Calica Ferrer, fidelidad eterna a su amigo el Che


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Buenos Aires (PL) Calica Ferrer está a punto de cumplir 90 años y recorre Argentina y el continente americano a cada llamado honrando con fidelidad a su entrañable amigo Ernesto Che Guevara, compartiendo un poco de esas historias que vivieron juntos.

Estar al lado de Calica, quien hace mucho tiempo perdió el nombre de Carlos, es realmente sentir al Che vivo, ver a través de sus ojos, de su sonrisa y de sus muchas anécdotas sobre ese gran argentino que cambió para siempre la historia revolucionaria, que luchó y entregó su vida por un mundo mejor.

Por estos días de homenaje al Che en sus 90 se le sintió nostálgico, estuvo en Rosario y también en la distante ciudad patagónica de San Martín de los Andes, en el museo La Pastera, el lugar donde Ernesto Guevara (Rosario, Argentina, junio 14/1928-La Higuera, Bolivia, octubre 9/1967) se detuvo por un día en su recorrido con su otro amigo, Alberto Granado.

En la casa natal de Ernesto, como él lo llama, se le vio observar con detenimiento las fotos que allí cuelgan en las paredes. Hablaba con pasión y rememoraba desde aquella primera vez que comenzó a fundirse una entrañable amistad: él tenía tres años y su amigo cuatro.

Eran unos pibes (niños), y contó anécdotas y aventuras que lo llevaron juntos a recorrer Latinoamérica en uno de sus dos viajes en motocicleta (1953-1954), ese que convertiría al entonces joven médico en el Che. Calica conserva en su memoria detalles de cada día, de cada momento, y así lo reflejó a dos personalidades que estuvieron en el hogar natal del guerrillero heroico, el expresidente uruguayo José Mujica y el héroe cubano y luchador antiterrorista Antonio Guerrero. Miren esta foto, señalaba hacia una imagen donde aparecía el Che junto a Raúl Castro.

Miren el lomazo de Ernesto, eso se lo dio la natación, resaltaba y luego indicaba otra imagen y otra más donde estaba la familia Guevara de la Serna y personajes de la época que recuerda como si fuera hoy.

Cada vez que Calica habla del Che relata una historia nueva y guarda algunas que, dice, no puedo contar (sonríe). Conversa de aquella travesía que vivieron juntos, de las cosas que le pasaron en Perú y Ecuador.

También del día en el que vivió un susto grande pues su amigo, en pleno ataque de asma, casi se quedó sin respirar. ÂíPelotudo, que susto me has dado!, le dijo al Che tras superar la crisis.

Aunque no lo hace notar, a Calica se le vio emocionado en estos días y cuando le cedieron el micrófono para hablar el 14 de junio en la Plaza Che Guevara, de Rosario, en un frío mediodía, viró su torso en dirección a la escultura de hierro con la imagen de su amigo.

Allí estaban también María Victoria, Ramón, Celia, Ramiro y Juan Martín, cinco de los hermanos del guerrillero.

Estamos reunidos para rendir homenaje a este gran amigo que un día llegó a ser el Che. No quisiera dejar este momento, no dormiría tranquilo sin nombrar a Alberto Granado, su otro gran amigo, dijo a los presentes con esa modestia que caracteriza a uno de los compañeros de aventuras en su niñez y juventud, y para toda la vida.

Conversa Calica con esta redactora, quizás consciente de que tiene por contar mucho a las nuevas generaciones, y recuerda que también el Che contribuyó a fundar Prensa Latina. A la conversación espontánea se unen otros jóvenes deseosos de escucharlo.

Recuerda aquella tarea que le dio Celia de cuidar a Ernesto, y cómo su mamá le dio la tarea a Ernesto de cuidarlo a él en aquella aventura que emprendieron.

Le vienen a la memoria imágenes del Che cuando pidió prestado un traje de torero en Lima que inmortalizó en una foto pero luego se perdió. Él tenía un espíritu aventurero permanente, dice.

De aquella época no quedó mucho registro fotográfico, porque a pesar que el objeto más apreciado del Che en la valija era su camarita, las imágenes las perdió el guerrillero en un naufragio que tuvo en Nicaragua.

Calica y el Che, al igual que Granado, atravesaron caminos espantosos, con frío, calor, sin plata. Aún no he hecho la suma de los días de los viajes, dice y reitera que ese periplo le cambió la vida a Ernesto al descubrir la pobreza de nuestros pueblos, un recorrido que lo convertiría definitivamente en el Che.

Varios episodios vividos corren por su memoria, recuerda también cómo esperaba cartas de Ernesto e iba a buscarlas corriendo cuando Celia, su madre, le avisaba, en aquella barriada de Palermo donde vivían, en la esquina de Araoz 2180. Se las leía de un tirón.

Fue el 7 de julio de 1953 cuando el joven médico partió rumbo a la estación de tren de Retiro y allí se encontraron. Emprendían entonces su último viaje por Latinoamérica, ese que lo llevaría a ser después el Che Guevara.

Más allá de narrar sus historias, Calica hoy rinde homenaje a su amigo como mejor puede hacerlo, legando e inculcando a las nuevas generaciones las ideas del revolucionario.

Visita Rosario desde hace un tiempo acompañando a Mauro Testa, encargado de traducir al italiano el libro de Alberto Granado y quien desde 1999 trabaja en el Instituto para la Recuperación del Adolescente (IRAR), una cárcel donde hay jóvenes entre 16 y 18 años por causas penales graves.

A cuatro de ellos se le otorgó permiso para participar en una de las actividades organizadas por la Municipalidad de Rosario en honor al Che, y allí estaban orgullosos junto a Calica.

Testa relató a Prensa Latina que cuando llegó al lugar comenzó a convocar a muchos amigos, personajes y sobre todo aquellos que tuvieran relación con el Che y Calica se sumó.

Queremos que estos chicos, que ni siquiera tuvieron la suerte de una oportunidad puedan salir, trabajar, y no de los oficios para los pobres, sino tener una profesión creativa, como artistas, músicos, con profesiones diferentes, expresa.

En la Casa de la Memoria rosarina, en una exposición del pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín en homenaje al Che, estaba Elías Montenegro, de 17 años, acompañando a Calica, un buen hombre, señala, a quien le tengo mucho cariño y lo sigo para todos lados, pido permiso para poderlo ver.

Me contó Calica cuando él y el Che eran amigos, cosas que vivieron juntos, subraya el joven, quien se muestra orgulloso porque ya pudo publicar un libro con la editorial municipal de Rosario, el cual recoge 'poesía romántica e historias de cómo sobrevivimos detrás de una reja', señala.

A su lado Ezequiel Soto, de 18 años y quien guarda prisión desde los 16. 'He aprendido mucho con Calica, nos enseñó cosas que no conocíamos. Tengo una hija y quiero cambiar mi vida, el encierro me hizo pensar que lo que estaba haciendo estaba mal, ahora hago audiovisual, carpintería', manifiesta.

Calica los escucha atento. Cuando voy a verlos a la cárcel, dice, le pasamos videos sobre el Che, le hablamos de él y de todo lo que significó y vivió, de la Revolución cubana, de Fidel Castro, de Raúl, de Camilo Cienfuegos.

Me da una alegría inmensa que me reconozcan y los tengo como amigos, en julio voy otra vez al IRAR a darle saludos a los que aún quedan allá, subraya Calica, quien sigue predicando así el legado y el sueño de un hombre nuevo posible.

Hay que poner el hombro, venir a ver a estos chicos, contestar las preguntas, aclararles un poco el panorama y esto se lo dedico a mi amigo Ernesto, porque quiero también que él se conozca más, el ejemplo que es para estas nuevas generaciones, afirma el gran amigo y casi hermano del Che.

Porque como Calica dijera, hoy, más que nunca, que estamos atravesando por una corriente de derecha espantosa en el continente, cuando hay momentos que uno está por el suelo, es necesario recordar una y otra vez al Che porque nos levanta el ánimo y el espíritu.
arb/may

Por Maylín Vidal *

*Corresponsal de Prensa Latina en Argentina.

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