Un pequeño de dos años de edad, nacido en el pueblo Victoria de la Teja, frente a la chimenea del Ancap, en medio de una sociedad disgregada por la persecución de la dictadura y en el seno de unos padres militantes de la justicia, fue obligado a vivir en un cuartel junto a su madre durante dos años para ser separado de ella cuando iba a cumplir cinco, así comienza la vida de Gabriel Otero, quien dirige hoy la alcaldía del Municipio “A” y a sus 48 años asegura que lo mejor de su vida es haber sido padre y muy pronto abuelo.


NACIÓ EN EL PUEBLO VICTORIA DE LA TEJA Y A LOS 2 AÑOS DE EDAD FUE ENCARCELADO JUNTO A SU MADRE, DONDE PERMANECIÓ HASTA LOS CINCO AÑOS
“Recuerdo a mi madre, tratando de hacerme feliz para que no sintiera el peso de la dictadura”

Un pequeño de dos años de edad, nacido en el pueblo Victoria de la Teja, frente a la chimenea del Ancap, en medio de una sociedad disgregada por la persecución de la dictadura y en el seno de unos padres militantes de la justicia, fue obligado a vivir en un cuartel junto a su madre durante dos años para ser separado de ella cuando iba a cumplir cinco, así comienza la vida de Gabriel Otero, quien dirige hoy la alcaldía del Municipio “A” y a sus 48 años asegura que lo mejor de su vida es haber sido padre y muy pronto abuelo.

El diario LA REPÚBLICA conversó con Otero, testimonio de una de las épocas más oscuras del Uruguay, quien relató cómo vivió en carne propia los vejámenes junto a sus padres, Melba Agüero y Evaristo Manuel Otero.

“El 29 de mayo de 1972, mis padres y hermanos, que eran militantes Tupamaros, caímos presos en fuga, ya nos habían avisado que la casa estaba para caer, yo tenía dos años y mis hermanos 8 y 16, mi hermana también era militante porque hacia actividades de cobertura para la organización, y bueno, nos dimos a la fuga y en el departamento de Maldonado me enfermé, mis padres tuvieron que parar y caímos en la casa de una tía tras una redada”.

La hermana mayor de Otero, Graciela, fue llevada a la cárcel de Laguna del Sauce, incomunicada totalmente y los padres marcharon a los cuarteles, como era lo usual. “Mantener a las madres presas con sus niños era una manera de hostigamiento, yo fui a parar unos meses después, antes de cumplir los 3 años, a uno de los cuarteles que ahora es el liceo militar, en aquel tiempo era el Instituto Militar de Estudios Superiores, después nos trasladaron hasta el cuartel de Blandengues otro año hasta octubre del 74, permanecí más de dos años en los cuarteles”.

Cuando estaba cerca de cumplir los cinco años, cuenta Otero, lo separan de su madre para entregarlo al cuido de su hermana que ya tenía 18 años y su progenitora es llevada a la Cárcel de Punta de Rieles. Su padre continuaba en la cárcel del Penal de Libertad. “Pasamos las mil y una, desde las mínima atención sanitaria hasta epidemias de enfermedades, hambruna, se pasó realmente mal. Yo era el más grande de los niños y aún conservo esos recuerdos”.

Recuerdos

A pesar de todo lo acontecido, Otero confiesa que aún mantiene vivo el recuerdo de su madre en esos días, buscaba la oportunidad de aislarlo de todo escenario de tristeza para que perdurara la imagen de una madre amorosa y luchadora. “Recuerdo a mi madre tratando de hacerle feliz para que no sintiera el peso de la dictadura, me cuidaba mucho, la recuerdo bañándome, disimulaba sentir una alegría mientras jugaba conmigo cuando me enjabonaba bajo la canilla de agua fría. Si bien uno sabe que era un contexto terrible, ella logró inteligentemente que conservara los mejores recuerdos de esa época”.

Tras siete años de duros días en los cuarteles, la madre de Otero enfermó de un linfoma, la liberaron y al año falleció. “Eso fue en 1979, sólo tenía 43 años. Después de siete años encarcelada lo primero que hizo tras salir en libertar fue conseguir un trabajo, solo que la enfermedad había minado fuertemente su salud y se fue en muy corto tiempo. Mi padre sí estuvo preso un poco más de 10 años y falleció en el 90”.

“Sin duda el golpe que la dictadura le dio a mi familia fue muy duro, quedamos desarticulados de todos los vínculos familiares, hubo que remar entre los tres hermanos porque la mayoría de las amistades estaban presas, a mis padres los juzga la Justicia Militar y fue una pena enorme, pero salimos adelante gracias a que mi hermana nos cuidó”, contó.

Otero respira profundo, se detiene unos segundos en búsqueda de aquellas imágenes del pasado que no lograron desvanecerse y esboza de manera sosegada: “Uno es su vida y sus circunstancias, entonces, trabajar por el más débil, el más vulnerable, fue lo que me motivó a trabajar en política”.

Aclara que no sólo los episodios de dictadura moldearon la impronta de la militancia y la vida política, también le atribuye mérito a la cultura y vivencia en el barrio. “Yo milito porque siento la necesidad de hacerlo, desde muy pequeño vi las injusticias y me gustaba dar la pelea, entonces me sumé a la pelea en el barrio, primero fue un militante social, después terminé militando políticamente”

Relata que además fue dirigente sindical del taxi, secretario general de la Federación de Cooperativas del Uruguay y secretario general de la FCPU. “Toda esa militancia sindical, gremial y social fue la que más me marcó. Luego de mucho trabajo vino el cargo electo de Alcalde, pienso que no voy a jubilarme nunca de la política porque la militancia política es un plan de vida”.

El Alcalde del “Municipio A” sostiene que agradece a esa militancia y a la acción política su formación y conocimiento que hasta ahora lo han llevado a valorar la clase obrera y saber lo sagrada que son las luchas de clases. “No hay cambio que se pueda sostener sin un campo popular fuerte, fértil, con ideas, comprometido, creo que llegué a este cargo con una madurez de tener muchas cosas claras”.

La familia

Uno de los elementos más importante en la vida de este luchador social es su familia, pues se considera “un padre presente” en su hogar, para su esposa e hijas Micaela y Milena. “Ellas son críticas de su padre y saben que no son hijas del Alcalde sino del trabajador, del taximetrista, del luchador, no hay forma de sacar adelante nada si no es en familia, les enseño a mis hijas que tuvimos momentos complicados pero no nos podemos declarar victimas toda la vida, es parte del triunfo sobrevivir”.

Gabriel piensa que la clave para no olvidar nunca sus raíces y no desarraigar su esencia, “es el barrio, poder caminar la misma vereda que caminan los vecinos con los que creció, es la única forma de no enfermarse de importancia, que es un virus que también ataca, de eso nos cuida la familia, los amigos, yo cada tanto se lo digo a mis hijas”.

En el futuro se vislumbra en la política, amoldándose, sabiendo bien de dónde viene, militando por la agenda de derechos. “Me veo tratando de no ser un dinosaurio sino de entender todo, tenemos una juventud que está peleando por la educación, por el acceso a la salud, que está con los mismos sueños pero diferentes métodos de llevarlos a cabo”, confesó al referir que lo que nunca hará en su vida será “despreciar cualquier tipo de lucha social, siento que tengo mucho para aportar pero hay que mirar con más atención a la juventud”.

Seguirá siempre luchando por lo que más le obsesiona en materia de derecho social, el tema de la vivienda y el empleo. “Siempre digo que es una obsesión, en el Uruguay hay una carencia de 35 mil viviendas, estaríamos hablando de unos 150 mil uruguayos que no tienen acceso a la vivienda, como derecho es prioritario, también el acceso al trabajo digno, a la formación”.

También apuesta a profundizar la triada cultura, identidad y convivencia, elementos que según Otero, los claves para llevar el país a un mejor rumbo. “La identidad de tu cuadra, de tu barrio, de conocer la historia de tu vecino, de tu alrededor, eso te da la convivencia, es clave para ayudar a superar los malos momentos de un país, me gusta trabajar cualquier proyecto desde esa visión, hablo con los más veteranos y los más jóvenes, es la única forma de transformar una sociedad en virtudes”.

Escrito por Mélida Briceño

fuente  LA REPÚBLICA

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