América Latina en Red: Cambiemos nosotros el curso de la vía láctea


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Intervención de Rosa Miriam Elizalde* en el VII Encuentro Continental de Solidaridad con Cuba, que se celebra en Caracas, Venezuela.

Como dice la canción de Silvio Rodríguez, siempre que se hace una historia se habla de un niño, de un viejo o de sí. Cuando se habla del poder mediático contra nuestros países, se piensa en conglomerados de medios, desinformación y campañas. Rara vez se mira al sistema que hilvana en una misma estructura de dominación instrumentos en apariencias tan distantes como los videojuegos y la CNN, Facebook y The New York Times, Hollywood y el espionaje cibernético mundial, donde intervienen procesos en los que no solo se reconocen condicionamientos políticos, económicos y culturales, sino que además se producen en un contexto de mutación de tecnologías. Por tanto, trataré de hacer una historia distinta, como Silvio, encuadrando el poder mediático –columna vertebral del poder simbólico en nuestros días- en el horizonte de algunos de los acontecimientos actuales que parecerían no tener ilación.

Quiero desembocar en la idea que deberíamos incorporar en todo lo que hacemos, por puro instituto de conservación: no habrá modo de contener la colonización en curso sin entender que la información en el más amplio sentido del término es un recurso estratégico, y necesita de la integración de medios, sistemas tecnológicos y contenidos audiovisuales. Ningún país por sí solo puede proveer hoy todos los recursos que se necesitan para hacer contrapeso a la infraestructura transnacional hegemónica, que decide lo que usted lee, escucha o ve, y mantiene también a todo el mundo en estrecha vigilancia, para inducirle qué comprar, cuándo y dónde, y para discernir a conveniencia si usted y su pueblo deben vivir o morir.

Todo está íntimamente entrelazado. Por ejemplo, ¿cuál es la vedette de las nuevas tecnologías del Ejército de los Estados Unidos? El drone, un avión no tripulado que se controla con un mando a kilómetros de distancia del teatro de operaciones militares, a través de pantallas de video-juegos. Esas imágenes de nintendo las vimos en el material que filtró Bradley Manning, divulgado por Wikileaks con el título “Collateral Damage” -Daños colaterales-, que muestra el ataque aéreo contra civiles en Iraq, incluidos periodistas. Disparaban desde un helicóptero Apache, mientras sus jefes daban la orden desde sus oficinas a kilómetros de distancia. Todos miraban la escena a través de una fría e impersonal pantalla que los separaba de la realidad. “Ellos eran como niños torturando a hormigas con una lupa. Jugaban a matar, y mataban”, recordaría Manning.

¿Cómo reconocen a sus “enemigos” los burócratas militares que dirigen las operaciones de drones en la frontera con Pakistán o la de México? Pueden identificar los blancos a través de un robot conocido en el argot de la NASA como Giga-pan, que tiene la capacidad de identificar cada grano del desierto y cada rostro en una multitud de más de un millón de personas, acoplado a bases de datos manejadas por sistemas digitales de reconocimiento de imagen. Las bases de datos son las de Facebook o las de Twitter. Ese robot desde hace años está en manos de agencias de inteligencia, satélites espías y medios de comunicación. Si usted es multimillonario, también lo puede comprar, como sugiere esta publicidad que nos dice que cada pixel es una historia. Si fueran menos cínicos admitirían que cada pixel es también el rostro de un ser humano y el blanco de una ametralladora empotrada en un avión que parece de juguete, un drone.

Veamos este video promocional del Giga-pan, especialmente concebido para el mercado de los medios.




¿A dónde quiero llegar? A entender que frente estas sinergias e impudicias de la industria cultural, la industria informática y la industria militar, nadie tiene la mejor política pública nacional, por muy buena e inclusiva que esta sea. Siempre hay que lidiar con una infraestructura transnacional, vertebrada por la red Internet, cuyos nodos principales están sujetos a la voluntad y al control de los Estados Unidos. De acuerdo con un informe reciente de la CELAC, América Latina es el continente cuyas redes de telecomunicaciones son más dependientes del vecino norteño: más del 90 por ciento de nuestro tráfico en Internet pasa por servidores norteamericanos –fundamentalmente por el llamado NAP de las Américas, ubicado en Miami-; el 85 por ciento de los contenidos digitales de América Latina están alojados en EEUU.

¿Dónde están los programas de integración regional que involucran intercambios informativos y audiovisuales, coproducción, codistribución y reserva de mercado para contenidos audiovisuales y tecnologías? ¿Dónde están los acuerdos para mejorar la protección y la eficiencia de los intercambios de datos en la región?  Apenas se han dado pasos en el continente, a pesar de que sabemos desde antes del destape del espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional, y desde antes de las revelaciones de Wikileaks, cuán vigilados están los gobiernos de América Latina y el ciudadano común, a merced de los sistemas militares norteamericanos y con la entusiasta colaboración de las empresas de Internet que predican la libertad de expresión y el correo gratis.

Si alguien no se había enterado, con el caso Snowden y el infame secuestro del avión de Evo Morales, llegó la hora no solo de tomar conciencia, sino cartas en el asunto. Tomar cartas en el asunto no significa paranoia. El miedo es paralizante, o peor: enfoca los esfuerzos en la dirección incorrecta. ¿Qué está ocurriendo ahora mismo con Edward Snowden? Se está destruyendo la conspiración volviéndola alucinadamente paranoica en relación consigo misma. Casi todo el tsunami global de comentarios alrededor del espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional ha pasado de largo. De hecho no se habla directamente o solo se comenta como en sordina la guerra del Imperio contra los ciudadanos del mundo. Gran parte de las notas de prensa son chismorreos, charlatanería de novela negra y de la prensa de escándalos pop. Nos hemos quedado en la gran cortina de humo de cómo cazar al espía, mientras se invisibiliza lo que está ocurriendo. Nadie se ha enterado, por ejemplo, de que hay un agente de la CIA, asesino y torturador protegido en Miami -Luis Posada Carriles-, que EEUU se niega a extraditar a Venezuela. Lo denunció el Presidente Maduro, pero apenas ha trascendido. Tampoco se habla de que los Cinco fueron apresados en 1998 por sus labores de información sobre peligrosos grupos terroristas con base en Florida –o sea, una misión que el presidente Obama considera “perfectamente legítima”– y condenados por la Justicia estadounidense a largas e inmerecidas penas de prisión. Un escándalo judicial que es hora de reparar liberando a los compañeros que siguen en prisión –por cierto, este es un ejemplo de que, más que repetir consignas o improvisar “noticias”, deberíamos no dejar de aprovechar las coyunturas mediáticas que colocan nuestros temas en las riadas informativas.

La pérdida de la privacidad es solo la punta del Iceberg, y les diría que es la consecuencia mínima en esta guerra: mientras sea el sistema imperial el que tenga el monopolio de las máquinas que comandan la revolución socio-tecnológica en curso, obviamente ese sistema lo utilizará para la violación, el crimen y la injusticia. La buena noticia es que las máquinas no se comandan solas. Ha quedado claro que ni una potencia tecnológica como Estados Unidos, ha sido capaz de mantener secretos sus secretos. Los ha podido violar un soldado hasta ayer sin nombre y sin historia, y ahora otro espía, cuya popularidad antes de todo este escándalo era en su barrio por ser el novio de una stripper. A mí, personalmente, me conmueve muchísimo lo que Manning le dijo por chat a un hackers que luego vendió la información que conduciría a este soldadito de 22 años a la cárcel: “Si tuvieses acceso sin precedentes a redes clasificadas durante 14 horas al día, 7 días a la semana durante más de 8 meses, ¿qué harías?… Te hablo de cosas increíbles, cosas horrorosas que deben pertenecer al dominio público y no a algún servidor almacenado en una oscura habitación en Washington”.

Esa pregunta se la han hecho muchos a lo largo de la historia y se la seguirán haciendo: qué haces frente al crimen, ¿te conviertes en un cómplice o denuncias al criminal? Lo único nuevo aquí es que la respuesta a esa pregunta puede tener consecuencias devastadoras e inmediatas para el poder criminal que se sostiene en la mentira. Y también para quienes se atreven a desafiar al poder, sobre ellos cae todo el peso de la venganza, como hemos visto.

De acuerdo con declaraciones recientes del director de Inteligencia Nacional de EE.UU., James Clapper, en su país existe 4,9 millones personas con acceso autorizado a información “confidencial y secreta” del gobierno, mientras 1,1 millón, o 21%, trabajan para contratistas externos. De los 1,4 millón que tienen acceso a información “ultrasecreta”, 483.000, o un 34%, labora para contratistas. Basta que 10 de ellos decidan tomar el camino de Manning o de Snowden para imponer la reingeniería del sistema de vigilancia. Pero tal vulnerabilidad no limita su poder destructor. Ni con Wikileaks ni con Snowden, ni con Manning ni con otros que vendrán, EEUU ha perdido un átomo de poder militar ni económico, aún cuando no le pueda enviar un misil a cada uno de los millones de seres humanos que simpatizan con lo que ellos hicieron, que se han escandalizado con lo que ocurrió y que no están dispuestos a ver pasar sus vidas por el ojo de una cerradura.

Para cambiar las reglas del juego –como decía Darcy Ribeiro- hay que tomar por asalto, desde el conocimiento, sus herramientas y construir las nuestras con un fondo común de inteligencia y recursos económicos, tecnológicos y jurídicos. Ocurrirá si nos unimos y decidimos regular de manera concertada que nuestros datos pasen preferencialmente por otros caminos que no conduzcan a Miami; si asumimos de manera común la responsabilidad de la modernización de la infraestructura productiva y las tecnológica, y la acción regulatoria en el ámbito de la comunicación y la información; si protegemos nuestra cultura y multiplicamos sus manifestaciones en el espacio público regional; si ampliamos el conocimiento y la integración de las experiencias que, a contramano de las ambiciones comerciales y de los controles ideológicos de los medios transnacionales, intentan reforzar las diversidad cultural y la entienden como un bien común de nuestros pueblos.

Jamás América Latina ha estado en una situación tan favorable para encarar un proceso de tal naturaleza. Jamás habíamos tenido señales tan ventajosas para la unidad continental y las alianzas estratégicas. Brasil, Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador y otros países han avanzado en políticas públicas y modelos de producción de medios y gestión de contenidos digitales que prevén la necesidad y potencialidad económica, histórica, demográfica y sociocultural de la región, a partir de la integración y el desarrollo de sus plataformas tecnológicas. Pero está por hacer en América Latina una estrategia sistémica y un marco jurídico homogéneo y fiable que minimice el control norteamericano, asegure que el trafico de la red se intercambie entre países vecinos, fomente el uso de tecnologías que aseguren la confidencialidad de las comunicaciones, limite la emigración de los recursos humanos en la región y suprima los obstáculos a la comercialización de instrumentos y servicios digitales avanzados producidos en nuestro patio. Por tanto quedan por definir las potencialidades y alternativas de América Latina en el contexto internacional, su posición y modelo diferencial en la llamada Era de la Información.

El sociólogo mexicano Pablo González Casanova ha advertido que las organizaciones complejas del sistema dominante procuran no desvincular los conceptos de los actos, ni unos y otros de la información y los discursos, y revisa constantemente su “funcionamiento” para controlar mejor las “fluctuaciones” imprevistas de actores y contextos interactivos. Afirma que la posibilidad de un modelo alternativo socialmente consistente en estas circunstancias, debe partir del reconocimiento de esta complejidad, y necesita no solo reestructurar sus conceptos sino la relación entre sus conceptos y sus actos para interactuar con éxito frente a las organizaciones complejas dominantes. Esto implica cuestionar la forma de pensar en sistemas simples, lineales:

Frente a las organizaciones simples a que estamos acostumbrados, con centralización piramidal de decisiones, es necesario pensar siempre en términos de organizaciones de corporaciones y de complejos que combinan las redes con autonomías y con jerarquías. Las organizaciones alternativas no se van a distinguir por mayores autonomías y menores jerarquías sino por la mayor participación de sus integrantes en la redefinición de unas y de otras (González Casanova, 2008).

Hasta ahora, como dice Boaventura de Sousa Santos, hemos tenido en América Latina frente a estos problemas preguntas fuertes y respuestas débiles. Repensemos la pregunta que muchos nos hacemos: ¿cómo debería ser concebida una estrategia que permita articularnos en este entorno de estructuraciones y reestructuraciones continuas? Una estrategia que, a diferencia de otros intentos precedentes, acepte que necesitamos reajustes sistémicos en nuestra manera de comunicarnos, de producir nuestros instrumentos técnicos y visibilizar nuestra voces en el entorno de la actual complejidad.

Como les dije al principio, esta no es un reto cualquiera, se trata de una historia que como le cantara Silvio al Che puede cambiar el curso de la vía láctea. EEUU quiere asegurarse de que en esa historia no estemos o la presenciemos atrapados en su red de vigilancia, control, mentiras y muerte. Desafiémoslo, pero en serio: comprendiendo qué pasa a nuestro alredor, quiénes son los nuevos sujetos del cambio, cómo lo protagonizamos nosotros y no los del Norte. Y sobre todo, uniéndonos.

*Rosa Miriam Elizalde
Periodista cubana y editora del sitio Cubadebate. Es autora o coautora de los libros “Antes de que se me olvide”, “Jineteros en La Habana”, “Clic Internet” y “Chávez Nuestro”, entre otros.

Tomado de: cubadebate.cu

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