La actualidad del 1º de Mayo



 Por Jorge Muracciole.
Tomado de Tiempo Argentino

 La lucha por las ocho horas de trabajo y por mejores condiciones  laborales son tan vigentes como aquel 1º de mayo de 1886. Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), alrededor de un cuarto de la población planetaria vive con menos de un dólar diario, y un tercio de ella sobrevive bajo el umbral de la pobreza. Hay cerca de 200 millones de desempleados, y ocho de cada diez trabajadores no gozan de protección adecuada y suficiente.


 Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), alrededor de un cuarto de la población planetaria vive con menos de un dólar diario, y un tercio de ella sobrevive bajo el umbral de la pobreza. Hay cerca de 200 millones de desempleados, y ocho de cada diez trabajadores no gozan de protección adecuada y suficiente. Un doble proceso se fue desarrollando con posterioridad de la crisis de los años setenta; el crecimiento de la desocupación creó las condiciones para un fenómeno que por su magnitud y su extensión transformó no sólo el escenario laboral de millones de trabajadores en el mundo sino que modificó sus vidas, y por ende impactó en el imaginario de grandes contingentes humanos a escala global, con profundos cambios en sus rutinas cotidianas y en la subjetividad de los trabajadores de nuestro tiempo.
La realidad en el universo laboral fue mutando y más allá de la distribución desigual del desarrollo de las fuerzas productivas y sus profundos saltos tecnológicos en cada región del planeta, un común denominador atraviesa la vida y la muerte de la multitud laboriosa en el mundo.
Muchos publicistas del orden financiero internacional y propagandistas de su estilo de vida ponderan las bondades del llamado capitalismo posindustrial y se vanaglorian del consumismo exacerbado de franjas significativas de la población mundial, invisibilizando a los millones de excluidos y a la simultánea instalación de la precariedad.
Para esos yuppies de la sociedad dual, lejanos están los tiempos de las luchas del 1º de mayo de 1887, situación coincidente con los escritos del filósofo alemán, quien describía el estado de situación de la clase obrera en las entrañas del capitalismo: en su relato sobre el régimen fabril en Inglaterra en el siglo XIX, Karl Marx señalaba que "en su ciego afán irrefrenable, su hambre insaciable de trabajo excedentario, el capital traspasa los límites no sólo morales, sino incluso físicos de la jornada de trabajo. Usurpa el tiempo necesario para el crecimiento, el desarrollo y el mantenimiento sano del cuerpo. Roba el tiempo requerido para consumir aire fresco y luz solar… Lo único que le preocupa es lisa y llanamente el máximo de fuerza de trabajo que puede explotar durante una jornada. Alcanza este objetivo acortando la duración de la vida del trabajador, del mismo modo que un agricultor codicioso obliga al suelo a producir más reduciendo su fertilidad." (El Capital, capítulo 10). Esa lógica de acumulación y sus efectos en significativos sectores del mundo de trabajo irrumpe, minimizada y en muchos casos invisibilizada por los medios hegemónicos.

EL EJEMPLO DE BANGLADESH. El miércoles 24 de abril, el día después de que las autoridades pidieran a los propietarios que evacuaran su fábrica de confección en la que trabajaban casi 3 mil personas, el edificio se desmoronó. En Rana Plaza, situado en Savar, un suburbio de Dacca, se fabricaba ropa para la cadena de producción que va desde los campos de algodón del sudeste de Asia hasta las tiendas de ropa del mundo occidental, pasando por las máquinas y los trabajadores de Bangladesh. Ahí se cosían prendas de marcas famosas, como las que cuelgan en las estanterías satánicas de Wal-Mart, el Corte Inglés o marcas reconocidas a escala planetaria como Kelvin Klein. Los equipos de rescate habían logrado salvar a dos mil personas en el momento de escribir estas líneas, confirmando al mismo tiempo que más de 400 habían muerto.
La lista de "accidentes" es larga y dolorosa. En abril de 2005 se hundió el edificio de una fábrica de confección en Savar, matando a 75 trabajadores. En febrero de 2006, otra fábrica se derrumbó en Dacca, con 18 víctimas mortales. En junio de 2010 se desplomó otro edificio en Dacca, cobrándose la vida de 25 personas. Estas son las "fábricas" de la globalización del siglo XXI: construcciones precarias para procesos productivos basados en largas jornadas de trabajo, máquinas obsoletas y trabajadores cuyas mismas vidas están sometidas a los imperativos de la producción "justo a tiempo".
Estos acontecimientos luctuosos no son la excepción en importantes regiones del planeta. Estas fábricas bangladesíes forman parte del paisaje de la globalización que podemos ver también a lo largo de la frontera entre EE UU y México, en Haití, en Sri Lanka y en otros lugares que abrieron sus puertas a la industria de la confección para aprovechar el nuevo orden industrial y comercial de la década de 1990. Países sometidos que no tuvieron ni la voluntad patriótica de luchar por sus ciudadanos ni se preocuparon por el debilitamiento a largo plazo de su orden social, que se precipitó al dar la bienvenida a la producción de ropa. Los grandes fabricantes no querían invertir más en fábricas y recurrieron a subcontratistas, ofreciéndoles márgenes de beneficios muy estrechos y forzándolos así a mantener sus fábricas como cárceles de trabajo. El régimen de subcontratación permitía a estas empresas declinar toda responsabilidad por lo que hacían los propietarios de estas pequeñas fábricas, dejándoles cosechar los beneficios de los productos baratos sin que sus conciencias se revolvieran ante la sangre y el sudor de los trabajadores.
Este patrón de acumulación que se expresa con la extensión de la precariedad laboral no es patrimonio único de la llamada periferia capitalista. En la Eurozona el conjunto de reformas de la llamada Austeridad ha llevado a un impresionante aumento de las desigualdades sociales. La mitad más pobre de la sociedad posee sólo el 1% de los patrimonios, contra el 53% para los más ricos. Entre 2003 y 2010, el poder de compra del salario medio ha bajado un 5,6 por ciento. Un cuarto de los asalariados y asalariadas ocupan hoy un empleo precario. La lucha por las ocho horas de trabajo y por mejores condiciones de trabajo, son tan vigentes como ese 1º de mayo de 1886, en la histórica lucha de los obreros de Chicago. 

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