Srecko Horvat: Nos estamos yendo a tiempos muy oscuros.
Srecko Horvat, croata, tiene 33 años, es filósofo, activista político y es una voz “carismática” dentro de su generación, según el director de cine Oliver Stone. Discípulo del esloveno Slavoj Žižek, con quien ha coescrito ¿Qué quiere Europa? (en inglés, What Europe Wants?), colaborador de Yannis Varoufakis y cofundador con él del movimiento europeo DiEM25.
-En 2011 tuvimos el 15-M, Occupy Wall Street y una ola de protestas que dieron lugar a nuevos movimientos que parecían liderar un cambio en la izquierda. Cinco años después, el Reino Unido sale de la Unión Europea con un discurso nacionalista, Trump gana en Estados Unidos y la derecha populista crece como nunca en Europa. ¿Qué le pasa a la izquierda?
-Esto no solo ha pasado en Estados Unidos y en Europa. Después de una década de gobiernos de izquierdas en Latinoamérica, inspirados en el Foro de Porto Alegre, la derecha ha vuelto. Por un lado tienes a la internacional nacionalista —fascista—, simbolizada por Trump, Erdogan, Putin, Orbán, Le Pen, la AfD alemana, Farage, Wilders y muchos más. Y luego, aunque suene como una contradicción en términos —pero no lo es— sucede que esta derecha radical, autoritaria y nacionalista está unida con la internacional de la austeridad, representada por la Troika, por Merkel y por los grandes poderes financieros. Son dos caras de la misma moneda.
La izquierda, en general, ha sido incapaz de convencer a la gente de que son sus políticas las que crearían nuevos trabajos, nuevas inversiones y más seguridad social. Han sido Trump y los de la internacional nacionalista quienes han hablado de que van a conservar los puestos de trabajo. Todo esto, claro, es una ilusión, porque como digo, solo es la otra cara de la moneda de la austeridad.
-Pero la que tú llamas “internacional nacionalista” ha ganado, precisamente, porque ha dicho que destruirá al establishment político que representa la “internacional de la austeridad”.
-Lo cual no es cierto. Estamos hablando de una realidad que se complementa y es muy importante hacer hincapié en que ambos son establishment. Farage y Trump son millonarios, por ejemplo. En el gabinete de la administración Trump tienes a gente de Exxon, de Pfizer, de Goldman Sachs; tienes a Peter Thiel. No es el mismo establishment, es algo diferente pero, en el fondo, vuelve a ser lo mismo.
La internacional de la austeridad, representada por Hillary Clinton, el BCE, Merkel, Schauble, impulsada por la traición de la socialdemocracia y por los mal llamados socialistas, como Hollande, por imponer medidas de austeridad, por no crear puestos de trabajo, por no generar oportunidades de inversión, creó a la internacional nacionalista-fascista.
-Y la austeridad también dio lugar a fenómenos como Syriza, con discursos que parecían conectar otra vez con los trabajadores y con el precariado… En apenas cinco años se han estrellado.
-Una de las razones por las cuales Syriza u otros nuevos movimientos de izquierda no triunfaron es porque, si en un lado tenías a la internacional fascista y en el otro a la internacional de la austeridad, la única respuesta era una internacional progresista, que nunca existió y sigue sin existir. Esto significa una nueva internacional, algo parecido al movimiento no-alineado.
Habría que crear un nuevo bloque de países, algo que, de algún modo, ya pasó en Latinoamérica; lo que Tariq Ali llama los Piratas del Caribe opuestos al dominio neoliberal. Creo que necesitamos algo así en Europa y pienso que es muy peligroso que algunos camaradas de la izquierda aboguen por el Lexit (Left Leave). En definitiva, defienden lo mismo que Le Pen y que Farage. Parte de la izquierda apuesta por una retirada al estado-nación, para luego ganar soberanía nacional, y básicamente volver a perder.
-Aparte de la falta de un eje internacional contra el sistema económico, a la izquierda también le afecta el siguiente problema: es posible que un trabajador industrial medio francés esté más preocupado por su salario a final de mes que por la inmigración que precisamente amenaza ese puesto de trabajo, o por la lucha contra el cambio climático que puede imponer más regulaciones a las fábricas y que, por tanto, terminen cerrando. ¿Se ha preocupado más la izquierda por lo segundo que por lo primero?
-Tuve la oportunidad de estar en Port Talbot, uno de los núcleos de la industria del acero en Gales. Había leído la prensa británica y esperaba encontrarme con el demonio, con legiones de fascistas. Pero no todos los trabajadores de a pie votaron por el Brexit. Algunos entendían la economía mejor que algunos izquierdistas. Y creo que uno de los problemas de hoy es la demonización de la clase obrera, el hecho de pensar que son todos unos fascistas y que votaron por Trump y por el Brexit, que son estúpidos… Esto es completamente incorrecto y viene de la incapacidad de la izquierda de hacer lo que ya estaba haciendo bien al principio del siglo XX, que era ir a las fábricas a hablar con la gente y a entender sus problemas. Los fascistas han hecho precisamente eso.
-Han cambiado muchas cosas desde el inicio del siglo XX, sobre todo por la tecnología. Parece algo imparable… ¿Qué hacemos, quemamos las máquinas?
-No. No hay que parar el desarrollo tecnológico, pero sí que debemos irnos a la pregunta más vieja de todas: ¿quién posee los medios de producción? ¿Está la tecnología en manos de las corporaciones de Silicon Valley o está en manos de la gente? Si la tecnología está en manos de las grandes empresas, por supuesto que todo esto creará un montón de desempleo y de desigualdad.
Un ejemplo es el de los coches autónomos. Cuando alcancen un nivel comercial en Estados Unidos, 3,5 millones de camioneros perderían sus trabajos. ¿Qué hacer? Con Yannis Varoufakis hemos propuesto los dividendos básicos universales, más que una renta básica universal. Esto significa que no tomas el dinero de los contribuyentes sino que pones impuestos al capital. Es decir, pones impuestos a Google, que está fabricando coches sin conductor, y la gente que se queda sin trabajo por eso recibe una renta básica mínima financiada por Google o las empresas que saquen beneficios de esto.
-Son los empresarios más vanguardistas como Elon Musk quienes también hablan de la renta básica…
-Claro, porque el capitalismo no puede funcionar sin consumismo, o sea sin poder adquisitivo de la gente de a pie. Cuando la tecnología arrase con millones de trabajos, los obreros, o se convierten en esclavos, o comienzan una revolución. Por eso desde el capitalismo se piensa también en una renta básica universal y esa es la razón por la cual Elon Musk está a favor de la renta básica universal.
-En definitiva, impuestos a las empresas y no a la gente…
-Eso es. Y debemos ir todavía más al origen de cómo estas compañías se crearon. No tiene ningún sentido que hablemos de genios emprendedores como Steve Jobs que están cambiando el mundo. Un genio, en realidad, no puede existir. Lo que Marx definía en la Grundrisse es que tenemos el intelecto general, que es la acumulación de conocimiento social. Significa que tú y yo, hablando aquí, estamos creando algo que yo solo no puedo crear, ni que tú solo puedes crear.
Google nunca inventó Google Maps. Google solo adquirió la idea que desarrollaron sus ingenieros, o de startups pequeñas del entorno. Ellos compran y absorben, y luego crecen, más y más. Lo único que hacen es privatizar el intelecto general. En ese sentido no tenemos solo que remontarnos hacia una fiscalidad más justa sino a cómo estas compañías nacieron.
–¿Por ejemplo?
-Yéndonos solo al origen de internet: ¿cómo podría existir todo esto si no hubiese sido por un apoyo masivo del Estado en EEUU? Lo mismo sucede con lo que está haciendo Elon Musk en SpaceX. ¿No somos ni capaces de colonizar la Antártida, ni siquiera de proveer con un mundo mejor a nuestros semejantes y ahora tenemos un núcleo de chicos duros, blancos de Silicon Valley que se van a Marte a vivir su utopía? Eso está mal, y eso está apoyado por la NASA, que es el Estado, y que, por tanto, paga toda la gente, sin que devuelvan nada a cambio.
-La derecha, además de ganar elecciones, está ganando la guerra cultural. Parece contradictorio, pero movimientos como la Alt-Right en Estados Unidos se han apropiado del valor de la libertad, sobre todo de la libertad de expresión para derrocar lo que ellos definen como el “régimen de lo políticamente correcto”, donde la izquierda, parece haberse estrellado una vez más.
-El fetichismo de la corrección política empezó, sobre todo, por parte de los liberales, no tanto por la izquierda. Comenzaron a decir que no podías llamar a un negro “negro”, sino que tenías que llamarle afroamericano. Lo que dije es que eso ya estaba mal en un origen, porque ya ni siquiera era políticamente correcto, para empezar porque no toda la gente negra viene de África.
La corrección política es perversa y lo que hicieron con ella es lo que en alemán se llama denkverbot, la prohibición de pensar. Hay quien piensa que si llamamos afroamericano a un negro las cosas irán mejor, pero no hemos cambiado la situación económica y social de la gente negra. Obama es el ejemplo más claro: todo el mundo estaba contento porque finalmente teníamos a un presidente negro. Pero eso es solo un color. Ahora nos asusta Trump por el muro con México. Y debemos estar asustados. Pero no nos olvidemos de que Obama deportó a 2,5 millones de inmigrantes, más que ningún otro presidente en la historia de EEUU. Es como si celebráramos que el feminismo llegó al Reino Unido porque Margaret Tatcher era mujer. Las políticas de identidad nos han llevado a la derrota política de la izquierda y, por el contrario, la derecha, está abiertamente hablando de todo y, sencillamente, les da igual.
-Hace unas semanas, activistas de izquierdas y antifascistas protestaron violentamente en la Universidad de Berkeley porque un agitador de la Alt-Right, Milo Yiannopoulos, iba a dar un discurso en el campus. ¿Dejan este tipo de ejemplos en entredicho el papel de la izquierda en la defensa de la libertad?
-Voy a ponerte el ejemplo contrario: hace unas semanas hubo una exhibición sobre Anna Frank en una pequeña ciudad costera de Croacia y fue retirada del lugar de exhibición porque los comunistas salían retratados de manera positiva. ¿Qué haces en esa situación? ¿Protestas o lo aceptas? A veces, si las cosas van demasiado lejos, si un fascista te golpea en la cabeza, si hablan de un registro para judíos, por ejemplo, o prohíben una exhibición sobre Anna Frank, no son situaciones en las que la izquierda tenga que hacerse a un lado y teorizar sobre qué hacer o sobre la libertad de expresión.
Se trata de revisionismo histórico que está trayendo a nuestros días la versión posmoderna de los años 30. Son momentos en los que hay que levantarse, porque pronto nos habremos convertido en una versión posmoderna de los años 30. En Estados Unidos está habiendo una gran ola de protestas, pero, sinceramente, no creo que sea suficiente. Protestar es bloquear el JFK de Nueva York por el veto a los musulmanes, paralizar la máquina capitalista. Protestar es taponar las vías del tren en Idomeni o cortar las autopistas en Calais. Son los medios antifascistas de los partisanos de los 30 aplicados a la realidad de hoy. Porque ese tiene que ser el paralelismo: nos estamos yendo a tiempos muy oscuros.
-Hablas de la versión posmoderna de los 30… ¿Representan eso la Alt-Right o la nueva derecha, aunque usen como arma discursiva la defensa de la libertad?
-Por supuesto que no están a favor de la libertad. Es una nueva versión del fascismo. Tenemos que entender que el fascismo nace en un contexto histórico muy específico, en el que no había ni Facebook ni Instagram. Esto nos lleva a que si el fascismo reaparece hoy no tendrá la misma forma que el fascismo de entonces. Pero sí, para ir al grano, estamos hablando de autoritarismo y estamos ya en tiempos muy peligrosos.
Lo que más me preocupa de todo esto, sin embargo, no es que terminemos en una nueva guerra mundial —aunque es algo que podría pasar—, sino que estamos ya en un estado de guerra permanente, como definiría Giorgio Agamben con su término stasis. Mira la cantidad de ataques terroristas que tenemos en Europa en la actualidad, el número de refugiados que están viniendo, las veces que se ha suspendido Schengen, el Brexit, Trump, Le Pen; pero también, en la vida diaria de la gente, todos los que son desahuciados, o los que se han suicidado en Grecia por la austeridad… Es una situación de guerra permanente mucho más peligrosa y perversa que la guerra tradicional, porque la segunda se identifica de manera más clara, mientras que la primera no. Debemos pensar más profundamente porque estamos ante un escenario más peligroso. Hablar de fascismo o autoritarismo no es suficiente. Es algo mucho más complejo porque no hablamos de una guerra al uso.
-Todos estos fenómenos parecen ciertamente extremos. Žižek habla de que los hemos normalizado para seguir con nuestras vidas. ¿Es posible desnormalizar todo esto?
-Recuerdo perfectamente cuando la crisis de los refugiados golpeó Europa. A pesar de que ya estaba sucediendo aquí, en la frontera de España con Marruecos, en África Occidental, en Lampedusa, solo comenzó a hablarse de ella como tal cuando golpeó en el corazón de Europa. El tratamiento mediático apuntó hacia frases como “los flujos de refugiados” o “los ríos de refugiados viniendo desde los Balcanes”… Son términos que definen el fenómeno como si se tratase de una catástrofe natural. Y aquí tenemos el mecanismo de la ideología de naturalizar algo que es un proceso histórico. Mi respuesta es que podemos hacer mucho pero primero debemos entender algo que se está vendiendo ahora como algo natural, como que no hay alternativa, como recordaba Thatcher en su lema. Una vez entendemos que se trata de ideología, entonces tenemos diferentes diferentes maneras de actuar.
-Igual que el populismo de izquierdas se estrelló, podría hacerlo en breves el populismo de derechas. ¿Pero qué pasa con el populismo de centro, con una opción que diga que tengamos miedo de la extrema derecha y de la extrema izquierda, y que en el centro está la solución? Emmanuel Macron en Francia se perfila como un líder que pretende encarnar este concepto.
-Esta es la situación en la que ya estamos y lo llamamos el extremo centro. Recientemente, tuve la oportunidad de estar en Budapest y de hablar con el líder del partido de la extrema derecha en Hungría, Jobbic, abiertamente antisemitas y con 50 miembros en el Parlamento. Me dijo que su principal problema es que Viktor Orbán, de Fidesz, está implementando todo lo que ellos habían defendido antes. Jobbic no es el peligro real, sino Fidesz, el que está en el poder, que aplica todas esas políticas extremistas. El centro, en realidad, solo está acercándose más y más a la extrema derecha.
El extremo centro tiene el mismo tipo de políticas de la extrema derecha, que es la kulturkampf, la guerra cultural, dejando de apoyar todo aquello que no es su ideología oficial y, por el otro lado, implementan medidas neoliberales. Es una combinación muy tóxica y cada vez la tendremos más.
FUENTES RED FILOSOFICA DEL URUGUAY
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