Ilustración: Foto que muestra la zona cero para el lanzamiento de la bomba, que fue precisamente el centro de la ciudad, maximizando a propósito el número de víctimas civiles.
Al señor Claude Eatherly
Formerly Major U. S. Air Force
Veterans Administration Hospital, Waco, Texas
3 de junio de 1959
Estimado señor Eatherly:
El que escribe estas líneas es para usted un desconocido. Para nosotros, en cambio, para mis amigos y para mí, usted es una persona conocida. Seguimos con el corazón en un puño sus esfuerzos por salir de su desgracia, estemos en Nueva York, en Viena o en Tokio. Pero no lo hacemos por curiosidad, ni porque su “caso” nos interese desde los puntos de vista médico o psicológico. No somos ni médicos ni psicólogos. Lo hacemos porque nos ocupamos, llenos de miedo y de angustia, de dilucidar aquellos problemas morales que hoy se nos plantean a todos. La tecnificación de la existencia, esto es, el hecho de que todos nosotros, sin saberlo e indirectamente, cual piezas de una máquina, podríamos vernos implicados en acciones cuyos efectos seríamos incapaces de prever y que, de poder preverlos, no podríamos aprobar –esta tecnificación ha cambiado toda nuestra situación moral. La técnica ha traído consigo la posibilidad de que seamos inocentemente culpables de una forma que no existió en los tiempos de nuestros padres, cuando la técnica todavía no había avanzado tanto.
Comprenderá la relación que esto guarda con usted: a fin de cuentas, usted fue uno de los primeros que se implicó en esta nueva forma de culpa, en la que hoy o mañana cualquiera de nosotros podría verse implicado. A usted le ha ocurrido lo que a todos nosotros podría ocurrirnos mañana. Así pues, por esta razón para nosotros usted es un ejemplo paradigmático, incluso un precursor.
Al señor Claude Eatherly
Formerly Major U. S. Air Force
Veterans Administration Hospital, Waco, Texas
3 de junio de 1959
Estimado señor Eatherly:
El que escribe estas líneas es para usted un desconocido. Para nosotros, en cambio, para mis amigos y para mí, usted es una persona conocida. Seguimos con el corazón en un puño sus esfuerzos por salir de su desgracia, estemos en Nueva York, en Viena o en Tokio. Pero no lo hacemos por curiosidad, ni porque su “caso” nos interese desde los puntos de vista médico o psicológico. No somos ni médicos ni psicólogos. Lo hacemos porque nos ocupamos, llenos de miedo y de angustia, de dilucidar aquellos problemas morales que hoy se nos plantean a todos. La tecnificación de la existencia, esto es, el hecho de que todos nosotros, sin saberlo e indirectamente, cual piezas de una máquina, podríamos vernos implicados en acciones cuyos efectos seríamos incapaces de prever y que, de poder preverlos, no podríamos aprobar –esta tecnificación ha cambiado toda nuestra situación moral. La técnica ha traído consigo la posibilidad de que seamos inocentemente culpables de una forma que no existió en los tiempos de nuestros padres, cuando la técnica todavía no había avanzado tanto.
Comprenderá la relación que esto guarda con usted: a fin de cuentas, usted fue uno de los primeros que se implicó en esta nueva forma de culpa, en la que hoy o mañana cualquiera de nosotros podría verse implicado. A usted le ha ocurrido lo que a todos nosotros podría ocurrirnos mañana. Así pues, por esta razón para nosotros usted es un ejemplo paradigmático, incluso un precursor.
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Eatherly morirá en el manicomio en 1978, con 70 años. Nunca obtuvo el consuelo de que lo considerasen oficialmente culpable. Pero en 1959 recibió otra carta que alivió su carga. Estaba firmada por 30 jóvenes japonesas. Dice así. «Estimado señor: Todas nosotras somos chicas que, aunque tuvimos la suerte de escapar a la muerte, fuimos heridas en nuestros rostros y en nuestro cuerpo por las bombas atómicas. Nostros rostros muestran cicatrices y heridas, y es nuestro deseo que esa cosa horrible a la que se llama guerra no se repita jamás. Hemos sabido que los sentimientos de culpabilidad lo atormentan y que ha sido internado en un psiquiátrico. Le escribimos para expresarle nuestra más profunda conmiseración y asegurarle que no sentimos odio hacia usted [...]. Lo consideramos una víctima más.
Tomado de: RFU
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