Hablan dos víctimas de una terrible represión y una perversa mentira consumadas por la dictadura en abril de 1975
Mabel Fleitas Marini tiene hoy 46 años y Liliana Pertuy Franco cumple en estos días 45 años. Tenían entonces 17 y 15 años y vivían en la ciudad de Treinta y Tres. Fueron detenidas, torturadas salvajemente y humilladas durante un mes en un cuartel, antes de terminar internadas durante siete meses en una dependencia del Consejo del Niño. Hasta finalizada la dictadura no les dejaron volver a estudiar.
Escrito por: ROGER RODRIGUEZ
El miércoles 30 de abril de 1975, en el diario El País, se publicó un comunicado de prensa que el Comando General del Ejército había dado a conocer esa misma madrugada: “Marxismo: única meta de la destrucción moral” titulaba el periódico, que agregaba: “Descubren campamento: prostituían a más de 60 jóvenes”.
El comunicado de la dictadura recordaba que desde la ilegalización de los “partidos políticos marxistas” en 1973 existía una organización clandestina llamada Unión de Juventudes Comunistas (UJC) que pretendía nuclear a menores de edad “para prepararlas política y funcionalmente a cumplir tareas que el marxismo internacional determina a nivel nacional”.
La información oficial explicaba que se había realizado la detención de 25 menores de edad en la ciudad de Treinta y Tres, a los cuales se les sindicaba como militantes de la UJC, quienes -según “actas labradas”, se aducía- habían convivido en un campamento en La Esmeralda, en La Coronilla.
“Convivieron en tres cobertizos de tablas arrojadas por el mar y ramas, de reducidas dimensiones, más de 20 jóvenes de ambos sexos en completa promiscuidad y en el cual los cambios de parejas en hábitos sexuales eran usuales. En tal ambiente, donde se ha rebasado largamente las barreras, no sólo de la moral, sino también de la más elemental higiene sexual, no resulta extraño que cinco jovencitas cuyas edades oscilan entre los 14 y 17 años contrajeran enfermedades venéreas”, acusaba el comunicado.
Diez días antes, el 20 de abril, el presidente de facto Juan María Bordaberry había divulgado su proyecto constitucional para la formación de un “Nuevo Estado” que preservara los “valores sustanciales” de un régimen sustentado en el poder de las Fuerzas Armadas. Ese mismo día el general Esteban Cristi daba a conocer el plan de obras de aquel “Año de la Orientalidad”. Ese mes, Peñarol le ganaba a Nacional el clásico 100, con goles de Daniel Quevedo y Fernando Morena, y descuento de Darío Pereyra. El general Gregorio Alvarez comandaba la División de Ejército IV y esperaba su tiempo de ser dictador.
Exactamente veintinueve años después, cuando el mismo general Alvarez aparece en televisión como “invitado de honor” de actos de gobierno, dos de aquellas detenidas de la UJC en 1975 rompen su silencio para contar a LA REPUBLICA la verdad de una historia horrenda, que durante mucho tiempo permaneció oculta entre otras falsedades del régimen militar.
“¡Rojo Once! ¡Rojo Once!”: el plantón…
-¿Qué había pasado antes de abril de aquel 1975? ¿Qué contexto enmarcó aquella salvaje represión en Treinta y Tres?
LP Se había producido un cambio en la dictadura…
MF El régimen había comenzado a reprimir en particular al Partido Comunista, a la UJC de Montevideo y de todos los departamentos. Por lo tanto, estábamos en la mira. Fue en el marco de los seguimientos que se produjo lo nuestro. Un compañero nuestro de Montevideo cayó cuando volvía de Treinta y Tres, con datos precisos de todos nosotros. No se tuvieron que esforzar para saber quiénes éramos.
LP Había antecedentes de golpes recibidos en el Interior, pero nunca como lo que ocurrió en Treinta y Tres, con un operativo coordinado simultáneo, que entre el sábado 12 y el domingo 13 de abril implicó la detención de 38 jóvenes y varios mayores del Partido Comunista, de otros grupos del Frente Amplio y hasta amigos o familiares que nada tenían que ver con nada.
-¿Cómo se produjo su detención?
LP Aquel sábado, a eso de las dos de la tarde, yo iba para la casa de Mabel a estudiar. Llevaba abrazados mis libros y la túnica doblada, porque después teníamos que ir al Liceo. Había caminado unas cinco cuadras desde mi casa por la calle Pantaleón Artigas, cuando veo venir un jeep del Ejército que se para en la bocacalle siguiente, que se llama Miguel Freire, cerrándome el paso. Quedé sorprendida y cuando miré a mis espaldas para ver qué pasaba, otro jeep hacía lo mismo detrás. Habían cerrado la cuadra… y yo era la única que iba caminando.
-¿Le dijeron algo o simplemente la agarraron?
LP Me dijeron: ¿Liliana Pertui? Yo dije: ¿Sí? Me agarraron de un brazo y me subieron al jeep. Fue un secuestro. Todo ocurrió frente a la casa de unos conocidos de mi familia que salieron afuera porque no entendían qué pasaba. De ahí me llevaron al cuartel, que está ubicado en la calle Ramón Ortiz, en plena ciudad, cerca de la estación de trenes.
-¿La llevaron directamente al cuartel?
LP Sí. Debo decir que tenía mucho miedo, obviamente, porque con 15 años o cualquier edad uno tiene miedo. Cuando llegué pensaba que era la única. Me dije que no iba a pasar nada, pero al ratito siento que abren el portón y dicen “¡Rojo Once! ¡Rojo Once!”… Yo no entendía nada. Me llevan a una pieza, me sacan todas mis cosas, quedo con lo puesto, me encapuchan y me ponen en otra pieza donde llego a ver en un sillón a la madre de Mabel, y en una esquina a Carmen, la hermana de mi amiga. No logro ver a quien está en la otra esquina. A mí me ponen en la esquina vacía. Ahí comprendí que no era yo sola.
-¿Se dijeron algo entre ustedes?
LP -No podíamos hablar entre nosotras, estábamos incomunicadas, pero cada tanto volvíamos a sentir el portón y el grito de “¡Rojo Once! ¡Rojo Once!”… Eso me daba la pauta de que éramos muchos los que íbamos cayendo.
-¿Qué pasó después?
LP Al rato nos sacan al patio para la tortura del plantón. Ahí nos dejaron toda la noche, con las piernas separadas y extendidas, los brazos cruzados detrás de la nuca, y golpes si te movías, si se te caían los brazos o si, porque no aguantabas más, te caías. Esa noche éramos un montón. Todos chiquilines. Empecé a reconocer voces y llantos. Porque muchos empezaron a llorar y a gritar por sus madres. A la mañana siguiente, cuando ya llevábamos unas 18 horas de plantón me caí y supongo que me desmayé, no recuerdo, pero para darme agua me levantaron un poco la capucha y pude ver que el patio estaba lleno de gente
38 detenidos, 29 de entre 13 y 17 años
-¿Cómo vivieron ese día los que todavía no habían sido detenidos?
MF El día 12 de abril estábamos todos en mi casa: mis padres, mis hermanos y amigos. Somos una familia numerosa. De pronto, en frente, se detiene un jeep. Una amiga avisa: “¡Los milicos!” y mi hermana mayor y yo escapamos por la puerta de atrás. Así como frenaron, bajaron en tropel y entraron en la casa. En ese operativo se llevan a mi madre, que no estaba vinculada a ningún partido político, y a dos hermanas de 15 y 13 años. Carmen y yo, que teníamos 18 y 17 años respectivamente, nos fuimos, porque pensamos que las otras eran menores y estábamos más vinculadas a nuestra organización.
-¿Qué hicieron?
MF -Salimos y caminamos sin ton ni son, por las orillas del pueblo, especulando qué hacíamos. Primero pensamos en salir del departamento, pero después volvimos a casa de unos amigos, hasta que llegó un familiar y nos confirmó que se habían llevado a mi madre y mis hermanas menores. Contó que habían hecho destrozos en la casa, levantado pisos y todo lo regular de los allanamientos. Ahí decidimos, fatídicamente, que Carmen volviera y yo quedara para regresar después y hacerme cargo de las dos hermanitas menores que tenían 7 y 8 años, porque mi padre tampoco estaba en la casa.
-Supongo que en la casa habrían montado una “ratonera”…
MF Sí, y detienen a Carmen. Ella había vuelto para que liberaran a mi madre y mis hermanas menores, pero eso no ocurrió. Me enteré de eso y no volví hasta que un vecino me informó que se habían retirado. Obviamente, al quedarnos allí, a la mañana siguiente, sobre las ocho, golpearon la puerta y me detuvieron junto a una prima hermana que ahora está radicada en Dinamarca, pero que también estuvo presa. Nuestras madres nada tenían que ver, éramos nosotros los militantes de un grupo que sabíamos clandestino pero que no tenía ninguna fuerza ni poder para hacer nada supuestamente siniestro en el departamento. Eramos un grupo de jóvenes con absoluta inocencia del hecho que estábamos viviendo. Siempre digo que más allá de lo cruel de la tortura a la que nos sometieron como si fuéramos adultos, lo más terrible del caso fue perder el respeto por el significado de la palabra adulto, porque nos sentimos agredidos por ellos, cuando éramos simples jóvenes a la intemperie.
-¿Cómo terminó aquel fin de semana de detenciones?
MF Al finalizar el domingo habíamos caído 38 jóvenes, de los cuales 29 apenas teníamos entre 13 y 17 años. Sólo nueve eran, con 18 años, mayores de edad. Teníamos respeto como organización y quizás más fuerza de acción que el propio Partido, por la incidencia que teníamos en sectores sociales, en grupos barriales o en el propio liceo, donde realizábamos nuestra mayor actividad.
-¿Desde entonces quedaron todos en un mismo grupo?
LP Sí. Nosotros en el cuartel y ellos volviendo a nuestras casas para buscar no sé qué cosa. A mi casa fueron varias veces. Rompieron hasta los colchones. Como la Gestapo en las películas de la guerra (se ríe nerviosa)… Se llevaron también a mis hermanas de 14 y 13 años, a mi primo de 15 y a mi madre que en un momento los miró y les dijo: “¡Basta!… ya me llevaron todo, ya rompieron todo”. El resultado fue que le dijeron: “Venga también usted, señora”.
MF Pasaron cosas hasta cómicas. A nuestras madres les pusieron carteles para identificarlas: “Madre de Fulano”, “Madre de Mengano”, para señalarlas por el nombre de los responsables de que estuvieran allí adentro.
Torturados para darle el gusto al Goyo
-¿Cómo transitan los días posteriores?
LP Estuvimos en la tortura… No tuvimos ningún trato especial por ser menores, en cuanto a la lógica de la represión de las Fuerzas Armadas. El tratamiento clásico: plantón, palizas, golpes fuertes en la cabeza, con las palmas de la mano en las orejas, lo que llamaban “soplamocos”, “submarino” y a algunos hasta les dieron picana. Después, la tortura psicológica en forma permanente…
-¿Cuánto tiempo dura eso?
MF Eso dura unos cuantos días. Entre el 12 y el 17 de abril…
LP Hasta el 17 dura lo que llamaban la “máquina”.
-¿Les preguntaban algo especial?
LP Ellos ya sabían todo. Ese es el tema. Nosotros caemos porque hay una lista. Nos detuvieron a todos entre el 12 y el 13 de abril. En aquella época uno lo veía de otra manera. Hoy lo miro como madre de un adolescente de 15 años y me doy cuenta lo brutal que fue aquello. Nos torturaron por el solo hecho de torturarnos, porque ellos ya tenían toda la información (se angustia y sus ojos brillan de lágrimas) ¿Te das cuenta?
-¿Qué ocurrió después del 17 de abril?
LP Nos llevaron para lo que llamaban la “cuadra”: un galpón muy largo, con camas. Una especie de barraca dividida por un muro. De un lado quedamos las mujeres y del otro los varones. Ahí ya nos habían colocado junto a los mayores, a adultos que también habían sido detenidos en los días siguientes. Gente del Partido Comunista, del Partido Socialista y de otros grupos. Pero todo había comenzado con el operativo contra la UJC.
-¿Qué ocurría en la “cuadra”?
LP Ahí pareció que todo aflojaba. Nos dejaron bañar, nos dieron comida. Creíamos que lo peor había terminado… pero llegó el 19 de abril.
-Una fecha patria…
LP Sí. Treinta y Tres se llama así por los 33 Orientales, su plaza principal se llama 19 de Abril. Todas las calles de la ciudad llevan el nombre de uno de los libertadores. Eso hace que allí el desfile del 19 de abril es algo muy importante, y más en plena dictadura.
-¿Qué ocurrió?
LP A ese desfile llegó el general Gregorio Alvarez, que era el comandante de la División de Ejército IV. El jefe del cuartel, el Batallón 10º de Infantería, se llamaba Juan Cruz, sabemos que falleció, y el responsable del operativo nuestro era Juan Luis Alvez, que entonces era capitán. Después de aquel desfile, vino la pesadilla.
-¿Volvieron a torturarlos?
LP En forma salvaje. Fue horrible. Nos sacaron y nos hicieron picana, submarino, plantón, golpes… todo lo que puedas imaginar.
MF Eso fue gratuito… Para entonces no había nada específico que preguntar ni que averiguar. Sólo se hizo para darle el gusto al Goyo Alvarez y Pedro Buzzó. Este era temible entre los compañeros del MLN o el PCU que habían caído, porque era sanguinario. Era un teniente profesionalizado en la tortura. Al punto que volvíamos de la tortura destrozados y hasta con verdaderos ataques de histeria por la saña del trato. Para nosotros el nombre de Pedro Buzzó simboliza el terror…
LP Buzzó fue el terror, sí, pero el Goyo Alvarez fue el responsable.
El tacto: justificar una condena moral
-¿Ahí no terminó la pesadilla, no?
LP Hubo más, sí… un día de esos, nos llevaron al médico. Estaban los doctores Hugo Díaz Sagrelo y José Cúneo. Nos fueron llevando de a una, pero no nos devolvían a la barraca, lo que generaba incertidumbre a las que iban quedando.
Yo estaba en el medio de la cuadra y varias habían ido antes. Cuando me llegó el turno, me hicieron poner la capucha y pregunté: “¿A dónde nos están llevando?”… “No te preocupes me contestaron- te van a hacer una pequeña intervención. A las otras ya se la hicieron”…
-¿Qué tipo de intervención?
LP -…Me llevaron a la enfermería. Allí estaban los dos médicos con guantes. Nos hicieron un tacto vaginal. Por eso nos iban dejando allí paradas, después de hacernos eso, para que no transmitiéramos lo que nos estaban haciendo…
-¿Un tacto a adolescentes?
LP Nosotras tampoco entendíamos por qué nos hacían eso… Lo supimos al otro día cuando comenzaron a darnos inyecciones de penicilina. Nos las daban en medio de la barraca, delante de la tropa…
MF De ese modo pudieron argumentar que teníamos enfermedades venéreas. Como la peligrosidad nuestra ya había dejado de existir desde el punto de vista político, nos convirtieron en un grupo de depravados… Después nos enteramos de lo que habían difundido afuera. Nosotros adentro no sabíamos lo que estaba pasando.
-¿Por qué algo semejante…?
MF Creo que porque lo que pasaba ya tenía mal a todos, dentro y fuera del cuartel. Treinta y Tres es un pueblo chico donde todos nos conocemos, entre ellos los propios milicos. La propia tropa estaba harta y cansada de ver lo que nos hacían y no podían justificar la razón por la que ellos mismos nos estaban torturando. Para ellos una cosa eran los tupamaros y otra estos jóvenes a los que ellos veían todos los días.
LP Muchos de ellos eran nuestros compañeros del liceo. Los que nos cruzábamos en un baile o en la plaza. Incluso podían ser nuestros amigos, de charlar en los recreos…
-¿Los condenaban moralmente ante aquella sociedad conservadora?
MF Para poder justificarse generan esa patraña de un comunicado público que salió en el diario El País. Era una manera de no ponernos ante otro tipo de autoridad, como ser un juez de menores. Estábamos detenidos bajo orden militar y la patria potestad de nuestros padres no estaba siendo ejercida por nadie. Ese fue otro error de ellos. Nosotros siendo menores fuimos sometidos por la Justicia Militar.
-¿Cuánto tiempo permanecen detenidos?
LP Permanecimos en el cuartel hasta mediados de mayo, cuando una madrugada viaja desde Montevideo un juez militar para tomarnos declaración en el cuartel. Después de eso, liberaron a los seis chiquilines que tenían 13 y 14 años de edad. Habían estado un mes detenidos.
-¿Y el resto?
LP Quedamos los de 15 a 18 años hasta que, poco después, en otra madrugada, nos hicieron levantar de apuro, al grito de “Junten sus cosas, junten sus cosas que se van”. Allí nos sacaron al resto de los menores de 17 años. Ocho mujeres y cinco varones, fuimos encapuchados y, con las manos atadas con alambre, metidos en un camión sin saber a dónde nos llevaban… Ibamos con soldados armados y junto a nosotros un mayor de edad también encapuchado, muy enfermo, con los pies muy hinchados que nunca supimos quién era… Viajamos varias horas, demasiadas para gente del Interior, y, ya de día, nos dimos cuenta que habíamos llegado a Montevideo, cuando bajaron a este hombre, que venía muy mal, en el Hospital Militar.
Siete meses internados en el Consejo del Niño
-¿A dónde los llevaron a ustedes?
LP Nos llevaron a una casa y nos tiraron ahí. Nunca nos explicaron nada. No sabíamos dónde estábamos. En ese lugar nos empiezan a hacer una ficha. Nos llevan a unos baños, nos hacen ducharnos y ponernos otras ropas que no eran las nuestras. Las cosas nuestras las juntaron y las ponían en sobres y en unos canastos. Nos encierran en unas piezas con camas… recién entonces nos comunican que estábamos en una dependencia de lo que en aquella época era el Consejo del Niño: el Hogar Femenino Nº 2 de la calle Yaguarón y Cerro Largo.
-¿Qué ocurrió con los cinco varones?
MF Los internaron en el “Alvarez Cortez”.
LP A partir de entonces, al no estar los milicos, las cosas fueron diferentes. Nosotros éramos totalmente inconscientes de lo que nos habían hecho. Las limpiadoras nos tenían miedo. Recién allí nos enteramos de lo que habían dicho en el famoso comunicado público.
-¿Cómo sigue esta pesadilla?
MF Con el tiempo nosotros supimos que el caso nuestro generó discrepancias internas entre los militares. Por un lado al capitán Alvez lo llegaron a ascender por nuestro operativo, pero a la vez hubo entredichos con Pedro Buzzó y Gregorio Alvarez, porque para ellos aquella salvaje tortura había sido de más. Para justificar lo ocurrido el 19 de abril fue que elaboraron toda esta historia de las enfermedades venéreas. Fue la única forma de explicar que tenían a un manojo de menores de edad, que no habían cometido delito alguno, al que detuvieron y torturaron.
LP Aquello había sido muy fuerte para los vecinos de Treinta y Tres. Hubo gente que llegó al cuartel para preguntar de dónde salía ese llanto en las noches. Hubo tupamaras presas en aquel cuartel que llegaron a pedir que las torturaran a ellas, pero dejaran tranquilos a aquellos niños.
-¿Cuánto tiempo estuvieron en el Consejo del Niño?
MF Siete meses internados. Se nos liberó por orden de la Justicia Militar aunque no hubo una causa o un proceso… Pero se encargaron de que sufriéramos un poquito más todavía: nos suspendieron de todas las instituciones de enseñanza, pública o privada, para que no pudiéramos estudiar mientras existiera la dictadura. Y así ocurrió.
-¿Pudieron terminar los estudios cuando volvió la democracia diez años después?
MF Yo pude terminar el bachillerato, hice algunos años de psicología y dejé en segundo de Derecho. Abandoné porque no podía reencauzarme. Ya era demasiado adulta, tenía un matrimonio, un trabajo y no pude terminar.
LP Yo volví al liceo, cuando mi hijo ya era más grande. Hoy estoy preparando mi tesis para recibirme de socióloga.
-¿Por qué hacen esta denuncia pública ahora?
MF De alguna forma siempre lo hicimos. A la salida de la dictadura dimos nuestro testimonio ante el Tribunal de Etica Médica y en 1995 volvimos a declarar cuando alguno de los que nos torturaron necesitaban venia parlamentaria para sus ascensos…
LP Pero nunca habíamos podido contar todo esto en realidad. Como madre, hoy veo aquello como algo brutal y no quiero que le vuelva a pasar a ningún adolescente bajo ninguna circunstancia. Es por mi hijo que hablo, pido justicia y reparación moral, para que la sociedad en su conjunto tome conciencia y defienda a sus niños en un tiempo en que, sin llegar a lo macabro de lo que vivimos, siguen sin ser protegidos.
-¿Qué sienten cuando ven hoy al general Gregorio Alvarez en actos oficiales en los que un ministro de Defensa y un comandante en jefe consideran un honor su presencia?
MF Me enferma y me lleva a hablar. En su momento, al volver la democracia nuestra organización nos pidió que no habláramos en pro de otras prioridades. Pero hoy, el silencio público sería cómplice. Aunque ya hemos declarado, en su momento, ante organizaciones de derechos humanos, comisiones parlamentarias y dirigentes políticos, hoy debe señalarse a los responsables del dolor que aún existe en la base de una sociedad que desconoce lo que realmente ocurrió. Se habla de la subversión y su represión, pero no se recuerda que también hubo violaciones a los derechos humanos sobre niños. Quiero tener los ojos en la nunca para no olvidar y decirlo para que no se olvide.
LP Ver al Goyo Alvarez en la televisión o en la calle, me subleva. El fue el responsable de esto que nos ocurrió. El pudo decir “Basta, no se tortura más” y no lo hizo. Eso es lo que quiero que se sepa: que Gregorio Alvarez es un torturador de niños.
Miércoles 14 de abril de 2004
Tomado de: lr21.com.uy
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