Quijano o la agonía de la conciencia crítica
La primera vez que escuché el nombre de Carlos Quijano fue en junio de 1984. Mi padre se acababa de enterar de la noticia de su muerte ocurrida en México y me trazó una breve semblanza. «Sus editoriales en Marcha no tuvieron igual», comentó con admiración. Al año siguiente, cayeron en mis manos unos cuantos Cuadernos de Marcha que contenían una selección de los escritos de Quijano. Los devoré sin pausa y fueron amigos implacables durante el preparatorio y los primeros años de facultad, que me zambulleron en la historia nacional y la latinoamericana. Compañeros obsesivos que mostraban cómo forjar una identidad coherente, irguiéndose frente a las modas y contraviniendo los lugares comunes. En ellos la muerte era una presencia permanente, la crítica, una actitud irrenunciable, y la esperanza, una necesidad. ¿Quién podía resistir todo eso con apenas 16 o 17 años?
No hay comentarios:
Publicar un comentario