El patriarcado cotiza a la baja. No porque las mujeres recién tomemos conciencia de la posición de subordinación que estamos con relación al hombre, ese camino hace años que lo venimos transitando, sino porque ahora comenzamos a trotar. Y eso se palpa hasta en las tareas cotidianas.


La revolución de 2018: Mujeres en marcha

Este año se ha caracterizado por poner en la agenda política y social la voluntad de las mujeres de terminar con el sistema patriarcal. A los ponchazos, elevando la voz o en silencio, las mujeres hemos dicho “basta” y comenzamos a trotar.

Cuento con decenas de años, tantos que puedo decir sin chance alguna a equivocarme, que estoy más cerca de la tierra que del amnios. Crecí en lo que se podría llamar “un hogar de avanzada”. Mi madre y mi padre trabajaban a la par, pero a la hora de las tareas domésticas, mi padre ayudaba. Sin embargo, mis amigos y amigas de juegos, que se escandalizaban cuando veían al hombre de la casa lavar los platos, eran los mismos que consideraban a Mafalda la capa de un grupo en el que Susanita era la tonta. ¿Acaso no estábamos cambiando nuestras cabezas cuando nos identificábamos con los personajes de Quino en aquella década del 60 y principios de los 70 de nuestra infancia?

Y seguimos avanzando. En la actual agenda de derechos ya no se acepta más que los hombres ayuden. Ahora barren, lavan el piso, hacen las camas como cualquier integrante más de la casa. Porque lo son, pero por sobre todas las cosas, porque nosotras no aceptamos el rol de sumisión del que ya salimos.

¿Que aún existe discriminación de género? Claro que sí. No es de un día para el otro que se termina con la dominación ni que la estructura vertical se transforma en horizontal. Pero hay un gran camino recorrido y no hay marcha atrás. Sólo queda seguir avanzando en todos los planos.

En el laboral, a nadie en su sano juicio se le ocurriría pedir ganar más por ser de un género u otro, no obstante, sabemos que, si el salario es mayor al laudo, la estadística marca que se le hace una mejor oferta al hombre que a la mujer; en lo político, si no hay cuota tenemos mayores posibilidades de estar destinadas a las suplencias; en lo deportivo, se le da más relevancia a lo masculino; lo mismo sucede en el arte con algunas excepciones como el ballet, lo que bien podría considerarse como una de las tantas supervivencias que, aun cuando se nieguen, subsisten. Y así se podría seguir nombrando. ¿Dónde está el mérito entonces? En que sería un escándalo aceptar que todo debería ser como antes.

Tampoco vale engañarse: en algún momento deberán reverse las estructuras jerárquicas sociales en función de clase, porque si no, todo queda en una suerte de cambio sin cimientos firmes con el peligro que eso conlleva. ¿A qué me refiero? A que las mujeres de las clases socioeconómicas dominantes tienen más derechos que sus pares de las clases socioeconómicas más bajas. Eso implica que en el cuarto y quinto quintil puede haber un patriarcado más debilitado, pero cuyo dominio impacta en los quintiles que están más abajo, creando una suerte de sumisión que se traslada de lo macro a lo micro, temiendo el macho la pérdida de poder y actuando con violencia en el afán de perpetuarlo. Eso se traduce en el aumento de los femicidios y de las mujeres en situación de vulnerabilidad, con mayor preponderancia entre las clases media baja y baja.

Esa asimetría no sólo es resultante del patriarcado, sino de la inexorable división de la sociedad en clases sociales. Obviar esa realidad podría llevar a pensar el problema de manera transversal y no de manera vertical y jerárquica. En la medida que el poder del macho se debilita en el ámbito de la pareja, el patriarcado se potencia y se traslada a los sectores socialmente más bajos con mayor virulencia. En otras palabras, la reivindicación de los derechos y de la libertad de la mujer (que en definitiva de eso se trata) son pura ilusión si partimos de la base de una supuesta “igualdad”, que no existe en la sociedad. Género y clase no son categorías independientes. Conforman una espiral en la cual una categoría no puede ser comprendida sin la otra.

Pero reinventemos el principio: las mujeres unidas cotizamos al alza. Porque aún a sabiendas de que vamos a tener bajas, gritamos: “Ni una menos”, porque somos parte activa de la construcción de nuestro presente, porque estamos escribiendo el futuro que es posible que no leamos, porque nos sobreponemos a nuestras postraciones, porque no negamos las ambiciones, porque decidimos dejar de ser invisibles, o porque, simplemente, llegó el momento de que la sociedad, sus problemas, sus goces y sus penas sean vistos con ojos de mujer. Con esa mirada se pueden descubrir aspectos de la realidad diferentes a los que se pueden percibir desde una visión patriarcal.

Sin soutien, o con él, seguimos andando.

POR ISABEL PRIETO FERNÁNDEZ

fuente  caras y caretas

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