Las 7 y 30, como todos los días me tengo que levantar. Quiero pero no puedo. El cuarto gira a mí alrededor. Transpiro, paso rápidamente del frío al calor y viceversa. El estómago aprieta y comienzan a deambular una sucesión de imágenes que de a poco...
Por: Iván Solarich
Foto | M.S.
Las 7 y 30, como todos los días me tengo que levantar. Quiero pero no puedo. El cuarto gira a mí alrededor. Transpiro, paso rápidamente del frío al calor y viceversa. El estómago aprieta y comienzan a deambular una sucesión de imágenes que de a poco me dan pistas del asunto. Me pasa algo que no me es habitual. Estoy confundido. Confío bastante en mi cabeza, pero mucho en las señales de mi cuerpo: sobre todo en las malas me ha salvado siempre.
Es miércoles 20 de julio. Se me escapan las lágrimas, y aunque me parece extraño, estoy contradictoriamente feliz. Pero sigo en cama, incómodo, la mañana avanza y apenas si puedo dormitar. A las 13 me doy una ducha y aprovecho a afeitarme. Me quiero preparar. Necesito prepararme. La cita está vez no será a las 5 en punto de la tarde, sino a las 6. Bajo a almorzar, pero no puedo. Vuelvo a la habitación y me acuesto. Necesito confiar en que podré. Descanso mejor. 15 y 10 me despierto, el cuarto ya no gira, mi cuerpo esta tibio y las imágenes cesaron, al menos lograron un orden. Un orden comprensible.
Entonces la alegría me invade. Ahora sé que podré estar presente. No podía fallarles, no me podía fallar. Mi cuerpo (o mi psiquis, que es lo mismo o casi) me había hecho una jugarreta, pero ahora volvía a alinearse conmigo. Con la voluntad de ser y estar en esta vida a mi manera.
No era para menos, una esquina nos convocaba esa tarde. 41 años atrás, Maldonado y Paraguay tampoco era una esquina cualquiera. Por la vieja Dirección Nacional de Información e Inteligencia de la Policía, pasaron muchos uruguayos desde el ´73 en adelante. Pero en el funesto 1975 “Año de la Orientalidad”, vi cómo se juntaban el orín, la bañera sucia con excrementos para el submarino, los alaridos por la picana, las colgadas, los cuerpos rebotando contra los azulejos de los baños por la palizas, las grabaciones, la música estridente y el hueco de ese montacargas, ESE MONTACARGAS -que cual megáfono- todo lo amplificaba para instalar el terror entre la muchachada detenida.
Fueron semanas compartidas con mis hermanos de la vida. Los voy a nombrar porque no existen las historias anónimas. Ernesto Sábato dijo alguna vez, “no puedo pensar en 30 mil desaparecidos, debo fijar un rostro, decir un nombre, para hablar por todos”. Pido perdón si olvido a algunos: Rafael Sanseviero, Waldir Tavarez, Carlitos Amir, Peter Kroch, Mauricio García, Pecos Giambruno, Eugenio Rivera, Milton Castellanos, Joaquín Pau, David Pessano, Alvarito Pita, Gonzalo Ross, Víctor Fernández, Juan Trabal, y nuestras compañeras: Margarita Machado, Eva Marín, Rosario González, Gracielita Salomón, Graziella Modernell, Mary Cabrera, Rita Muniz y Macedonia.
Pero este 20 de julio fuimos llegando a la hora señalada, decenas, cientos. El día estaba hermoso, frio pero hermoso. Nos fuimos abrazando a la vez que comprobando el paso del tiempo, pero al calor de los abrazos… el estado inalterable de los sueños.
Los funcionarios del MEC tempranamente aprontaban la amplificación, cubrían con nuestra bandera uruguaya la placa a descubrir, mientras la policía cortaba el tránsito y aprovechaba anticipadamente a sacar fotos de la placa. Si, funcionarios policiales sacando fotos a la placa. Signos de una nueva policía. La bajada a contramano por Paraguay simulaba un verdadero desembarco de patriotas. El diccionario no miente. Los patriotas defienden su Patria. Y los que iban llegando, ¡vaya si la habían defendido con su vida!
Y me “volví” nuevamente 41 años atrás. Cuando terminado el período más duro de la tortura, los varones estábamos tirados en una celda común en la planta baja, esperando destinos diversos. Los mayores con 18, 19 y 20 años, ser trasladados al Penal de Libertad. Mientras Milton y Joaquín con 17, y yo con 15, a la cárcel de menores, al temible Alvares Cortés.
Como todas aquellas tardecitas, al cambiar el turno, nos visitaba Cacho Bronzini, el único torturador que gustaba mostrarse y hablarnos a cara descubierta mientras nos escupía su inefable saludo: “¿Qué tal, mis palomitas blancas?”. Luego se quedaba invariablemente a humillarnos y despreciarnos en cada frase. Y curiosamente, a contarnos aspectos de su vida cotidiana. Muchas veces, también de su vida íntima.
Sin alternativa, estábamos condenados a escucharlo: algunos optábamos por mirarlo y obviamente ninguno respondía. Salvo… el inolvidable Mauricio García. El sí se levantaba, se acercaba a la reja, y como si tratara de convencer al mejor de sus amigos, argumentaba políticamente y lo cuestionaba en su rol de también asalariado e instrumento de la represión para finalizar sentenciando, “mira que nosotros estamos aquí dentro pero somos libres, libres con nuestra conciencia. En cambio vos estas afuera pero preso, preso de vos mismo y de un sistema que te usa”. El Cacho Bronzini no lo podía creer, y la verdad que nosotros tampoco. ¿Intentaba convencer a su propio torturador? Ese era nuestro “Mamino”.
Se hicieron las 18 horas. Cayó la noche pero Silvia Sena trajo la luz cuando leyó por todos. En cada palabra suya estábamos cada una y cada uno de nosotros. Luego siguió Nicolás Pons –representando al MEC-, con la elocuencia y profundidad que lo ha caracterizado en cada “Marca”. Y culminó la oratoria el Ministro Bonomi, quién a través de su discurso expresó por parte del actual Gobierno la voluntad de resarcimiento moral a las víctimas detenidas y violentadas en ese centro por parte del Estado uruguayo de la época, y el compromiso de que la foto del ignominioso Inspector Victor Castiglioni (ex director de la DNII) se mantendría en la Galería del edificio llevando una leyenda alusiva a su funesta labor, como parte del rescate de la memoria colectiva. Y al final se procedió a descubrir la placa que para siempre quedó estampada en esa esquina: para que desde ahora nadie olvide que ahí también la dictadura intentó silenciar la Resistencia del pueblo uruguayo a la tiranía.
Maldonado y Paraguay por vez primera lució luminosa. Como 41años atrás, ahí estábamos todas las “palomitas blancas” del Cacho Bronzini. Pero también Ewe, Juanita, Gastón, Diego, el Gallego Victor, el Canario Luis, y tantas y tantos que nombrarlos sería interminable.
El que si no apareció fue el Cacho Bronzini. Paradojas de la Historia: hace unos años su propia hija le descerrajó un balazo y lo dejó postrado en una silla de ruedas. Al tiempo murió. Es que al final, la vida se encarga de pasar factura por la propia siembra.
Los queridos Joaquín Pau y Eugenio Rivera no pudieron asistir, el destino a veces juega chueco y se encapricha antes de tiempo.
Pero hubo un hermano que tampoco llegó. No pudo. De verdad que no pudo. Camarada locuaz de todos los que estuvimos en esa celda 41 años atrás. Sin embargo, vivimos la recompensa de que a nosotros se nos confiara leer la letra chica que sonríe estampada en la placa: “La O mayúscula del Optimismo, la que sigue soñando un mundo mejor, tendrá siempre el rostro y la sonrisa del entrañable Mauricio García”.
Tenías razón Bronzini, vos lo gritabas todas las noches y ahora que no estás, te lo podemos confesar: “Mamino” y todos nosotros, somos absolutamente incorregibles.
FUENTES DE
Foto | M.S.
Las 7 y 30, como todos los días me tengo que levantar. Quiero pero no puedo. El cuarto gira a mí alrededor. Transpiro, paso rápidamente del frío al calor y viceversa. El estómago aprieta y comienzan a deambular una sucesión de imágenes que de a poco me dan pistas del asunto. Me pasa algo que no me es habitual. Estoy confundido. Confío bastante en mi cabeza, pero mucho en las señales de mi cuerpo: sobre todo en las malas me ha salvado siempre.
Es miércoles 20 de julio. Se me escapan las lágrimas, y aunque me parece extraño, estoy contradictoriamente feliz. Pero sigo en cama, incómodo, la mañana avanza y apenas si puedo dormitar. A las 13 me doy una ducha y aprovecho a afeitarme. Me quiero preparar. Necesito prepararme. La cita está vez no será a las 5 en punto de la tarde, sino a las 6. Bajo a almorzar, pero no puedo. Vuelvo a la habitación y me acuesto. Necesito confiar en que podré. Descanso mejor. 15 y 10 me despierto, el cuarto ya no gira, mi cuerpo esta tibio y las imágenes cesaron, al menos lograron un orden. Un orden comprensible.
Entonces la alegría me invade. Ahora sé que podré estar presente. No podía fallarles, no me podía fallar. Mi cuerpo (o mi psiquis, que es lo mismo o casi) me había hecho una jugarreta, pero ahora volvía a alinearse conmigo. Con la voluntad de ser y estar en esta vida a mi manera.
No era para menos, una esquina nos convocaba esa tarde. 41 años atrás, Maldonado y Paraguay tampoco era una esquina cualquiera. Por la vieja Dirección Nacional de Información e Inteligencia de la Policía, pasaron muchos uruguayos desde el ´73 en adelante. Pero en el funesto 1975 “Año de la Orientalidad”, vi cómo se juntaban el orín, la bañera sucia con excrementos para el submarino, los alaridos por la picana, las colgadas, los cuerpos rebotando contra los azulejos de los baños por la palizas, las grabaciones, la música estridente y el hueco de ese montacargas, ESE MONTACARGAS -que cual megáfono- todo lo amplificaba para instalar el terror entre la muchachada detenida.
Fueron semanas compartidas con mis hermanos de la vida. Los voy a nombrar porque no existen las historias anónimas. Ernesto Sábato dijo alguna vez, “no puedo pensar en 30 mil desaparecidos, debo fijar un rostro, decir un nombre, para hablar por todos”. Pido perdón si olvido a algunos: Rafael Sanseviero, Waldir Tavarez, Carlitos Amir, Peter Kroch, Mauricio García, Pecos Giambruno, Eugenio Rivera, Milton Castellanos, Joaquín Pau, David Pessano, Alvarito Pita, Gonzalo Ross, Víctor Fernández, Juan Trabal, y nuestras compañeras: Margarita Machado, Eva Marín, Rosario González, Gracielita Salomón, Graziella Modernell, Mary Cabrera, Rita Muniz y Macedonia.
Pero este 20 de julio fuimos llegando a la hora señalada, decenas, cientos. El día estaba hermoso, frio pero hermoso. Nos fuimos abrazando a la vez que comprobando el paso del tiempo, pero al calor de los abrazos… el estado inalterable de los sueños.
Los funcionarios del MEC tempranamente aprontaban la amplificación, cubrían con nuestra bandera uruguaya la placa a descubrir, mientras la policía cortaba el tránsito y aprovechaba anticipadamente a sacar fotos de la placa. Si, funcionarios policiales sacando fotos a la placa. Signos de una nueva policía. La bajada a contramano por Paraguay simulaba un verdadero desembarco de patriotas. El diccionario no miente. Los patriotas defienden su Patria. Y los que iban llegando, ¡vaya si la habían defendido con su vida!
Y me “volví” nuevamente 41 años atrás. Cuando terminado el período más duro de la tortura, los varones estábamos tirados en una celda común en la planta baja, esperando destinos diversos. Los mayores con 18, 19 y 20 años, ser trasladados al Penal de Libertad. Mientras Milton y Joaquín con 17, y yo con 15, a la cárcel de menores, al temible Alvares Cortés.
Como todas aquellas tardecitas, al cambiar el turno, nos visitaba Cacho Bronzini, el único torturador que gustaba mostrarse y hablarnos a cara descubierta mientras nos escupía su inefable saludo: “¿Qué tal, mis palomitas blancas?”. Luego se quedaba invariablemente a humillarnos y despreciarnos en cada frase. Y curiosamente, a contarnos aspectos de su vida cotidiana. Muchas veces, también de su vida íntima.
Sin alternativa, estábamos condenados a escucharlo: algunos optábamos por mirarlo y obviamente ninguno respondía. Salvo… el inolvidable Mauricio García. El sí se levantaba, se acercaba a la reja, y como si tratara de convencer al mejor de sus amigos, argumentaba políticamente y lo cuestionaba en su rol de también asalariado e instrumento de la represión para finalizar sentenciando, “mira que nosotros estamos aquí dentro pero somos libres, libres con nuestra conciencia. En cambio vos estas afuera pero preso, preso de vos mismo y de un sistema que te usa”. El Cacho Bronzini no lo podía creer, y la verdad que nosotros tampoco. ¿Intentaba convencer a su propio torturador? Ese era nuestro “Mamino”.
Se hicieron las 18 horas. Cayó la noche pero Silvia Sena trajo la luz cuando leyó por todos. En cada palabra suya estábamos cada una y cada uno de nosotros. Luego siguió Nicolás Pons –representando al MEC-, con la elocuencia y profundidad que lo ha caracterizado en cada “Marca”. Y culminó la oratoria el Ministro Bonomi, quién a través de su discurso expresó por parte del actual Gobierno la voluntad de resarcimiento moral a las víctimas detenidas y violentadas en ese centro por parte del Estado uruguayo de la época, y el compromiso de que la foto del ignominioso Inspector Victor Castiglioni (ex director de la DNII) se mantendría en la Galería del edificio llevando una leyenda alusiva a su funesta labor, como parte del rescate de la memoria colectiva. Y al final se procedió a descubrir la placa que para siempre quedó estampada en esa esquina: para que desde ahora nadie olvide que ahí también la dictadura intentó silenciar la Resistencia del pueblo uruguayo a la tiranía.
Maldonado y Paraguay por vez primera lució luminosa. Como 41años atrás, ahí estábamos todas las “palomitas blancas” del Cacho Bronzini. Pero también Ewe, Juanita, Gastón, Diego, el Gallego Victor, el Canario Luis, y tantas y tantos que nombrarlos sería interminable.
El que si no apareció fue el Cacho Bronzini. Paradojas de la Historia: hace unos años su propia hija le descerrajó un balazo y lo dejó postrado en una silla de ruedas. Al tiempo murió. Es que al final, la vida se encarga de pasar factura por la propia siembra.
Los queridos Joaquín Pau y Eugenio Rivera no pudieron asistir, el destino a veces juega chueco y se encapricha antes de tiempo.
Pero hubo un hermano que tampoco llegó. No pudo. De verdad que no pudo. Camarada locuaz de todos los que estuvimos en esa celda 41 años atrás. Sin embargo, vivimos la recompensa de que a nosotros se nos confiara leer la letra chica que sonríe estampada en la placa: “La O mayúscula del Optimismo, la que sigue soñando un mundo mejor, tendrá siempre el rostro y la sonrisa del entrañable Mauricio García”.
Tenías razón Bronzini, vos lo gritabas todas las noches y ahora que no estás, te lo podemos confesar: “Mamino” y todos nosotros, somos absolutamente incorregibles.
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