Ya no se sienten los bombazos sobre la Casa de la Moneda en Santiago de Chile. Ya no hay ese humo terrorífico de los gases que desprenden la metralla y los proyectiles aéreos. Ya no hay incendios dentro del edificio presidencial, ni muertos, uno de ellos Salvador Allende, valeroso militante, y compañero marcando hasta el último segundo de su vida, el valor de hacerse respetar como mandatario legítimo, sin cobardías ni medias tintas.
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