“LOS CHUECOS SE JUNTEN BIEN JUNTOS...” El lento adiós al Chueco Maciel

La profunda visión humana que define a una persona como “de izquierda”, el no permitirse que nada de lo humano le sea ajeno, indignarse por cualquier injusticia cometida contra cualquier persona en cualquier parte del mundo, seguir la lucha para que los más infelices sean lo más privilegiados y la defensa irrestricta de los derechos humanos son, además, sus conceptos irrenunciables; pero tal vez su batalla más estratégica y de fondo sea combatir toda forma de dominación, para lograr una sociedad de seres libres.


Desde la época de Barrabás, y posiblemente antes de él, todas aquellas personas que se alzaban contra un sistema considerado injusto, contra sus instituciones coercitivas, eran sumados a los anhelos de rebelión y libertad. El bandolero cometía delitos que atentaban contra el patrimonio de ese sistema injusto, y muchos de ellos se vieron envueltos en procesos revolucionarios, aunque luego no formaran parte de una propuesta de construcción de algo nuevo.

Marx y Engels plantearon con fuerza la existencia del lumpemproletariado, y como estos podían convertirse en fuerzas auxiliares de los sectores dominantes o en elementos contra revolucionario, ciertas ramas del anarquismo visualizaron, por el contrario, sobre todo en los delincuentes, un sujeto rebelado contra toda forma de poder y dominación.

Mas acá en el tiempo, con el desarrollo del sistema financiero, una vuelta de tuerca más sofisticada y efectiva que el cobro forzado de impuestos que rescatara el arquero de los bosques de Sherwood, el asalto o hurto a casas bancarias y agencias financieras pasó a denominarse “expropiación”, práctica que, al igual que la del príncipe de los ladrones, implicaba robar a los ladrones.


 
Y si alguno de estos ladrones además no respondía a un acto de individualismo, de hacer la suya, y repartía el botín entre los pobres, era idolatrado. En general, todos ellos provenientes de barrios y condiciones marginales, cumplían con una máxima popular, un código cultural incrustado en el ADN: en el barrio no se toca.

 

“Carajo, no hay más ley que la de abajo…”

Así lo dijo el poeta argentino Higinio Mena, que tan magistralmente describe la vida y personajes de los sectores populares; y como yo siempre he vivido en los barrios periféricos de Montevideo -incluso como cofundador de alguno, como el barrio San Martín, en Santa Catalina-, me permito confirmar lo de Higinio y aventurar un análisis.

Hay una cuestión de ajenidad y cercanía en todo este asunto de la delincuencia; asumo que a la sensación de sentirse violentado en la intimidad, en lo físico, ante un hurto de domicilio o rapiña (por ejemplo, en Pocitos), se le suma la de sentirse invadido por un delincuente que pertenece a otro barrio. No es sólo alguien que lo arrebata, sino que además invade su espacio geográfico, que no tiene sus mismos ingresos económicos, habita en arquitecturas sin confort y con menor carga tributaria, difiere en su aspecto y su vestimenta, que aun siendo nueva es de otra calidad, y posee otra construcción histórica que lo convierte en el “otro”.

Y ese otro siempre será el peligro en potencia; en su versión más amigable, ocupará las tareas de servicio doméstico, jardinería y tareas varias, pero nunca dejará de ser el otro que viene de esos barrios y con cierta parentela.

“Juan, el flaco que era albañil…”

Desde el mundo de las cercanías en los barrios periféricos o populares, como quiera llamarle, sabemos muy bien lo que ha cambiado; la visión fascista de la sociedad desde siempre asocia la marginalidad con la delincuencia; territorios de cantegriles, asentamientos y palomares con criminalidad.

Palomares, núcleos básicos evolutivos, los INVE, fueron las “brillantes ideas” de hacinamiento que las políticas de vivienda de las clases dominantes ofrecieron en su momento; y los cantegriles y asentamientos; las respuestas ciudadanas a la falta de políticas públicas de vivienda. Todas ellas habitadas por gente de trabajo, seguramente de los trabajos con los peores ingresos, changadores, cuentapropistas; viviendas ocupadas por el viejo ejército de reserva, en su denominación marxista clásica, o de los desocupados, como se impone ahora, de soldados rasos y agentes de segunda, Magdalenas, funcionarios públicos y un sinfín de aspirantes a empleo que deben renunciar a fijar su domicilio en la dirección de su domicilio.

Todos en esos barrios conocemos a quien está “para la suya”; todos conocemos sus categorías: el “rastrillo”, el “punga”, el “chorro”, el que está “de caño”. Conocemos sus domicilios, su familia, sus amistades, algo tan evidente incluso a ojos de las fuerzas de seguridad del Estado. Y todos conocemos la convivencia en la que ambos existieron durante años.

No abundan los Luis Vitette y, salvo en una lógica de fortalecer espacios de poder desarrollando una economía asistencialista a partir de los botines o rentabilidad del comercio de la droga, no hay más Chuecos Maciel.

Lo que Cambió es que Juan, “el flaco que era albañil, el de la casa sin terminar”, posee en su bolsillo unos pocos pesos como producto de alguna changa, que son codiciados por quienes están en la “malaria”, y que además se pueden hacer de esa plata de “vivos”, sin tener que exponerse al esfuerzo físico, el horario y los caprichos del contratista, como debió soportar Juan. Y, claro está, Juan no puede invertir en seguridad en su domicilio, no habrá cámaras de videovigilancia en sus calles de balasto y los móviles policiales ya están destinados.

 

Fido Dido, flor de malandro

Al decir de la murga Agarrate Catalina, “es el plan perfecto que ha salido mal”. En la lógica de los sectores de poder, si una parte de la humanidad no tendrá chance de ser incluida en el mundo del trabajo ni será apéndice de él en tareas auxiliares, lo mejor es que se eliminen entre ellos, por lo cual dar todas las condiciones para estimular la guerra entre pobres es funcional.

Probablemente subestimaron el desarrollo del narcotráfico y lo emergente de este poder que le cuestiona su poder económico y territorial; y este nuevo desarrollo económico y territorial cuenta con un paquete político ideológico que tiene en el “hacé la tuya” y el consumismo su principal filosofía y cosmovisión.

El desprecio por la actividad política no les aporta nada y, en términos absolutos, las políticas reguladoras, tan afines a los gobiernos, progresistas son su principal enemigo.

Y en una sociedad que parece no poder solucionar en el corto plazo los importantes niveles de exclusión, su ejército de reserva es inagotable.

Y no es sólo un problema de generación de empleo; primero, porque aspiran a un nivel de consumo que difícilmente lo aseguren los empleos medios que se pueden encontrar en cualquier sociedad; segundo, porque hay una subvaloración del trabajo como actividad humana. Es el criterio de aquella prostituta que gana más dinero vendiendo su cuerpo que lavando pisos, como otras, reivindicando además su sentimiento de no someterse a trabajar para otro en tareas de servicios, y por qué ser un “pesado” es un factor de sobrevaloración en esos ámbitos.

 

Entre el zurdo y el enano fascista

Sé que voy a irritar a algunos queridos compañeros, pero no puedo tener la visión sobre el tema de clase media; escribo desde la percepción y sensibilidad dadas por el arrabal y no desde un apartamento en Pocitos o una casa en el Prado.

Si en nuestro sueño de construcción de un mundo socialista, al obrero o trabajador que sale de madrugada en ómnibus, en bicicleta, en moto o en el auto comprado en eternas cuotas lo rapiñan, es víctima de otra forma de expoliación, al igual que hacen con la plusvalía.

Si debe invertir en medidas de seguridad domiciliaria o renunciar a disfrutar de su tiempo libre o dedicarse a militar por cuidarse, a vichar el rancho, lejos estaremos de contar con sus recursos para construir una sociedad distinta.

El enano fascista que en momentos de enojo a todos nos aflora, sobre todo cuando de espectadores pasamos a víctimas, solicita una eficaz respuesta policial; los sectores reaccionarios propondrán dotar a las desbordadas fuerzas policiales del concurso de los militares y nosotros debatiremos y nos opondremos; no por el empecinamiento de no reconocer que tenemos problemas, sino porque sabemos todos los derechos que serán avasallados y muchísimos ciudadanos justos pagarán por pecadores.

Me permito recordar a quienes están en plena carrera por ponerse más a la izquierda del espectro político que el problema de la delincuencia ha sido un problema de abordaje imprescindible en toda revolución y las medidas a veces adoptadas han sido muchísimo más duras que muchas de las propuestas de hoy.

Hemos vivido algunas experiencias en las que la organización vecinal y medidas de autodefensa son un gesto de solidaridad humana con los que se colabora con los uniformados, pero sin ser buchones; no se trata de pichi al otro que va en un carro con caballo y la actitud de involucrarse con la suerte de sus semejantes termina siendo un reflejo que mantiene al día nuestras convicciones.

fuente de caras y caretas
 Por Ricardo Pose.

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