Cómo se fabrica un golpe de Estado si algún día la sangre llega al río, va a ser en verano o en Semana de Turismo.


No quiero pensar en lo que pasó en estos días del mes de enero sin tener en cuenta  los que está pasando en otros países de América Latina en los que una agenda neoliberal se propone eliminar los avances logrados en la integración regional, privatizar las empresas y servicios públicos, desregular las relaciones laborales, debilitar los derechos jubilatorios y realizar una inmensa transferencia de ingresos de los sectores más vulnerables a los más poderosos.

Lo que se está haciendo, además, es a costa de la democracia, debilitando las instituciones, violando la Constitución, forzando las leyes y utilizando los medios de comunicación y a algunos jueces para barrer con los derechos.

Esto ocurre en Argentina, Brasil, Chile, Perú, Honduras, Paraguay, Argentina, Ecuador, quizás en Bolivia, y no hay ninguna razón para que algo de esto no suceda en Uruguay.

Lo que está pasando en nuestro continente es muy grave y por eso me parece prudente llamar la atención, porque debilita la confianza en la democracia política y naturalmente obliga a pensar que desgraciadamente se vienen tiempos difíciles y se avizora lucha de clases y violencia en el horizonte. Las gravísimas declaraciones de Pompita, en La Paloma, diciendo que el gobierno de Tabaré Vázquez se terminó y los partidos de oposición tuvieron la iniciativa para que se terminara, y las de Larrañaga, diciendo que desde ahora la oposición tiene que gobernar, sólo ayudan a contribuir en el plano nacional a ese ambiente golpista que se ha implantado en los países de la región.

Por todo esto es que, más allá de que se trata de compatriotas que se angustian y protestan, la lucha de los “autoconvocados” la voy a contextuar en las circunstancias políticas en que la oposición blanquicolorada pretende desplazar al Frente Amplio del gobierno para imponer también esta agenda neoliberal.

Yo soy muy empecinado y siempre he estado del lado de la producción y el trabajo en la agropecuaria, la industria y los servicios. Siempre, con mucha tenacidad  del lado de los pobres, los pequeños y medianos productores, los trabajadores y los jubilados. También estoy con la democracia y el progresismo, o sea, contra la imposición de poderosos, autoritarios y dictadores. Por supuesto que tampoco apoyo los privilegios que pudieran haber adquirido los políticos, y muy especialmente los del Frente Amplio, y además quisiera que se profundizara la reforma del Estado, la austeridad en la gestión pública y la lucha contra la burocracia estatal, incluyendo la del partido de gobierno, que es el que he votado desde hace casi 50 años.

Esta suerte de declaración de principios es una afirmación política e ideológica, pero también es una expresión de amor a Uruguay y su gente, de solidaridad y de valores que estoy seguro de que comparto con la mayoría de los uruguayos, más allá de las opciones políticas de cada uno.

Ahora sí, vamos al grano.

El episodio de la reunión de “productores autoconvocados” del 23 de enero, sus previas y sus consecuencias nos permiten analizar una diversidad de circunstancias históricas, políticas, económicas y sociales, así como revisar nuestra propia conducta. Ha sido una instancia muy ilustrativa de la que surgen muchas lecciones, porque ha puesto en evidencia fortalezas y debilidades de la fuerza política y del gobierno progresista; ha mostrado peligros y también senderos que rápidamente se deben recorrer para bien de todos. Tal vez así se concibió desde el laboratorio de un tal Durán Barba, o de un sosias uruguayo, como un ensayo.



Cómo se fabrica un golpe de Estado

Que a nadie sorprenda que comencemos con esta reflexión: el 27 de junio se cumplirán 45 años del golpe de Estado cívico militar encabezado por Juan María Bordaberry, miembro prominente de la Asociación Rural del Uruguay (ARU).

Recalco este carácter, ruralista, del dictador, así como recalqué el carácter “cívico militar” de los golpes de Estado en Uruguay, porque también hemos sostenido que las interrupciones a nuestra democracia y otras violaciones a la Constitución de la República fueron siempre perpetradas por el grupo de poderosos de nuestra economía, formado por un núcleo duro de grandes terratenientes a los que son funcionales la banca privada y los grandes medios de prensa, que están a su servicio.

A saber, cuando comentamos en estas páginas el golpe de Estado del 27 de junio de 1973 afirmamos que el proceso que llevó a la última dictadura tuvo un inicio visible en las presidencias autoritarias de Jorge Pacheco Areco (1967-1972) y Juan María Bordaberry (1972-1973) en su fase constitucional, sostenidas por los colorados y los “blancos baratos” del herrero-aguerrondismo, y obedeció a algunas
causalidades muy claras:

El objetivo de instaurar un gobierno oligárquico que impusiera su proyecto económico neoliberal.
El marco internacional proporcionado por la Guerra Fría entre Estados Unidos (EEUU) y la Unión Soviética (URSS), que se desarrolló entre 1945 y 1989.
La “marea negra” golpista, que empujaba a los ejércitos al poder en toda América Latina.
El avance, a comienzos de los años 70, de fuerzas políticas progresistas en Uruguay y varios países vecinos, con programas contrarios a los grandes intereses oligárquicos, a lo que se sumó la unidad y la creciente movilización del movimiento obrero en alianza con los estudiantes y amplios sectores de la cultura y las capas medias.
Para caracterizarlo con más precisión, el golpe de Estado fue un trauma institucional de carácter fascista que resultó en una dictadura terrorista y contrarrevolucionaria del capital financiero

Pero todos los golpes de Estado dados en Uruguay, desde el del coronel Lorenzo Latorre, del 10 de marzo de 1876, al de Bordaberry de 1973, pasando por el del presidente Gabriel Terra, del 31 de marzo de 1933, fueron impulsados por los grandes intereses agropecuarios y la necesidad de efectuar transferencias a su favor a costa del resto de los sectores de producción, como la industria, los servicios y, ni que hablar, los pobres, los trabajadores y los jubilados.

A decir verdad, nunca se ocultaron. Es más, la ARU, fundada en 1871 durante el gobierno del coronel Lorenzo Batlle, siempre apoyó a todos los gobiernos dictatoriales que hemos mencionado.

Esto es un hecho histórico irrefutable.

Ahora bien, desde el período en que Ronald Reagan fue presidente de EEUU (republicano), se abrió paso la doctrina de los “golpes de Estado económicos”, como las asonadas que voltearon a Raúl Alfonsín en 1989, a Fernando de la Rúa en 2001 y a Dilma Rousseff el 31 de agosto de 2016.

En nuestro país, cualquiera que haya leído Caras y Caretas en los últimos seis años habrá visto la sucesión de proclamas de las cámaras empresariales, siempre encabezadas por la ARU, los grandes terratenientes que han multiplicado sus fortunas por diez o por veinte desde que el Frente Amplio llegó al gobierno, reclamando más transferencias de recursos al sector empresarial, enmascarando el verdadero objetivo de la derecha uruguaya, que es la privatización de las empresas, educación, salud y banca públicas.

Cualquiera que haya seguido las redes sociales en estos años verá la marea de intolerancia, agresividad y ordinariez contra una fuerza política, el Frente Amplio, que se evidencia en aquellos que prometen “hacer mierda a Tabaré”, “meter preso” a Sendic o “sacar a patadas al Frente Amplio”.

Sinceramente, yo advierto que hay sectores que tiene el poder real, que incluyen millonarios, terratenientes, cabañeros, CEO de multinacionales, publicistas, dueños de medios de comunicación, especuladores, banqueros y cambistas que perciben que los políticos no son sus más eficaces representantes y que un cambio de gobierno necesita barrer con el corsé de la Constitución y las leyes para desmontar las conquistas obtenidas por trabajadores, mujeres, minorías, docentes, policías,  profesionales, trabajadores de la cultura y jubilados en 15 años de gobierno progresista.

Aunque algunos menosprecien esta muy fundada sospecha, por debilidad, por complicidad o por ingenuidad, ese era el objetivo del “levantamiento histórico” del 23 de enero en Durazno: debilitar popularmente y erosionar la imagen del Frente Amplio y cumplir el sueño de desestabilizar la República a dos años de las elecciones de 2019, en momentos en que el partido de gobierno ha resuelto sus problemas políticos internos, ha logrado el triunfo de UPM II, continúa el ciclo histórico más largo de la historia de Uruguay en materia de crecimiento con inclusión y la temporada turística ha explotado con fuerza pocas veces vista.

Los logros y éxitos del gobierno de Tabaré eran demasiado para las fuerzas que quieren volver a dominar Uruguay y no podían tolerarlo. Mucho más en un contexto que permite imaginar a nuestros dos vecinos, Argentina y Brasil, sumidos en un verdadero volcán político de final muy incierto.

Por eso armaron la “convocatoria histórica” de Durazno. Para ver hasta dónde se podía llegar, para probar hasta dónde alcanzaría el ensayo. Veamos.



El problema es el poder

A mí me parece que no debiera menospreciarse la presunción de que una “convocatoria” como la del 23 de enero de 2019 responde a un plan. Si uno fuera un poco más desconfiado, debería suponer que  no se arma en dos días ni en seis meses, sino que es el fruto de un largo proceso de elaboración y planificación, al menos intelectual. También cabe suponer que tal vez no fue ideada por los pequeños productores, quienes, sin dudarlo, tienen problemas y cuya participación
en la jornada de Durazno no fue determinante, ni en la presencia física, ni en la organización ni en la logística.

La de Durazno fue una vasta operación política cuidadosamente planeada, en la que se eligió muy bien el lugar (Durazno, el centro del país, gobernado por un intendente herrerista de pasado jupista y especialista en organizar y cuidar grandes eventos como el Durazno Rock, que dicho sea de paso sigue manteniendo en el cargo al director de Cultura, el que puso por escrito que “quiere ver correr sangre”). Los organizadores, además, armaron el escenario, estacionamientos VIP (cubiertos) y para pobres, surtidores, promotoras, se distribuyeron mapas, se dispuso de drones, se armaron caravanas, se proporcionó locomoción desde todo el país, se contrataron camiones y buses y se puso a disposición de los asistentes un merchandising apropiado. En los días previos se hicieron caravanas de sofisticada  maquinaría agrícola y volaron en formación seis o siete aviones fumigadores como si se tratara de un desfile en Corea del Norte. Hubo financiación abundante. Sobre todo se mencionan los esfuerzos de los rematadores Zambrano, Dutra, Arrospide  y Victorica. Está demás decir que estos, sobre todo Gerardo Zambrano, afiliado a un derechismo tan mediático como neoliberal, no pertenecen a la “producción”, ni al “campo”, expresiones de combate para englobar a los tiburones con las mojarritas que les sirven de diversión y alimento, sino a la intermediación pura: son la representación de la esterilidad. Difícil encontrar una raza tan parasitaria del campo como los rematadores, barraqueros y  consignatarios de ganado.

Conste que no quiero desestimar la preocupación de aquellos productores que manifiestan angustia legítima por sus problemas y que reclaman soluciones para los mismos, pero tampoco voy a desconocer que un poco irresponsablemente aceptaron el apoyo desestabilizador de personas e instituciones que nada tienen que ver con sus desvelos y que, por el contrario, son culpables de sus desajustes económicos, como los latifundistas, las inmobiliarias de Punta del Este, Andebu, los
arrendatarios, los frigoríficos, los barraqueros, los rematadores, los prestamistas y los bancos.



El golpe final

¿Cuándo explotó la protesta, pensando que se lograría una movilización histórica de “descontentos”? Estalló en enero, mes de turismo, cuando se presumía que el gobierno estaba de vacaciones, conociendo la inminente renuncia del ministro Aguerre, con las playas atestadas de turistas y de periodistas extranjeros, procurando que la noticia de la “rebelión del campo” se difundiera fuera de fronteras, agarrara desprevenido al Ejecutivo, limitara su capacidad de respuesta y opacara las cifras de crecimiento e inclusión más todos los lauros que día a día viene cosechando Uruguay.

El resultado fue un verdadero fracaso, lo que debilita sus reclamos, aun aquellos que son más justos. Fracasó porque concurrió mucha menos gente que la esperada por los organizadores, no se vieron los productores que se agachan a reparar un alambrado,

faltaron los transportistas, los arroceros, los hortifruticultores y los tamberos y no se generó la épica que buscaban detonar. Algunos de los organizadores se reunieron unas horas antes en la casa de un productor de Durazno, ajustaron el discurso a la cantidad de asistentes, cambiaron los comunicados de prensa y ensayaron cómo convertir una mueca de decepción en sonrisa.

Si hubieran reunido 30.000 personas, o 50.000 personas, tal vez las proclamas  hubieran sido menos equilibradas y acaso hubiéramos tenido una “marcha sobre Montevideo” que varios anunciaban. Recordemos que hace dos o tres días se decía que se iba a dar al gobierno tres días para contestar y después vendría el paro y  el desabastecimiento de la capital.

Por eso hay que tomar conciencia y actuar en consecuencia.

La posibilidad del fracaso estaba prevista y los únicos perjudicados son precisamente los que pusieron la cara, los que siempre ponen la cara y el lomo, los más débiles. En este caso, tal vez los más perjudicados sean los llamados autoconvocados, que, exhibidos por delante de los verdaderos conspiradores, como mascarones de proa y leyendo una proclama muy poco precisa, ni siquiera se sabe quiénes son, a qué sector de productores representan y cuál podría ser el apoyo que les permitiría salir del “peludo” en que se encuentran.
Un análisis objetivo

Se anuncia que Tabaré volvió citar a las organizaciones relacionadas con la producción agropecuaria y tengo entendido que entre los participantes estará la ARU y quiero creer que entre las organizaciones representadas habrá algunos de los  “autoconvocados”. Hay problemas reales en el agro, como los hay en muchos sectores del país. Pero el país no es sólo el campo. En todo caso, el país “no se salva con el campo o perece” como dicen con voz engolada algunos políticos demagogos y unos cuantos académicos que engordan ayudados por el peón flaco que cuida las vacas gordas que heredó o heredará de su papá. El país se salva con su gente, con su trabajo, con su educación, con sus valores. Hay que terminar con la idea malthusiana de que cuando nace una vaca Uruguay es más rico y cuando nace un niño es más pobre.

El gobierno del Frente Amplio, pero sobre todo el Frente Amplio como tal tiene que reflexionar y continuar resolviendo los problemas de Uruguay, que para eso nació.

Un análisis muy serio, firmado por el ingeniero agrónomo Gabriel Oyhantçabal, y publicado en Brecha, hace precisiones importantes. La primera es que llamar a esta convocatoria “Por el campo y con la patria” era un mensaje marketinero muy importante porque “el campo” no existe como categoría social o económica, “a pesar de que los [grandes] propietarios rurales sistemáticamente intenten llenarlo de sus intereses. Muy por el contrario, en “el campo” existen clases sociales con diversos intereses y que, por si fuera poco, luchan”, entre sí, agrego yo.

Señala el artículo que la plataforma reivindicativa “productores alzados” delimita muy claramente su perfil: recortar salarios (una de las “mochilas” que mencionó Blasina, N. de R.), bajar el costo del Estado (servicios públicos, políticas sociales; eliminaron toda referencia explícita al Mides y al Fonasa,
que son sus bestias negras, N. de R.) y garantizar la apropiación privada de la renta del suelo y sus ganancias.

La tierra no habla, me decía Pepe Mujica ayer; la tierra nos sostiene y nos recibe cuando se nos acaba la vida. Los que hablan son los hombres y las mujeres, y entre ellos hay intereses y clases sociales que no sólo hablan, sino que además disputan entre sí.



Qué somos, sino palabras

Creo que es un momento apropiado para hablar y tratar de entenderse, pero para hablar hay que ir al barro y encontrar a los que están trabajando y comprenderlos. Los dirigentes del Frente Amplio y los del movimiento sindical y los ediles, diputados y militantes tienen que hablar con los que son productores y con los trabajadores asalariados, conocer sus problemas y estudiar las posibles soluciones. Es claro que no son lo mismo el pequeño productor ganadero, ni el que cría ovejas, ni el productor hortifrutícola de Canelones, ni el tambero pequeño o mediano, el productor arrocero que arrienda el campo o las diversas variantes con las que el productor se ingenia para vivir un poco mejor. Tal vez es una buena oportunidad para que en una agenda política muy bloqueada por consideraciones tácticas y callejones económicos sin salida, se nos meta por una rendija el debate necesario sobre los problemas del Uruguay productivo, la obligatoriedad moral de pensar la distribución injusta de la tenencia de la tierra y las leyes que regulan la herencia, en particular cuando se trata de bienes que no son resultado del trabajo, sino de la especulación.

En suma, creo que ya es hora de abrir bien los ojos y abandonar el placer y la comodidad de los asados de verano en San Francisco, en donde se reúnen los que piensan por nosotros. Hay que gastar suela de los zapatos si se quiere responder a las demandas insatisfechas de la gente; hay preocupaciones diversas en el pueblo y en muchos frenteamplistas que el Frente Amplio no atina a responder. Hay que abandonar la soberbia y dar respuesta a las inquietudes, hay que escuchar al pueblo, hay que prescindir de los privilegios de la burocracia estatal si es que aún hay tiempo.

Recuerden que si algún día la sangre llega al río, va a ser en verano o en Semana de Turismo.

Por Alberto Grille.

Si hay golpe, va a ser en verano

FUENTES DE CARAS Y CARETAS

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