María Luz Osimani, el viernes, durante el acto de colocación de la placa recordatoria en la ex cárcel de Cabildo. Foto: Federico Gutiérrez
Desde ahora, quien pase por la esquina montevideana de Cabildo y Miguelete podrá ver una placa de bronce que da cuenta de que allí, entre 1968 y 1977, funcionó la primera cárcel de mujeres presas políticas en Uruguay. La iniciativa surgió del impulso de las ex presas políticas, que emprendieron esta acción como forma de recuperar la memoria, pero no por la historia en sí, sino por el futuro.
Por la cárcel Cabildo pasaron más de 200 presas políticas. Algunas de ellas comenzaron a juntarse hace 15 años, y hace dos que empezaron a trabajar “en un proyecto de recuperar la memoria de lo que pasaba adentro de los muros”, contó a la diaria Martha Avella, de 76 años de edad, que estuvo presa en Cabildo entre 1969 y 1975. La colocación de la placa es una de las acciones mediante las que el Estado uruguayo reconoce el período de terrorismo de Estado que vivió el país entre el 13 de junio de 1968 y el 28 de febrero de 1985, y cumple con el reconocimiento y la reparación a las víctimas determinados por la Ley 18.596.
La esquina de Cabildo y Miguelete estaba llena de gente el viernes de tardecita; ahora funcionan allí la Dirección Nacional del Liberado y el Centro de Formación Penitenciaria.
“Nos parecía que no podíamos poner una placa fríamente, que teníamos que ver al pueblo, trabajar con el barrio, con los vecinos que, en última instancia, habían soportado, sufrido y vivido las mismas vicisitudes que vivíamos nosotras, porque la calle estuvo cerrada mucho tiempo. Encontramos mucho apoyo, en el Municipio B, de los vecinos, que estuvieron muy dispuestos a dar sus testimonios. Trabajamos con las escuelas del barrio, con el liceo, la comisión de género, los sindicatos, Sutel [Sindicato Único de Telecomunicaciones], asociaciones y organizaciones; tal vez eso explica que hoy hubiera un poco más de gente que la que hay habitualmente” en estas actividades, contó Martha, ya de noche.
María Luz Osimani leyó un discurso en nombre de todas las ex presas políticas. El texto daba cuenta de que había sido un “proceso sanador y reconciliador, en lo individual y en lo colectivo”. Habló de que la dictadura cívico-militar buscó la “destrucción total” de ellas como mujeres, y de las largas colas que tenían que hacer semana a semana sus familiares. “Fue necesario un período de decantación”, dijo, en relación a los 40 años que pasaron desde que Cabildo dejó de encerrar a presas políticas y los más de 30 desde el retorno de la democracia. El grupo no enumeró las enormes deudas pendientes que tiene el Estado uruguayo, pero hizo suyo el reclamo de Crysol, la asociación de ex presas y presos políticos, que el 14 de marzo, Día de la y el ex Preso Político, volvió a pedir justicia por los crímenes, torturas y abusos sexuales cometidos durante la dictadura, y que se quite a los militares sentenciados los privilegios que mantienen.
Hablaron también el alcalde del Municipio B, Carlos Varela, el intendente de Montevideo, Daniel Martínez, el ministro del Interior, Eduardo Bonomi, y la subsecretaria de Educación, Edith Moraes. Sus discursos fueron breves y todos aludieron a la importancia de fortalecer la memoria para que no vuelva a haber terrorismo de Estado.
Recuerdos vivos
“Me acuerdo de que me pasaban por la mirilla de la puerta y yo tenía miedo de que no me fueran a pasar las orejas. Nunca fue una cárcel para mí; cuando yo llegaba era como un cumpleaños, como si fuera una fiesta con un montón de tías”, contó uno de los hijos de aquellas presas políticas en el documental Memorias, elaborado por Román Rodríguez Salgado, hijo de una ex presa de Cabildo. La puerta estaba allí, exhibida junto a la placa, por ser un símbolo muy potente.
Antes de empezar la ceremonia, Marta Pérez Hernández, de 75 años, recordó a su padre, las colas que hacía, y dijo que “cuando llegaba a la ventanilla para hablar conmigo estaba con el bastón y temblando de arriba a abajo, no podía venir muy seguido porque se enfermaba; no entendía, yo le decía que estaba ahí por [buscar] un cambio”. Ella era dirigente sindical desde los 16 años, primero del sindicato textil y luego del de la madera (Soima); la llevaron presa de su casa “por estar afiliada a un partido político que estaba proscripto, que ellos proscribieron”, aclaró.
María Inés tenía 17 e iba a visitar a su hermana, que tenía 18 cuando cayó y que estuvo cuatro años en Cabildo y después fue trasladada a Punta de Rieles. “Me acuerdo que venía una vez por semana, hacíamos la fila para entrar, te revisaban toda y estábamos un rato, pero, en realidad, dentro de todo era mejor acá que en Punta de Rieles, porque acá tenías un trato más cercano y allá era todo reja de por medio. Acá era diferente, el trato era especial, porque no estaban acostumbrados a tener presos políticos, y aquello fue construido especialmente para eso”, recordó.
En la ceremonia y en las charlas afloraban más las cosas buenas que las malas, tal vez porque, como decía María Inés, la etapa de Punta de Rieles fue mucho más dura.
Las ex presas quisieron que en la ceremonia sonaran algunas de las canciones que cantaban mientras estaban recluidas. Mediante el programa Esquinas de la Memoria, consiguieron un profesor de guitarra del Taller Uruguayo de Música Popular con el que durante todo el verano ensayaron tres canciones, que entonaron todas juntas. La primera fue “Vientos del pueblo”, poema de Miguel Hernández musicalizado por una de las ex presas. Le siguió “Pa’l que se va”, de Alfredo Zitarrosa, que cantaban cuando una presa salía en libertad, y “Sentados al cordón de la vereda”, de José Carbajal, el Sabalero, que “la cantábamos siempre”, explicó María Amalia, una de las ex presas. ¿Cómo era la vida dentro de la cárcel? “Hacíamos de todo: manualidades, estudiar, conversar, cantar. Había algunas compañeras que tocaban la guitarra, yo aprendí a tocar. Hubo distintas etapas. En el primer Cabildo estaban todas juntas. Cuando yo llegué, en la última etapa del Cabildo, eran todas celdas, había tres corredores distintos con celdas, algunas con tres compañeras, otras con cuatro”. Cantaban todas juntas cuando salían al patio. “Sentados al cordón de la vereda” fue acompañada por tambores. No era casual: parece que ellas escuchaban siempre tambores y pensaban que era una cuerda de la zona que ensayaba; al tiempo se enteraron de que tocaba especialmente para ellas.
El contacto con el barrio era “más auditivo que visual”, contó Martha. Lo mismo dijo un vecino, que prefirió no identificarse. Tiene 67 años, y desde que nació vive a media cuadra de la cárcel. “Yo tenía la edad de ellas, 20 y poco, también militaba y siempre estaba pendiente de una seña, de un sonido, de un grito, de un canto, de las visitas que entraban y salían, de cuando las trasladaban. Durante mucho tiempo tuvimos una tanqueta M 113 - que había antes, de transporte de tropas- en cada esquina; era el terror, más para los niños. Los papás tenían que llevar a los niños a la escuela con el documento en la mano. Pintaron de blanco de la mitad para abajo todos los árboles que rodeaban la cárcel para poder dispararle a alguien que estuviera atrás de un árbol”, relató. Contó que aun así, hubo dos fugas, el 8 de marzo de 1970 y el 30 de julio de 1971. “Los vecinos vivimos las fugas con mucha emoción, aplaudíamos para adentro, porque si aplaudíamos para afuera terminábamos adentro. Había vecinos que miraban para otro lado”, señaló.
Edith Moraes -no la subsecretaria de Educación, sino una ex presa política- escuchaba el relato del vecino y agregó: “Lo importante es ahora. Los barrios tienen que recuperar su historia pero además avanzar, cambiar la realidad de esta cárcel; hay muchas generaciones que no conocen lo que pasó. No es que los jóvenes no quieran saber nada, a veces nosotros, los mayores, no les hemos sabido explicar. La vida no es blanco y negro, pero hay que demostrarles para que ellos tengan herramientas para pensar por sí solos”.
Varinia, de 50 años, es hija de Élida, que estuvo presa de 1969 a 1977 en Cabildo y luego en Punta de Rieles. “Cuando ella cayó yo tenía tres años, y cuando salió tenía 17 para cumplir 18: estuvo 15 años presa”, contó. “De acá tengo muchos recuerdos”, dijo. Algunas veces se quedó a dormir. “Era como un secreto, sabían todos los del penal, pero cuando se hacía la guardia había que esconderse arriba del wáter y taparse con la cortinita, eso lo vivía con diez años. Saqué varias fotos contra la puerta, porque uno de los recuerdos que tengo es de cuando cerraban la puerta a las cinco de la tarde y yo a veces me quedaba y me iba a visitar a otras presas y salía por el agujerito ese, que es chico, pero yo era chica y flaquita. Tengo muchísimos recuerdos: de que escuchaban a [Joan Manuel] Serrat, de una vez que en el patio pusieron la televisión y de que iban a pasar una película de [Carlos] Saura y era todo un acontecimiento. Yo tengo la comparación con la cárcel de Punta de Rieles; entonces, esta cárcel para mí era una maravilla y todos los recuerdos en general son buenos. Iba de celda en celda, ellas hacían su propia comida y había cierta libertad, derechos humanos, digamos. Después, cuando se llegó a Punta de Rieles, se perdió todo eso y fue realmente un campo de concentración”. ¿Qué significa la placa para ella? “La placa, nada. No me reúno con hijos [de ex presos políticos], nunca fui a una actividad, pero hoy sentí que tenía que venir, porque para mí Cabildo es algo muy fuerte, es la mayor parte de mi niñez. Quería ver si me dejaban entrar a la cárcel y hoy me dijeron que no, pero que viniera el lunes. La placa no significa nada, pero me resultó súper emocionante ver a todas estas mujeres que todavía están ahí resistiendo, que están vivas, a los hijos; me encontré con algunos compañeritos de visitas y la verdad es que estoy explotando de emoción, de una emoción contenida desde hace muchos años, porque yo no soy de andar hablando de que soy hija de y no formo parte de [agrupaciones de] hijos, pero es muy fuerte”, expresó.
FUENTES DE LA DIARIA
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