Ejércitos de trolls inundan las redes, perfiles falsos donde se instalan noticias igual de falsas con el propósito común de denigrar una gestión y buscar un rédito electoral.
También les llaman “fake news” y se han hecho virales por estos tiempos que vivimos donde las nuevas tecnologías traen consigo esa mochila adicional y -a todas luces- negativa. Es que parece ser que el ejercicio de la posverdad se ha instalado definitivamente en este Uruguay con clima pre-electoral extendido, a pesar que aún falta más de año y medio para los comicios.
Se trata de un ejercicio malicioso y abrumador para quienes entienden la gestión como el compromiso público que es y hacen el mayor esfuerzo por “dejar el cuero en la estaca”, a pesar de las críticas. Sin contar con los recursos que hay que invertir (y derrochar por esa práctica), para evitar que la mentira se instale y con ella, la indignación pública que busca generar. Ya no será cuestión de despertar de curdas o borracheras, sino de no permitirnos ni un pestañeo si es que queremos proteger los logros. Esos que pretenden disfrazar con la mentira y la desinformación que encierra una falsa noticia…
Te llegó un whatsapp
Hay quienes dedican su tiempo y su habilidad para generar ese tipo de noticias dándoles un viso de actualidad y localía que induce al error hasta al receptor mejor intencionado. Noticias argentinas se viralizan como uruguayas, aprovechando las similitudes regionales y el vértigo de las redes sociales que todo lo multiplican en tiempo récord.
Ejércitos de trolls inundan las mismas redes, perfiles falsos donde se instalan noticias igual de falsas con el propósito común de denigrar una gestión y buscar un rédito electoral.
Esa andanada de falsedades proliferan rápidamente a la velocidad de las redes sociales generando ruido, mucho ruido, y provocando genuina indignación a quienes toman el mensaje como cierto olvidando la premisa básica de chequear la fuente o indagar sobre la veracidad del contenido. Es que en tiempos como el actual, donde la información fluye a ritmo de vértigo, no todos los receptores se detienen a analizar la certeza del mensaje y -como también ocurre- en los casos que afectan la seguridad pública por ejemplo, prefieren difundirlo aún cuando pueda ser absolutamente falso. Al hacerlo se asumen riesgos como el de generar una alarma pública con una información falsa, impulsada por quien sabe quién y con qué intención, pero que -por las dudas- se comparte igual…
Ante esa práctica, cada vez más difundida, cada vez más instalada, sólo la verdad y el desmentido parecen ser la vacuna. Por eso, es imprescindible estar atentos, en alerta permanente para impedir que alcancen el nivel de expansión que buscan los gestores de la mentira. Esos, que abusan de la ingenuidad -o buena intención- de algunos que comparten el mensaje creyéndolo cierto; esos que -también hay que decirlo, cuentan con la complicidad de quienes se hacen eco a sabiendas de esa posibilidad pero buscan dañar una gestión o generar desgaste porque su objetivo es “sacar al FA” y “si tiene que correr sangre que corra”. Esos mismos que buscan inundar de desempleados el BPS para dejar unas “10.000 personas de regalito al Gobierno…”, por ejemplo.
Se viralizan drogas como la burundanga; los autos blancos que roban niños para quitarles sus órganos; las agujas en los asientos de cines para drogar o infectar enfermedades; los secuestros de escolares en las puertas de colegios; y no sé cuantos mensajes más que merecieron desmentidos oficiales a ese respecto.
Así como podemos pensar que existe un interés político electoral detrás, también es plausible pensar que puede existir un interés delictivo que persiga el desvío de la atención de la Policía para ocupar recursos humanos y liberar una zona o actividad determinada. Toda hipótesis es posible y debe ser ponderada al momento de evaluar la intencionalidad de mensajes de ese tipo.
Algunos mensajes son tan burdos que no dan ni para detenerse a analizarlos pero los hay otros con un nivel de sofisticación tal que llaman al engaño sin pensarlo, haciendo inevitable que se acuda a la fuente o que la fuente salga a desmentirlo convenientemente para evitar que se propague.
No sé cómo terminará esto ni si estamos viviendo un tiempo inevitable de aprendizaje de las nuevas tecnologías y esta sea una etapa que hay que sortear irremediablemente como tributo o peaje hasta aprender a discernir lo falso de lo real.
Las redes son una herramienta maravillosa de la comunicación de este siglo pero también pueden ser la prueba inequívoca de todo lo que nos falta madurar para hacer de ellas (y con ellas), un uso responsable y útil antes que uno destructivo y dañino.
Como consejo -si es que se me permite dar alguno- les digo que duden siempre de lo que escuchen o reciban por las redes, indaguen, busquen y cumplan el ritual básico de todo periodista que es chequear la fuente. Solo así podremos dirimir entre una noticia falsa o una verdadera, siempre y cuando lo que se busque sea conocer la verdad, claro está…
el hombre recibió un mensaje,
el perro ladró una advertencia…
Por: Fernando Gil, Analista fuente de diario la republica
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