo y violando derechos humanos”.

El que tenga estómago para verlo en YouTube podrá apreciar como este tartufo, que hace unos años elogió personalmente a Chávez y a Maduro, levanta el tono y su raleada melena sintiéndose un león, un Bismarck. Pobre infeliz si no fueran tan miserables su actuación y sus actitudes.

Tras el discurso de Almagro, se eligió a Paraguay como país encargado de ejercer la presidencia de la Asamblea, en la persona de su canciller, Eladio Loizaga.

El asunto “Situación de Venezuela” fue incluido en el temario aprobado por la Asamblea General con dos tercios de los votos, bajo la protesta del canciller venezolano, Jorge Arreaza, quien afirmó que la inclusión de este tema fue adoptada “de manera espuria” en la comisión preparatoria.

Argentina, Brasil, Canadá, Chile, EEUU, México y Perú presentaron un proyecto de resolución dirigido a abrir el camino para suspender a Venezuela del organismo, el que recibió recibió 19 votos a favor (Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guyana, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú, Santa Lucía, República Dominicana, Bahamas, Jamaica y Barbados), cuatro en contra (San Vicente y las Granadinas, Bolivia, Dominica y Venezuela ) y 11 abstenciones: Surinam, San Cristóbal y Nieves, Trinidad y Tobago, Belice, Antigua y Barbuda, Ecuador, El Salvador, Granada, Haití, Nicaragua y Uruguay.

En estos días, el vicepresidente de EEUU, Mike Pence, y el secretario de Estado, Mike Pompeo, llamaron a suspender a Caracas y considerar ilegítimos las elecciones del 20 de mayo, en las que Nicolás Maduro fue reelecto presidente por más de seis millones de votos.

También llamaron a los Estados miembros y observadores a implementar medidas adecuadas a nivel político, económico y financiero para “coadyuvar” a los que los autores del texto califican de “restablecimiento del orden constitucional”.

También se pide la aplicación de los artículos 20 y 21 de la Carta Democrática Interamericana, que establecen la posibilidad de suspender a un Estado miembro en caso de “alteración del orden constitucional”. Pero para lograr ese objetivo se necesitan cinco votos más, o sea 24.

El texto se votó en forma nominal a pedido del canciller venezolano quien declaró, luego su rechazo, acerca de la decisión adoptada por 19 países.

Arreaza afirmó que “garantizamos que nosotros vamos con nuestro pueblo a enfrentar nuestras dificultades y entre los venezolanos vamos a resolver nuestros problemas sin que su injerencia y su intervencionismo hagan mella en nuestra nación. Venezuela es libre y soberana”.

El canciller de Bolivia, Fernando Huanacuni, declaró que la resolución contraviene los principios fundamentales del derecho internacional de respeto a la soberanía de los Estados y no intervención en los asuntos internos.

El representante de San Vicente y las Granadinas, Camillo Gonsalves, dijo que “el texto constituye una autorización de la OEA para una intervención, incluyendo de carácter militar, en los asuntos del territorio sudamericano”.

Por lo tanto, el saldo de la ofensiva diplomática no pudo obtener los 24 votos necesarios para suspender a Venezuela y tuvo como premio consuelo una resolución simbólica: califica a las elecciones presidenciales del 20 de mayo por fuera de los “estándares internacionales”, sin apelar a la verborrea del “fraude”; reclama un diálogo nacional y una ruta que “posibiliten elecciones libres”; pide que se apliquen medidas (sin hacer ninguna referencia específica) para “restaurar la democracia en Venezuela”; solicita permitir el ingreso de “ayuda humanitaria” y atender a “los inmigrantes venezolanos”, repitiendo lo mismo de la resolución aprobada en febrero; y aprueba tratar la suspensión de Venezuela en una eventual asamblea extraordinaria de cancilleres, sin especificar fecha.



Victoria simbólica y derrota de los principios

Consignan las agencias: “La suspensión, de concretarse, podría ser solamente simbólica, puesto que en abril de 2017 Venezuela solicitó su salida de la OEA, un proceso que se concreta en dos años. “Nosotros denunciamos a la OEA y nos vamos de la OEA […] ya van 13 meses de los 24 que tenemos que esperar para que sea efectivo. Cuando Venezuela salga de la OEA vamos a hacer una gran fiesta nacional”, dijo Maduro al criticar la “campaña criminal, macabra, de chantaje y amenaza de EEUU a los gobiernos de la región”.

Venezuela es el primer miembro de la OEA en pedir el retiro voluntario de la organización en 70 años de existencia. Ni siquiera lo pidió Cuba, a pesar de que su membresía estuvo suspendida entre 1962 y 2009.

Pero volvamos a nuestro excanciller, el tartufo Almagro: que vaya pensando en el momento en que, como “Roma no paga a traidores”, le toque bajar nuevamente al llano de la simple ciudadanía.

Cuántos lo estaremos esperando o lo iremos a buscar donde sea, a enrostrarle su falta de principios para todo lo que dijo apoyar durante tantos años.

Dante colocó en el noveno y último círculo del Infierno de su Divina Comedia solamente a tres personas: Judas Iscariote, el entregador de Jesucristo, y Bruto y Casio, los asesinos de Julio César. Almagro y sus compinches, porque los tiene, jugarían en este círculo, pero definitivamente lo harían en la divisional B. Eso sí, en la B profesional.

HABLANDO DE TRAIDORES
Almagro en el noveno círculo del Infierno

Por Alberto Grille.   FUENTE CARAS Y CARETAS

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