Recuperar la convivencia barrial resulta estratégico como modelo de sociedad,
Tocan timbre; golpean la puerta; hacen palmas. Señales sonoras de que alguien llama a nuestra casa. Si no vivís en la paranoia de la inseguridad, vas hacia la puerta tranquilo. En el camino, jugás a adivinar; la visita de un pariente o amigo, o el vecino que manguea herramientas, o los predicadores de las buenas nuevas post mortem. Abrís la puerta y una brisa nostálgica te acaricia; es un militante frenteamplista que te viene a traer información.
No es un fenómeno sólo de la izquierda uruguaya y ni siquiera de la izquierda; el vínculo, el contacto de cercanías de los partidos políticos con la gente, que en el caso particular de la izquierda fue su valor agregado, viene quedando en un puñado de tercas voluntades.
Entiéndase por vínculo aquel cotidiano del militante con sus vecinos; la izquierda combatía, con su accionar, la práctica de visitar los domicilios sólo durante las campañas electorales.
El puerta a puerta, las mesitas en las ferias, la entrega de materiales informativos en las fábricas, los centros de estudios, pintadas y pasacalles, hablaban de una fuerza política que convivía y formaba parte de la vida del barrio.
El brigadista o manzanero era ese vecino activo, al que, más allá de simpatías o rechazos, la gente conocía, y eso dotaba a la fuerza política de vitalidad, a la vez que el ejercicio de parlamentar, informar, convencer, discutir, era una formidable escuela de formación.
Pero lo cierto es que muchas organizaciones políticas en el mundo padecen de esta anemia del vínculo directo y cotidiano con la población.
De barrios y bases
Dicen que en un encuentro en un hotel de París, don José Batlle y Ordóñez se reunió con un exiliado ruso de nombre Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin, quien contó de su experiencia en el proceso revolucionario ruso y aquella idea de los sóviets, aquella descentralización territorial de la fuerza política.
Habrá influido esa idea en Batlle o no, pero lo cierto es que allí organizó al partido territorialmente en los clubes, y es bien interesante analizar cómo el diario El Día, su órgano oficial, hacía la síntesis y era el mapa de ruta para el accionar de todos aquellos clubes tras un objetivo, logrando construir en los barrios urbanos la hegemonía ideológica colorada, al tiempo que es interesante, también, ver cómo el ejercicio de gobierno se terminó chupando al partido.
Los anarquistas perseguían con sus ateneos un fin parecido de presencia territorial, aunque su impronta de organización de los trabajadores los dotara de una estructura más funcional, que, sin embargo, supo de comités barriales contra la carestía, y la experiencia de la Federación de los Obreros de la Carne en el Cerro fue ejemplo contundente de la síntesis de lo laboral con el territorio y el hábitat.
Las nuevas formas organizativas de las experiencias de los partidos comunistas en Europa alentarían el desarrollo de organizaciones de base, que en el caso de los socialistas uruguayos los llevó a discutir la descentralización de los centros socialistas.
Los comunistas, desde su incidencia en el movimiento, obrero alentaron en los barrios el apoyo a las olas y campamentos de los trabajadores en conflicto.
Y Fucvam fue tal vez la expresión más concreta, contundente y lúcida de ocupación del espacio territorial con la posibilidad de construir una nueva forma de vínculo y propiedad, aunque, huelga decirlo, desde una organización no político partidaria.
Cierto es que en el escaso desarrollo de los medios masivos de comunicación de aquellos tiempos, el centro político en general era el lugar donde ir a informarse; hoy, si la actividad política sólo se concentrara en estar informado, la pantalla y el teclado serían los sustitutos naturales del comité y el brigadista, cosa que parece ocurrir, olvidando los otros objetivos de la actividad política, y la parte de la población que no cuenta con pantalla y teclado lo jerarquiza más como recreación que como información.
“Angustia de sentirme abandonado”
Los comités de base del Frente Amplio de 1971 sacudieron en su momento la práctica política de la izquierda y de la política en general; el nuevo proyecto de fuerza política y unidad de la izquierda generó una identidad de movimiento según la cual las bases de los sectores que integraban la coalición y los frenteamplistas sin sector tenían un lugar de actividad política, cosa que no habían podido lograr hasta el día de hoy los partidos tradicionales, que, en su diversidad de listas y agrupaciones, no logran conformar.
Estos comités, a diferencia de los clubes o los baluartes, no eran lugares que operaran como agencia de colocación de empleos, obtención de pensiones o jubilaciones; aportaban a la discusión política más general de la fuerza política, pero también desarrollaban solidaridad con los trabajadores y centros de estudios en conflicto, promovían actividades culturales y ocupaban aquellos espacios de desarrollo en el espacio barrial que la institucionalidad municipal del momento no abarcaba.
El primer gobierno municipal del Frente Amplio potenció el rol de los vecinos y sus organizaciones. Descentralizó la estructura municipal, aunque los esfuerzos de descentralización política tuvieron más de desconcentración administrativa.
Esta dinamización, esta jerarquización de la presencia vecinal y su participación directa en la política municipal operó como una bomba de fragmentación en el desarrollo político de las estructuras de base en el territorio.
Empezando a diezmarse la capacidad militante para atender varias áreas de trabajo, los militantes se dividieron en quienes militaban con los vecinos y los centros comunales y quienes lo hacían en las ya raquíticas estructuras de base de la fuerza política. Un gradual divorcio formando barras confrontadas de militantes sociales y militantes partidarios, los de masas y los de aparato.
El comité de base dejó de ser el centro natural de la síntesis de la praxis política del territorio para pasar a ser el lugar donde se juntaban todos aquellos que no tenían inserción y vínculo con los vecinos y no atendían sus demandas inmediatas, sostenían unos, y el consejo de vecinos era el lugar donde no había descentralización real en tanto no tenían presupuesto para definir y ejecutar proyectos y los militantes se dedicarían a una suerte de asistencialismo sin desarrollo de la conciencia, decían los otros.
“Que nunca se queda en sombras, frío y vacío, el salón comunal”
Lo cierto es que, en tanto, el neoliberalismo arrasaba. Aquellas industrias textil, del calzado, frigorífica, metalúrgica, empresas de la construcción, que habían sido el sostén de un robusto movimiento obrero, se había desplomado como un castillo de naipes ante la lógica del capital financiero, y en un desesperado sálvese quien pueda, los militantes abandonaron, en la necesidad de hacer el mango, el comité de base, el comité de fábrica, los sindicatos, y también las organizaciones territoriales, las de fomento, las de padres en la escuela, los clubes. Aquellos primeros concejales que representaban organizaciones sociales empezaron a poder autocandidatearse al empezar a desaparecer o dejar de funcionar las mismas. Y también se empezaron a despoblar las plazas, los espacios públicos de encuentro vecinal.
El tobogán que derivaría en la crisis de 2002 dio cierto reverdecimiento, al decir de Andrés Cultelli, de las organizaciones de primer nivel, merenderos, ollas populares, comisiones vecinales, policlínicas barriales, ferias de trueque, huertas comunales y se realizaron los primeros intentos de fábricas recuperadas por sus trabajadores.
Lo que podría haber sido el gen de una organización alternativa de la sociedad se esfumó apenas empezaron los signos de recuperación de la crisis. Faltó la síntesis política de aquel movimiento social que podrían haber realizado los comités de base, pero en encontrar la razón de su existir ya gastaban bastantes energías, y de cara a una nueva batalla electoral, debían dedicarse de lleno a la tarea de juntar votos, tarea que, con la crisis como aliada, empezó a dar sus primeros resultados, como obtener el gobierno nacional; pero al mismo tiempo, la imagen de los luchadores sociales, del vecino activo y solidario con su semejante, se empezó a convertir en la del “político”, el que vivía de la renta partidaria, el que se fue para ocupar puestos en el Estado.
“¿A quién habrá que darle cuerda para empezar a andar?”
Las redes y su nueva forma de vínculo son el espacio de confort del militante del siglo XXI; la comodidad de la silla de escritorio será interrumpida cuando el calendario electoral indique que hay que hacer el esfuerzo de ganar las calles repartiendo listas, aunque el pragmatismo aconseja que se puede pagar algunos mangos a gente siempre dispuesta a esa changa electoral para lo cual no es necesario mayor fidelidad partidaria.
La organicidad política ha tenido que considerar incluir esta nueva forma de militancia virtual, que parece ser la tendencia de la praxis política. Lo que no está en los medios de comunicación y en las redes parece no existir.
Además, la herramienta virtual permite subir la apuesta y el tono de las discusiones; la impunidad de la distancia, con su instantánea capacidad de diálogo, permite enunciar comentaros difíciles de sostener cara a cara.
Así, el hogar es el reducto familiar donde ir a conectarse luego de trabajar, a mirar los últimos estrenos de series. Los botijas encontrará en las escuelitas de fútbol, básquet o patín lo que antes tenían en la vereda.
“Y aunque ha nacido un niño ahí al lado, nadie se enteró”
El barrio nos recordará que existe cuando llegue el comentario de alguna desgracia; los escasos almacenes, peluquerías y cantinas serán los pocos reductos de encuentros.
Este panorama de desolación era el que había logrado la dictadura cívico militar: hacer de cada hogar un pozo de topo.
Recuperar la convivencia barrial resulta estratégico como modelo de sociedad, pero además porque hay una disputa fundamental en la lucha política, que se gana con la presencia cotidiana en las calles. Aunque ya no esté de moda.
“Viejo barrio que te vas”: Izquierda, territorio y timbrazos
Por Ricardo Pose fuente caras y caretas
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