El Comando Sur norteamericano, en marzo del 2018, hizo pública una información sobre su estrategia para nuestra región en los próximos diez años, los principales «peligros» o «amenazas» identificadas y el modo de enfrentarlas

Resultado de imagen para Bases militares de EE.UU. en América Latina y el Caribe. El Plan Suramérica
Bases militares de EE.UU. en América Latina y el Caribe. El Plan Suramérica

Estados Unidos tiene cerca de 800 bases militares a lo largo del mundo, de ellas más de 76 en América Latina. Entre las más conocidas resaltan: 12 en Panamá, 12 en Puerto Rico, 9 en Colombia y 8 en Perú, concentrándose la mayor cantidad en Centroamérica y el Caribe.

El Comando Sur norteamericano, en marzo del 2018, hizo pública una información sobre su estrategia para nuestra región en los próximos diez años, los principales «peligros» o «amenazas» identificadas y el modo de enfrentarlas. Así mencionó a Cuba, Venezuela, Bolivia, «la lucha contra el narcotráfico», redes ilícitas regionales y transnacionales, mayor presencia de China, Rusia e Irán en América Latina y el Caribe, auxilio ante desastres –recordemos la «ayuda» brindada a Haití cuando el terremoto-   así como el papel asignado a las fuerzas de seguridad de cada país en diferentes rubros vinculados a la seguridad interna, regional e internacional1.

El actual Comandante del Comando Sur, almirante Kurt Tidd, en febrero del 2018 expuso ante el Congreso los escenarios planeados para el continente, objetivos, medios y estrategias acordes con la Estrategia de Defensa Nacional (2018) y la Estrategia de Seguridad Nacional (2017-2018)2.

 «En términos de proximidad geográfica, comercio, inmigración y cultura, no hay otra parte del mundo que afecte más la vida cotidiana de Estados Unidos que América Central, América del Sur y el Caribe»3, se afirma.

Los desafíos para la hegemonía, plantea el almirante estadounidense, se enfrentarán por medio de una «Red de Redes», operada por el Comando Sur en conjunto con las agencias estadounidenses y los aliados. Tres Fuerzas de Tarea Conjunta actuarán en este plan: Fuerza de Tarea Conjunta-Bravo (Base Aérea de Soto Cano, Honduras), Fuerza de Tarea Conjunta de Guantánamo, La Fuerza de Tarea Interagencial y Conjunta-Sur (Cayo Hueso, Florida).

La respuesta en casos de contingencias incluye: Defensa del Canal de Panamá y el área del Canal de Panamá; Operaciones de control de migración; Asistencia humanitaria y Respuesta ante desastres; Operaciones militares unilaterales, bilaterales o multilaterales llevadas a cabo por las fuerzas en respuesta a cualquier crisis4.

Según el informe del almirante Kurt Tidd, Cuba sigue amenazando los intereses de Estados Unidos en la región, por medio de actividades de vigilancia y contrainteligencia en varios países. El ejemplo más claro es su influencia en Venezuela (servicio de inteligencia y fuerzas armadas).

Colombia es el actor clave en la región, en tanto su nueva relación con la OTAN.  Colombia invirtió en el 2017 el 3,1 % de su pib en gasto militar, equivalentes a usd 9 713 millones. La inversión de este país es la segunda más alta de la región sudamericana, según el total de su gasto militar, solo por debajo de Brasil. El tercer país con más dinero destinado a sus ejércitos es Argentina con usd 5 680 millones, equivalentes solo al 0,9 % de su pib.

En México el gasto militar tuvo un incremento considerable en los últimos 10 años llegando a 47,5 % (seis mil millones de dólares) lo que representa poco más del 2,5 % del pib. Este aumento se da en paralelo a sustantivos recortes en ciencia y tecnología, salud y educación.

La instalación de una base militar estadounidense en Neuquén, Argentina, nos aporta un dato interesante: la empresa ypf encontró en el 2011 en Neuquén un mega yacimiento de petróleo y en el 2018 ee. uu. anuncia que construirá una base de ayuda humanitaria en  ese lugar.

Estados Unidos divide al mundo en nueve comandos, para América Latina y el Caribe. El Comando sur, con su red de bases militares, incluida la iv Flota, que es en sí misma un conjunto de bases muy operativas y con gran capacidad de desplazamiento, constituye una seria amenaza.

Estas bases no son solo militares, aunque todas lo son en su esencia. Hay bases que funcionan como centros para la guerra mediática y ciberguerra, el Comando Sur trabaja de conjunto con la nasa, la Agencia de Inteligencia Geoespacial y las Fuerzas Armadas brasileñas –y de otros países– en un proyecto para la creación de un satélite para la South Cyber-Container Initiative: análisis de redes para detectar actividades maliciosas en la red. Desarrollado en conjunto con el Departamento de Seguridad Naciona (DHS), el Departamento de Defensa y el Buró Federal de Investigaciones (FBI)5.

A la visita reciente del almirante Kurt W. Tidd, a Colombia, se suma la reunión multinacional de seguridad marítima en Miami. En esta segunda reunión –la primera fue en diciembre del 2017 – se firmó una carta de intención entre Estados Unidos, Colombia y México, para «proteger la soberanía de las aguas territoriales y las zonas económicas exclusivas de cada nación». Esta «seguridad marítima» cubriría el Golfo de México, parte de Centroamérica y el Caribe colombiano.

En los últimos años, también Perú se convirtió en pieza clave del despliegue militar estadounidense en la región con la instalación de bases en la selva peruana y los Centros de Operaciones de Emergencia Regional (coer).

Mientras el almirante Kurt W. Tidd visitaba Colombia, el ministro de defensa, Oscar Aguad y la ministra de defensa, Patricia Bullrich del Gobierno argentino, se reunieron en ee. uu. con funcionarios del Departamento de Estado, del fbi, la dea y con directivos del Comando Sur. Argentina autorizó a Estados Unidos a instalar una base militar en la Triple Frontera, entre su territorio, Paraguay y Brasil, mientras Bullrich firmó un acuerdo para crear un Centro de Inteligencia Regional en Usuhaia (Patagonia argentina).

A principios de enero del 2018 trascendió la llegada de personal militar estadounidense a territorio panameño, fuerza militar que debía permanecer hasta después de las elecciones realizadas en abril en Venezuela. La excusa: «la defensa del Canal de Panamá».

El cerco se cierra, la guerra que Estados Unidos lleva a cabo contra Venezuela necesita de una fuerza regional que intervenga no solo en lo económico y político, también en lo militar.

La renovada injerencia directa e indirecta sobre las Fuerzas Armadas, Policía Nacional y soberanía nacional de Ecuador, facilitada por el Gobierno de Lenín Moreno, que incluye brindar capacitación, inteligencia, intercambio de información y acceso a colegios militares, donde oficiales del Ecuador podrán «formarse», presencia de militares estadounidenses en suelo ecuatoriano, so pretexto de lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, constituye un serio peligro. El subcomandante del Comando Sur, Joseph P. DiSalvo, de visita en Ecuador, se reunió con las máximas autoridades para «coordinar acciones».

«Debemos pensar en una estrategia nueva que más que un Plan Colombia sea un plan Sudamérica, donde todo el mundo pueda combinar sus esfuerzos y así luchar contra esto», expresó DiSalvo en una entrevista ofrecida a medios ecuatorianos.

El renacimiento de la Doctrina Monroe, evocada por Tillerson cuando advirtió sobre la amenaza que representa para «nuestros valores democráticos» la presencia comercial de China y de Rusia en la región, muestra un reverdecer de la peor línea de acción del pensamiento imperial.

El objetivo del imperio es incrementar la presencia militar en la región con el fin de asegurar sus intereses hegemónicos en el hemisferio, consolidar un frente contra Venezuela y perpetuar su dominio sobre los inmensos recursos económicos de América Latina y el Caribe.

La frase de Bolívar parece adquirir hoy más valor que nunca: «Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad».

GRANMA


Fuente: Territorios vigilados. Telma Luzzani Diseño: Alejandro Acosta Hechavarría

Notas al pie

1www.southcom.mil/Portals/7/Documents/USSOUTHCOM_Theater_Strategy_Spanish_(FINAL).pdf?ver=2017-10-26-124307-193&timestamp=1509036213302

2www.southcom.mil/Portals/7/Documents/Posture%20Statements/SOUTHCO...

3www.southcom.mil/Portals/7/Documents/Posture%20Statements/SOUTHCO...

4www.defense.gov/Portals/1/Documents/pubs/2018-National-Defense-S...

5Estrategia del teatro 2017-2027 comando sur de los ee. uu.

www.resdal.org/ultimos-documentos/usa-command-strategy.pdf

www.defense.gov/Portals/1/Documents/pubs/2018-National-Defense-Strategy-Summary.pdf

COMPARTIR facebook twitter google +




La sociedad no puede dejarse seducir por el planteo de algunos políticos –como es el caso del senador Jorge Larrañaga- de sacar a los militares a las calles. “Este tipo de ideas son una amnesia de lo que estamos viviendo. Los militares no pueden volver a cumplir ningún papel represivo en las sociedades. No deben, están formados para otra cosa. No se le debe dar esa injerencia porque su poder está en las armas y con mucha rapidez lo aplican autoritariamente”.

Resultado de imagen para dictadura uruguaya
Elena Zaffaroni, integrante de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desparecidos, declaró en República Radio que la sociedad no puede dejarse seducir por el planteo de algunos políticos –como es el caso del senador Jorge Larrañaga- de sacar a los militares a las calles. “Este tipo de ideas son una amnesia de lo que estamos viviendo. Los militares no pueden volver a cumplir ningún papel represivo en las sociedades. No deben, están formados para otra cosa. No se le debe dar esa injerencia porque su poder está en las armas y con mucha rapidez lo aplican autoritariamente”.

Sostuvo, además, que es un “disparate” lo que está sucediendo en Brasil así como también las medidas que se plantean en Argentina. “Por suerte han tenido una inmensa oposición y esperemos que si acá hubiera una seducción de algunos políticos por la represión, recuerden lo que vivió este país.

Esto debe preocupar inmensamente a los uruguayos. Lo que nosotros tratamos es que este dolor se integre socialmente y sea un aprendizaje para que no recorramos los mismos caminos”.

Cabe recordar que en la oportunidad Zaffaroni también habló sobre el caso del coronel retirado Eduardo Ferro y opinó sobre el trabajo de la fiscalía especializada en tratar las causas referidas a la dictadura.

“Lo de Ferro es una afrenta a la Justicia uruguaya”

La situación del coronel retirado del Ejército Eduardo Ferro tiene en vilo a la organización de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos y al gobierno uruguayo. A principios de mayo de este año, el Consejo de Ministros de España aprobó el pedido de extradición. El coronel Eduardo Ferro se había ido a España, presumiblemente a través de Brasil y con identidad falsa, cuando fue citado a declarar en calidad de indagado en el marco de la investigación sobre el secuestro y desaparición del dirigente comunista Óscar Tassino y por las torturas contra Lilián Celiberti y Universindo Rodríguez.

Una vez detenido para su extradición, Ferro presentó en noviembre del año pasado, un recurso ante la Fiscalía española y le dieron la liberación. En setiembre de 2017 fue detenido en España a raíz de la liberación, por parte de la Justicia uruguaya, de una orden de detención nacional e internacional. Sin embargo, cuando la Justicia española quiso hacer efectiva esa extradición se encontró con que Ferro estaba libre.

Las autoridades españolas de Interpol se comunicaron con sus colegas uruguayos sobre la imposibilidad de ser ubicado y se declaró una alerta roja para su búsqueda y captura. La “desaparición” de Ferro fue informada por el Instituto de Estudios Legales y Sociales del Uruguay (Ielsur), organismo que le exigió a la Cancillería uruguaya que reclame una investigación a raíz de lo sucedido.

Con respecto a esta situación, Zaffaroni dijo que “esto demuestra que Ferro es parte de un núcleo muy duro de la represión uruguaya, que estuvo en contacto con lo que es el Plan Cóndor y que seguramente tiene amigos muy poderosos.

Todavía no hemos logrado visualizar a esta organización totalmente y que se investigue a fondo cómo era el Plan Cóndor, pero lo que se conoce ya es contundente: es una coordinación que se mantiene entre muchos países de América Latina. A juzgar por lo que pasó en España, todo hace pensar que algún lazo aún sigue existiendo. Nosotros creemos que el papel del Estado uruguayo ha sido muy omiso, no ha estado atento, persiguiendo y manteniendo total vigilancia de cómo fue ese procedimiento.

Todavía no hemos conseguido una entrevista con el canciller, creemos que esto lo tienen que tratar con un altísimo nivel. Es algo gravísimo, porque es una afrenta a la justicia uruguaya y a quienes luchan por sostener viva la causa”. Quien opinó también sobre este tema fue el presidente del Frente Amplio Javier Miranda quien dijo a LA REPÚBLICA que se trata de un”grave error de la justicia española”.

“Fiscalía está trabajando muy fuertemente”

Con respecto a cómo viene siendo el trabajo de la fiscalía especializada en tratar las causas referidas a la dictadura, dijo que tienen un “contacto permanente” y que consideran que “está trabajando muy fuerte y de forma muy comprometida”. Sin embargo, señaló que esta fiscalía no tiene potestades sobre las causas que no les llegan: solo reciben el 25%, por tanto, hay otras que están archivadas y perdidas. “Las causas que les llegan las están diligenciando con mucha rapidez”.

“Los denunciados tal vez se fuguen, pero es importante que las sentencias existan, que las fronteras se le cierren y que los persigan. No sé si los encontrarán, porque se nota que tienen muchos amigos con mucho poder.

Pero lo importante es que esto salga a la luz. La inquietud de Familiares – que ya tenemos tantos años de perseverancia- es que la sociedad entienda e incorpore este tema fuertemente. Nosotros en algún momento ya no vamos a estar, ya estamos grandes, y es por esta razón que lo esencial es que se entienda que este tema no es individual sino que es social: refiere a la calidad democrática que tenemos, a lucha para que exista una Justicia vigorosa y real y un Estado que nos brinde garantías”, reflexionó.

Fiscal pidió el procesamiento de ocho militares por torturas

Según “La Diaria”, Ricardo Perciballe, quien está a cargo de la Fiscalía Especializada en Crímenes de Lesa Humanidad, pidió el procesamiento y el cierre de fronteras de ocho oficiales retirados por delitos de tortura a cerca de una treintena de detenidos por la dictadura. Dichos detenidos fueron recluidos en el centro clandestino conocido como “300 Carlos”, que funcionó entre 1975 y 1977 y estaba ubicado dentro del cuartel del entonces Batallón de Infantería Blindado Nº 13, ubicado en la Avenida de las Instrucciones y Camino Casavalle.

Cabe mencionar que el procesamiento fue referido a Mario Aguerrondo, Rudyard Scioscia, Mario Franchelle, Mario Manuel Cola, Homero González, José Nino Gavazzo, Jorge Silveira y Ernesto Ramas. Perciballe dijo que si bien los hechos denunciados son torturas, la tipificación es privación de libertad y abuso de autoridad, ya que eran las figuras delictivas que existían en ese momento.

LA REPÚBLICA

La Fuga de Punta Carretas. La libertad acostumbra realizar milagros que no son más que la fuerza imponente que su demanda despierta. “Inexplicables” a primera vista e “imposibles” en los cerebros del desaliento perpetuo.


En estos primeros días de setiembre se cumplen 39 años de la fuga (por un túnel) de ciento once presos recluidos en el Penal de Punta Carretas.

Como es sabido, fue una operación de guerrilla urbana que tuvo suerte. La imprescindible en todo orden de la vida.

Hubo incontables publicaciones al respecto; entre ellas nuestro libro “La Fuga de Punta Carretas” que también tuvo suerte: fue bien acogido.

Tanto que en estos días la Editorial Banda Oriental lanzará una nueva edición y, en este asunto, muy especialmente, queremos detenernos por lo menos un poquito.

La Izquierda Uruguaya es la del más antiguo proceso de acumulación ininterrumpida de América. Es por eso, que todavía hoy, y hasta en el Gobierno, muestra algunos de los pocos dirigentes guerrilleros de la década de los sesenta y de todo el Continente, vivos de milagro y todavía actuantes, con sus errores y achaques a cuestas (“medio bichocos” dijera el ex guerrillero y actual Presidente Mujica) pero, como siempre, en las trincheras del campo popular. Algo raro en el mundo…

Proceso iniciado a mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado, pasó por el vértigo mundial de la década de los sesenta y por la atroz prueba del terrorismo de Estado que abarcara los Golpes cívico-militares casi simultáneos en Uruguay, Chile, Bolivia y Argentina con sus funestas consecuencias. Digitados desde los Estados Unidos según era sabido y ahora confirmado por los Documentos Secretos desclasificados en dicho país.

Dicho proceso de acumulación no se vio interrumpido sino fortalecido por esas durísimas “pruebas” en las que dejó un tendal de mártires, torturad@s, pres@s, exiliad@s, desaparecid@s, proscript@s y destituid@s.

Y que por eso a la hora de su imparable triunfo electoral en el año 2004, mostró un Gabinete Ministerial cuyo promedio etario ambulaba por los 65 años.

Se trataba de un pedazo sobreviviente, casi una reliquia hasta incluso del Mayo Francés del 68, colocado por el pueblo uruguayo en el Gobierno. Alcanzamos a decir por esos días que una simple ola de frío repentino nos podía dejar sin Gobierno.

El de un país “envejecido”, con datos demográficos similares a los del Primer Mundo agravados por una cuantiosa emigración.

Con estas disquisiciones queremos ir a un reclamo y a una convocatoria.

Desde siempre pedimos, y hasta imploramos, que l@s víctimas y protagonistas de aquel tan duro temporal represivo, tramo trágico de nuestra Historia, escribieran, grabaran o filmaran su Testimonio antes de que la edad que venimos soportando lo impida.

Debemos reconocer el esfuerzo en ese sentido de much@s. Pero ha sido insuficiente. No el de ell@s, sino el de l@s demás.

Pero atención: del heroico plebiscito de 1980 (epopeya popular de hace 30 años), de las Conversaciones del Parque Hotel, de las Elecciones Internas de los Partidos en 1982, del Obeliscazo, del PIT., del Primero de Mayo de 1983, de la Multipartidaria, de la Multisectorial, de sus primeros intentos de movilización duramente reprimidos, del retorno de Wilson, de la “intimidad” de todas esas y muchas otras acciones, se ha escrito muy poco, por no decir casi nada y, en algunos casos, nada.

Y si la fuga de Punta Carretas fue hace 39 años y el Obeliscazo hace 28, es clarísimo que gran parte de nuestra población, de acuerdo a la fecha de su nacimiento, carece de una inmensa cantidad de información imprescindible.

Ni qué hablar si nos referimos a períodos anteriores.

Y además omitimos en esta somera reseña, para nada exhaustiva, la información y el relato de todo cuanto l@s uruguay@s perseguid@s hicieron y padecieron en el exterior. Este es un tema que, por sí solo, ofrece ancho campo para dramas, comedias, tragedias y epopeyas que, realmente existentes, serán perdidas si no son rescatadas.

Poco importa (aunque importa) la tendencia política o el “cristal” con el que se mira cada versión de los hechos si ni tan siquiera existe “versión de los hechos”.

Nuestro aludido libro fue producto de un intenso pero agradable trabajo para conseguir y recopilar información más allá de la que nuestra memoria parcial y falible podía tener. Una obra de buena fe que no agotó ni por asomo la recopilación de todo lo que se debió hacer, especialmente afuera del Penal, para que tal hazaña colectiva fuera posible. Todavía hoy nos venimos a enterar del rol imprescindible que much@s desempeñaron en aquel “afuera”.

Hay una cantera de metal precioso a disposición de quien la quiera escarbar.

Aquella fuga fue un grito de Libertad esencialmente colectivo. Jamás vimos actuar con tanto espíritu de cuerpo, disciplina autoimpuesta y labor en equipo, a tant@s compañer@s, como en aquel desafío. Dicho con todo respeto: no parecíamos uruguay@s.

O lo éramos de raíz (algo que solemos olvidar demasiado).

“Argentinos de antes” como dijera un genial escritor porteño, con lo que la “culpa” del reiterado olvido citado, adquiere vastos territorios regionales.

En lo personal creo que eso ha sido y es así.

Intuyo, porque no me lo han contado, que el proceso de salida y expulsión de la Dictadura fue, a nivel colectivo nacional e internacional, una “obra” por el estilo pero de inmenso e incomparable volumen social y político.

Lo que, entonces, muestra y demuestra las cosas que podemos hacer tanto en Uruguay como en la Región, cuando nos las proponemos en serio.

La libertad acostumbra realizar milagros que no son más que la fuerza imponente que su demanda despierta. “Inexplicables” a primera vista e “imposibles” en los cerebros del desaliento perpetuo.

Porque en la carne propia lo sabemos, es que nos permitimos decirlo y convocar para que tod@s hagan lo suyo. Sera siempre para bien.

fuente  la republica  diario

Escrito por Eleuterio Fernández Huidobro, 


La guerra espléndida del imperio La primera operación de guerra cultural del mundo moderno, se llevó a cabo contra Puerto Rico, Filipinas y de manera especial contra Cuba en 1897

Imagen relacionadaResultado de imagen para La guerra espléndida del imperio
La primera operación de guerra cultural del mundo moderno, se llevó a cabo contra Puerto Rico, Filipinas y de manera especial contra Cuba en 1897. Era necesario crear el clima apropiado en Estados Unidos para apoyar una posible guerra contra España y allanar el camino a la ocupación militar y la anexión de las posesiones españolas en el Caribe y el Pacífico.

Con ese propósito, en 1897, Theodore Roosevelt, Henry Cabot Lodge, Alfred T. Mahan1, John Hay2, Whitelaw Reid, Albert Beveridge, Nicholas Murray
Butler y Josiah Strong3, voceros e ideólogos ilustrados del Partido de la Guerra, se reunieron varias veces en la Universidad de Columbia con representantes de la prensa.

Los encuentros fueron organizados y dirigidos por Henry Brooks Adams, doctrinario activo del darwinismo social, nieto del ideólogo de la fruta madura. Ese grupo fue bautizado por John Hay como «la pandilla simpática». Su pensamiento era una rara mezcla de fundamentalismo y ciencia; de romanticismo y pragmatismo, de idealismo y cálculo capitalista; de discurso democrático, deseos de construir una aristocracia del dinero y de adhesión a la causa de la superioridad racial.

Para lograr la construcción del ícono de la «Gran Madre América», generosa protectora de pueblos inferiores y escarnecer al decadente Imperio español, la «pandilla simpática» convocó, entre otros, a los directores del Minneapolis Journal, Denver Times, Chicago Tribune, Minneapolis Tribune, New York Journal y New York World.

William Randolph Hearst, magnate de la prensa estadounidense, envió a Cuba a su mejor dibujante, Frederic Remington y a uno de sus mejores
periodistas, Richard Harding Davis, para preparar a la opinión pública estadounidense ante la futura intervención y posterior ocupación de la Isla.

Ambos personajes mataban el tiempo en La Habana, entre bares y cantinas. Un día Remington escribió a Hearst «Todo está tranquilo, no habrá guerra», a lo cual Hearst le respondió con otro telegrama que se hizo célebre: «Por favor, usted haga los dibujos, yo proporcionaré la guerra».

Joseph Pulitzer, conocido por su competencia con Hearst, sus crónicas amarillas y los premios periodísticos que llevan su nombre, confesó que su intención, al contribuir con la guerra, era aumentar la venta y circulación de sus diarios.4

La  competencia  que  se  vivió  entre el Journal y el  World fue dura, llegándose a publicar hasta 40 ediciones  diferentes  de  ambos  periódicos  en  un  mismo  día. Hearst trasladó todo su diario a Cuba para trabajar desde la isla junto a un auténtico «batallón» de reporteros.

La manipulación, la mentira, la falta de rigor, la tendenciosidad, estuvieron presentes todo el tiempo en los reportajes que llegaban desde la «zona de guerra», léase hoteles y bares de las grandes ciudades.

Francis H. Nichols publicaba el 29 de julio de 1899 un artículo en Outlook titulado «Cuban Character», donde pretendía denigrar a los cubanos: «Han sustituido la adoración a Dios, por el amor a una cosa abstracta a la que ellos llaman patria, patria es el objeto de la adoración y el fanatismo de los cubanos. Puede decirse que es la única cosa en la que realmente creen. Políticamente los cubanos son como dementes lúcidos».

Cualquier información favorable a los independentistas era anulada de inmediato. Cuatro palabras: vagos, vengativos, ladrones y cobardes, aparecían constantemente en los textos y eran representadas en caricaturas.

Se hicieron miles de caricaturas de guerra. El papel que jugó el humor gráfico se recoge en el libro Cartoons of the War of 1898 (Belford, Middlebrook and Co., Chicago, 1898).5

Siguiendo orientaciones de la «pandilla simpática», periodistas pagados y agentes de los Pickerton, enviaban abundante información a Estados Unidos, lo que permitía a los chicos simpáticos elaborar informes al gobierno sobre el «modo de pensar» de los habitantes de la Isla, que servían de base a la prensa para escribir sobre la «realidad» en Cuba.

Las crónicas de viaje, caricaturas, historias que trataban de presentar la imagen de pueblos inferiores, incivilizados, circulaban y abarrotaban los periódicos. Por otro lado, la imagen del país del Norte como nación benefactora por derecho y designio divino, encargada de proteger a los «pueblos inmaduros», se hizo recurrente en los principales diarios de la época.

Conocemos en qué terminó la ayuda «fraternal» de Estados Unidos en Filipinas, no solo aplastaron en el campo militar a los nacionalistas que resistieron la intervención, los filipinos fueron «reeducados» –al decir de los ocupantes– política y lingüísticamente.

La Conferencia de París de diciembre de 1898 se realizó a espaldas de los independentistas. España abandonó sus «demandas» sobre Cuba, mientras que Filipinas, Guam y Puerto Rico fueron oficialmente cedidas a Estados Unidos. Se les arrebataba así la independencia por la que habían peleado durante largos años.

Estados Unidos, a través del poder militar y económico, el control del sistema educativo, de las instituciones religiosas y de los medios de comunicación, consolidó el dominio de los nuevos territorios.

John Hay escribió a Theodore Roosevelt que habían librado contra España «una espléndida guerra».  Por su parte, sobre las consecuencias internas de la guerra, Mark Twain declaró: «no se puede tener un imperio afuera y una república en casa».6

La experiencia adquirida en la «guerra espléndida» fue aplicada con creces y perfeccionada durante la Primera Guerra Mundial contra el «ogro alemán», convirtiéndose en una herramienta eficaz de «ablandamiento» el hecho de que antes de los acorazados, llegaran los símbolos y cuando terminan su tarea los íconos –los elementos de la guerra cultural del imperio– o cuando fallen, entonces vendrían los bombarderos o los misiles en la actualidad.


Nada más semejante a la guerra de estos tiempos, pensemos solamente qué ocurre contra Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Cuba y aquellos procesos y gobiernos que resulten –incómodos– al poder hegemónico del imperio y su intención esparcida a viva voz de imponer sus valores, ideologías y formas de vida.

  La diferencia está en las nuevas tecnologías que brindan un arsenal de recursos inimaginables, en el control que tienen sobre los grandes medios que les pertenecen, en la experiencia adquirida en el enfrentamiento al llamado Socialismo Real en el Este de Europa.

La verdad es que entonces no lograron anexarse a Filipinas, ni a Cuba, ni a Puerto Rico. Ningún recurso logró «americanizar» a esos pueblos al punto de anularlos y extinguir su identidad, ni siquiera contra Puerto Rico, que ha tenido que enfrentar todos los recursos inimaginables; no es libre la isla hermana, pero lo será como Cuba lo es.

Al final, lo espléndido es la resistencia, la fortaleza de nuestra cultura, el amor a nuestras tierras y la libertad que nos une.

 1
En agosto de 1898 fue nombrado por el presidente McKinley como Secretario de Estado y ayudó a negociar el Tratado de París de 1898.

Presidente de la Columbia University.
3
En la década de 1890 emergió como una de las voces más fuertes del país en apoyo del imperialismo norteamericano. 
4
I. Vladimirov. La diplomacia de los EE.UU durante la guerra hispano-americana de 1898. Editoria Lenguas Extranjeras, Moscu, 1968.
5
http://www.loc.gov/rr/hispanic/1898/imagebib.html. Biblioteca del Congreso, Washington, USA.
6
Twain, Mark Antimperialismo, Patriotas y traidores, Icaria editorial. Barcelona. 2006. Op. Cit. Pág 132.

Autor: Raúl Antonio Capote | internet@granma.cu

31 de julio de 2018 22:07:13

MATAR A TODOS Así actuó la red que secuestró y asesinó al bioquímico chileno Berríos en Uruguay


“A ese hombre lo vi junto a Berríos”, musitó el médico uruguayo Juan Ferrari Grillo, apostado junto a la jueza Olga Pérez en la ventanilla para reconocimiento de presos en un Juzgado de Santiago. Fue hace cuatro días, en la mañana del lunes 14 (de octubre de 2002) cuando Ferrari señaló al apuesto y elegante teniente coronel Arturo Silva Valdés. Desde su incómoda posición, sin ver al testigo que lo observaba, el hombre que durante diez años fue el dueño de la retaguardia y de los desplazamientos del general Augusto Pinochet nunca imaginó que en ese preciso instante un médico entregaba una de las últimas piezas que han permitido a la jueza Olga Pérez armar el engorroso puzzle del asesinato del químico y ex agente de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA) Eugenio Berríos. Y que lo inculpa.

La jueza Pérez no olvidará lo que vivió el lunes 14 y el martes 15. Preparó todo en el más completo sigilo. En una sala especial esperaban dos testigos que ella hizo traer desde Uruguay en una diligencia que se rodeó del mayor secreto, al punto que ambos sólo se conocieron en el aeropuerto. Ni el médico Juan Ferrari (44 años) ni el conserje de un elegante edificio de Pocitos, Luis Mínguez (53), sabían que a partir de ese momento sus vidas quedarían atadas. Y ello ocurrió cuando en la rueda de sospechosos cada uno y con total certeza pudo identificar a los hombres que custodiaron a Berríos durante su estadía en Uruguay, y lo más importante, a los dos hombres que se lo llevaron el último día que se le vio con vida frente a la policlínica del balneario Parque del Plata, a 50 kilómetros de Montevideo.

Más tarde la jueza esbozó la primera sonrisa de la jornada cuando intempestivamente ingresó a una sala acompañada del conserje Luis Mínguez y el suboficial Salgado -tras dar un leve paso hacia atrás- le extendió la mano a Mínguez ante el estupor de los otros militares inculpados. Un saludo que tuvo más valor que cien testimonios.

“Me causó impresión encontrarme con uno de los hombres que conocí junto a Berríos. Este señor está más delgado, más avejentado… Lo reconocí de inmediato y nos dimos la mano con gusto. Incluso él me llevó un presente de Chile: una botella de pisco”, cuenta Mínguez horas antes de partir de regreso a su país.

Ferrari y Mínguez cumplieron así con una diligencia que debió haberse hecho en Montevideo. Pero en Uruguay el poder militar aún mantiene bajo tutela la democracia. Se hizo en Chile. Olga Pérez, acompañada por un selecto grupo de policías y en sólo dos años, logró armar un difícil rompecabezas que devela un capítulo secreto de los vestigios de la Operación Cóndor, la colaboración entre las policías secretas de las dictaduras del Cono Sur, y que encierra quizás la caja más sórdida: la de fabricación de armas químicas y el uso de bacterias para eliminar opositores y aumentar el potencial bélico militar. Un capítulo cuyo inicio se remonta a 1991, a meses de la recuperación de la democracia en Chile.



Un juez implacable

Difícil describir la decepción que invadió al equipo que secundaba al ministro Adolfo Bañados en la investigación del crimen de Orlando Letelier (canciller de Salvador Allende), perpetrado en Washington en setiembre de 1976, cuando supieron que uno de sus testigos había escapado. Era la primera prueba de fuego para la frágil nueva democracia chilena, y Bañados, inteligente y enemigo acérrimo de la figuración, desplegaba los hilos de la mayor investigación judicial sobre la acción de la DINA que se haya hecho en Chile. Y en esa trama la figura del químico Eugenio Berríos fue poco a poco resultando muy importante.

El 8 de noviembre de 1991 el juez dictó la orden de arresto en su contra. A poco andar supo que Berríos había escapado. No sospechaba que en la antesala de su despacho, un actuario, plenamente identificado, fotocopiaba y registraba cada testimonio, prueba y movimiento de los investigadores para informarlo de inmediato a una central que comandaba el general Fernando Torres Silva. El auditor del ejército llevaba una investigación paralela cuyo fin era impedir la acción de la Justicia.

Fue así como los testimonios de Alejandra Damiani (la secretaria que la DINA le asignó a Michael Townley, el agente que instaló el laboratorio donde se fabricaron armas químicas) y de Mariana Callejas (la esposa de Townley y también agente de la DINA) pusieron a Eugenio Berríos en la mira de Bañados. Pero también encendieron la alerta roja en las oficinas de Torres Silva.

Años más tarde, los mismos policías que secundaron a Bañados retomarían los hilos para desentrañar el misterio de la desaparición y muerte de Berríos. Y descubrirían el grupo de las operaciones más secretas que se instaló en la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE), cuya misión tenía dos objetivos: inteligencia para la seguridad nacional y la seguridad de Pinochet y su familia.



Operación escape en cadena

El primer indicio lo entregó la salida clandestina de Chile del capitán (retirado) Luis Arturo Sanhueza Ross, alias el “Huiro” o Ramiro Droguett Aranguiz, vinculado a los asesinatos de la Operación Albania y al asesinato de Jecar Neghme, dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Se logró determinar que su fuga tuvo lugar en abril de 1991. La segunda operación fue la huida del mayor (retirado) Carlos Herrera Jiménez (autor del asesinato del líder sindical Tucapel Jiménez en 1982), el 19 de setiembre de 1991.

“Junto con el director de inteligencia del ejército hemos decidido que su único camino es irse fuera de Chile. Allá estará junto a su familia por unos cuatro años, hasta que todo este cuento pase”, dijo Torres Silva a Herrera un día de setiembre de 1991 en su oficina de la avenida Alameda esquina Zenteno.

El 10 de setiembre el teniente coronel Pablo Rodríguez Márquez, integrante del equipo secreto de la DINE (en retiro desde hace pocos meses), salió hacia Argentina. Su misión: conseguir con sus socios argentinos un pasaporte falso para Herrera. El 12 de setiembre Rodríguez regresó y siete días más tarde Herrera escapó bajo la falsa identidad de Mauricio Gómez.

Una semana después se dio el vamos al operativo de Eugenio Berríos. La orden se la dio Torres Silva a Arturo Silva Valdés. Por alguna razón esta vez se tomaron más precauciones. Lo primero que hizo Silva Valdés fue mandar a Punta Arenas al capitán Pablo Rodríguez. Después, el 24 de octubre, instruyó a Raúl Lillo Gutiérrez (civil de la CNI y asignado al equipo secreto de la DINE entre 1990 y 1993, “encasillado” en el ejército en febrero de 1990, días antes de que Pinochet entregara el poder) para que viajara vía aérea a Punta Arenas llevando el “paquete” Berríos. Allá los esperaba Rodríguez, quien ya tenía todo preparado. Aprovechando la circunstancia de que uno de sus hermanos, ex teniente de Carabineros, vivía en Punta Arenas, lo convenció de partir hacia Argentina en auto con un grupo de amigos. El salvoconducto para el vehículo se sacó en tiempo récord y el 26 de octubre Rodríguez, su hermano, Lillo y Berríos abandonaron territorio chileno y cruzaron hacia Río Gallegos. Fue el momento para que el químico estrenara una nueva identidad: Manuel Antonio Morales Jara.

El mismo 26 de octubre Arturo Silva Valdés viajó vía aérea a Buenos Aires y allá esperó a Berríos y a Raúl Lillo.

Lo que sucedió en Argentina está claro pero es un capítulo que aún complica más que otros a los miembros del equipo secreto. Sólo fueron tres días, porque e
l 29 de octubre el trío emprendió viaje, esta vez por vía fluvial. Cruzaron desde Buenos Aires a Colonia y de allí siguieron viaje a Montevideo, donde ya los esperaban Carlos Herrera y el teniente coronel del Ejército uruguayo Tomás Casella.

El 8 de noviembre de 1991, el mismo día que Bañados dictó la orden de captura para Berríos, el coronel Francisco Maximiliano Ferrer Lima, el temido “capitán Max” de la DINA y entonces uno de los jefes del equipo secreto, salió hacia Montevideo vía Pluna para chequear que el “paquete” estuviera a buen resguardo.

La primera residencia de Berríos en Uruguay fue un departamento en Rambla República del Perú 815 que compartió con Herrera. Su arrendataria, Elena della Crosse, dirá más tarde que en un momento en que ella reclamó por las abultadas cuentas de teléfono fue el propio Tomás Casella quien le extendió un cheque por 1.500 dólares.

Es que el equipo secreto no tenía problemas financieros. Silva Valdés manejaba grandes sumas de dinero para comprar pasaportes, costear desplazamientos sorpresivos y rápidos, pagar hoteles, financiar a testigos molestos y a los clandestinos y sus familias, así como a los colaboradores o socios extranjeros. Y todo ello salía de una caja negra del ejército, es decir de la plata de todos los chilenos.

Nada funcionó entre Berríos y Herrera. No compartían ni hábitos ni miedos. Para qué hablar de sus sueños. Hubo alertas rojas que los oficiales uruguayos se encargaron de apagar, hasta que el incendio estalló el 18 de enero de 1992, cuando Casella fue informado de la detención de Carlos Herrera en Buenos Aires. Fue el momento de reestructurar todo el sistema de seguridad que protegía la clandestinidad de Berríos. Muchas piezas se desplazaron para el blindaje. ¿Por qué Berríos era tan importante?

El juez Bañados tenía una respuesta (véase recuadro). Por ello el 21 de enero, tres días después del arresto de Herrera, reiteró la orden de captura para el químico.



Pocitos, la nueva residencia

Febrero de 1992 marcó el inicio de una nueva vida para Berríos. Un departamento en Pocitos, a pocos metros de la costa, fue su nueva residencia. A la calle Buxareo 1117, casi en la Rambla República del Perú, llegaron Eugenio Berríos y un acompañante: el teniente coronel Mario Enrique Cisternas Orellana.

Luis Angel Mínguez, un hombre cuya contextura delata su calidad de suboficial en retiro de la Armada uruguaya, es desde 1985 el conserje del edificio. Volvió de sus vacaciones, en marzo, y se encontró con nuevos arrendatarios en el departamento 401. La primera vez que se los topó la recuerda bien: “Sólo hablaba uno de ellos, el que me mostró incluso una fotocopia de un documento de identidad chileno en el que estaba estampado el nombre: Hernán Tulio Paredes Orellana. Me dijo que hacían negocios entre Chile y Uruguay. Después supe que era Eugenio Berríos. Lo conocí como un hombre dicharachero, simpático. Se veía tan agradable y jovial que nunca pensé que estaría vinculado a otras cosas…”.

Mínguez compartió con él y sus acompañantes múltiples menesteres por sus funciones. “Y cómo no recordarlo si hasta la cuenta de la luz venía a nombre de Hernán Tulio Paredes… Al pasar de los días me percaté de que siempre vivieron allí tres personas. Paredes (Berríos) era el permanente y los otros dos cambiaban cada quince días aproximadamente…”, dice Mínguez.

Fueron diez meses de convivencia. Por eso, cuando la jueza le mostró el set de fotografías, sin vacilar reconoció entre los “acompañantes” de Berríos a los oficiales Pablo Marcelo Rodríguez, Jaime Torres Gacitúa y Arturo Silva Valdés.

Mínguez también guardaba un buen recuerdo de un “señor alto de muy buena presencia y que usaba bigote. Llegaba en un auto Chevrolet Chevette color azul con patente uruguaya a buscar al señor Paredes (Berríos) y el chofer nunca se bajaba del auto”. Era Raúl Lillo.

Algo pasó en junio del 92 porque el día 24 Tomás Casella viajó a Chile. Tres días después emprendieron el mismo viaje los tenientes coroneles del Ejército uruguayo Eduardo Radaelli y Wellington Sarli Pose. ¿Quién los invitó? ¿Cuál fue su misión? ¿Qué pasaba con Berríos? Son nudos que tienen pistas pero que aún restan por dilucidar. Lo cierto es que el 4 de julio los tres oficiales uruguayos regresaron a su país y al control de los pasos de Berríos.

Un hecho cierto es que Berríos no estaba bien. Comenzaba a evidenciar hastío y a insistir en que lo mejor era regresar a Chile y entregarse a la Justicia. Un paso que el equipo liderado por Torres Silva y el director de inteligencia del ejército de Chile no estaban dispuestos a permitir. Fue entonces que decidieron enviarle a su esposa para mitigar el problema. El 24 de octubre Gladys Schmeisser viajó a Montevideo para reunirse con Berríos.

El reencuentro se vivió en el hotel Hispanoamericano, de la calle Melitón González 1225, habitación 202.

El 9 de noviembre se produce un episodio que hasta el día de hoy enturbia como fantasma molesto a personeros de la cancillería chilena. Emilio Rojas, agregado cultural de la Embajada de Chile en Montevideo, recibió un extraño llamado de Berríos, de quien era amigo, en su casa. Así declaró en el sumario instruido por el Ministerio de Relaciones Exteriores: “En un principio creí que se trataba de una broma. Después me asusté. Le respondí ¿qué quieres? ‘Decirte que estoy aquí, protegido por el Tata’, me respondió. En mi angustia le pregunté: ¿Qué Tata? ‘Pinochet’, fue su respuesta. Y agregó: ‘Estoy protegido por el ejército’. Asustado, le corté, pero Eugenio volvió a llamar. Le dije: ‘Mira conchetumadre, a mí no me vas a involucrar en tus asuntos. No me vuelvas a llamar y olvídate que existo…'”.

Hubo un tercer llamado. Aterrado, Rojas no le informó a sus superiores civiles pero sí le refirió el episodio al coronel Emilio Timmermann, agregado militar en Uruguay.

“Entré a su oficina y protesté porque estaban involucrándome con Berríos. Y lo que me sorprendió fue la respuesta de Timmermann: ‘Así es, Berríos está aquí. Lo trajimos nosotros y tú tienes que guardar silencio y sabes por qué. Porque nosotros no jugamos. Mira lo cara que nos está saliendo esta operación. Tú nunca has recibido una llamada de Berríos. ¿Está claro?’ A lo que respondí ¡Clarísimo!”, dijo en el sumario de la cancillería.

A las 13 horas del 11 de noviembre el cónsul de la Embajada de Chile, Federico Marull, recibió una peculiar llamada telefónica. Al otro lado de la línea estaba un hombre que dijo llamarse Eugenio Berríos. Su voz denotaba exaltación. Explicó estar retenido contra su voluntad y pidió ayuda para regresar a Chile. Y lo increíble, lo absolutamente patético, es que Marull le dice que se presente personalmente, corta y acto seguido manda un fax a Santiago. Nunca se sabe…

Cuarenta y ocho horas más tarde su jefe desde Santiago le respondió: “Si el sujeto no comprueba identidad con algún documento, no hay nada que hacer”.

Ninguno de los dos funcionarios había leído los diarios y nunca se habían informado de que Eugenio Berríos era un hombre buscado por la Justicia porque su testimonio era clave en uno de los procesos más emblemáticos de la nueva democracia.

Así, Berríos quedó librado a sus custodios.



Secuestro en Parque del Plata

¿Fue el coronel Timmermann, de Inteligencia, el que dio el aviso de que Berríos intentaba entregarse en la embajada? Hasta hoy lo niega. Pero el químico fue sacado de Montevideo y llev
ado a 50 kilómetros de la capital, al balneario Parque del Plata, un solitario y apacible paraje en donde las casas están muy separadas unas de otras y con bosques frondosos por doquier. En ese cuadro el químico, amante de la vida nocturna y urbana y en estado de ansiedad aguda, se sintió acosado al extremo.

El 15 de noviembre el “paquete”, como lo llamaban sus custodios, logró huir de sus captores y solicitó protección en una casa vecina habitada por un oficial de la Armada retirado. Este, acompañado por su esposa, decide llevarlo hasta la comisaría más cercana.

“Estoy secuestrado por militares chilenos y uruguayos. El general Pinochet ordenó matarme”, gritó el hombre en estado de agitación aguda que se presentó ante el comisario Elbio Hernández Marrero, jefe de la Seccional 24, de Parque del Plata, de la Policía uruguaya.

No tuvo mucho tiempo para reaccionar el comisario. Cuando Berríos terminó de decirle que había ingresado al país con documentación falsa y que debe ser detenido, llegó a la comisaría el teniente coronel Eduardo Radaelli. Tras identificarse, su alegato fue corto y preciso: “Entrégueme a este hombre pues no está en sus cabales, delira y hay que someterlo a tratamiento”. El comisario dudó. Radaelli, cada vez con más premura, insiste. Hernández sigue dubitativo. Radaelli llama por teléfono. Ingresa a la comisaría el teniente coronel Tomás Casella. También se identifica y con voz autoritaria exige la entrega. Otros hombres llegan detrás de Casella. La tensión crece minuto a minuto.

Y Hernández encuentra una salida. Dice que antes de entregarlo debe someter al individuo a un chequeo médico para verificar si efectivamente está fuera de sus cabales. El mismo toma a Berríos de un brazo y lo conduce hasta la policlínica de Parque del Plata.

El doctor Juan Ferrari se encuentra de turno. Alto, fornido, su rostro y su mirada trasmiten una serenidad que amortigua el efecto de su porte. Si bien se asombra de ver llegar al comisario en persona, no lo expresa. Tampoco muestra extrañeza cuando ve que un grupo de individuos intenta ingresar a la sala de auscultación. Simplemente les cierra la puerta. Y allí el paciente se saca del calcetín papeles que le muestra además de insistirle que él se llama en realidad Eugenio Berríos y que debe ser detenido pues ingresó al país con papeles falsificados, que lo ayude…

“Lo revisé cuidadosamente y no presentaba ningún cuadro de alteración mental. Tampoco había ingerido alcohol. Sólo denotaba mucha ansiedad, hablaba y hablaba, y sus manos sudaban”, dice el doctor Juan Ferreiro 12 años más tarde.

Así lo certificó. También quedó inscrito en el libro de registro de consultas diarias. Y lo vio partir. Hernández no pudo seguir dudando. Una llamada de sus superiores le ordenó que lo entregara de inmediato a los oficiales Casella y Radaelli.

Transcurrieron unos minutos. El doctor Ferrari ya auscultaba a otro paciente cuando vio llegar intempestivamente a Berríos acompañado por dos hombres que ya había visto en el incidente previo. Berríos le agradeció su atención y le dijo que se quedara tranquilo, que estaba bien. Ferrari no entendió. La escena fue observada atentamente por los dos acompañantes. Juan Ferrari lo vio alejarse junto a los dos hombres. Y allí desapareció el rastro de Eugenio Berríos.

Diez años más tarde, en una sala de un tribunal chileno, el doctor Ferrari pudo identificar a los dos hombres que se llevaron esa tarde del 15 de noviembre de 1992 a Eugenio Berríos cuando éste intentó inútilmente pedir auxilio: los mayores del ejército chileno Arturo Silva Valdés y Jaime Torres Gacitúa.

Y aun cuando entonces se aplacó el escándalo, la histeria cundió en el equipo de militares chilenos y uruguayos que mantenían clandestino a Berríos. Existe al menos una prueba de ello. Al mediodía del mismo 15 de noviembre de 1992, en el mismo balneario Parque del Plata y a escasas cinco cuadras de la casa donde mantenían retenido a Berríos, el capitán Luis Arturo Sanhueza Ross vio a oficiales chilenos y uruguayos llegar presa de la agitación diciendo “el otro se escapó”. Con gran premura, Sanhueza fue rápidamente sacado de la residencia secundaria del oficial uruguayo Wellington Sarli Pose, ubicada en calle 20 con Ferreira. No sólo estaba Berríos oculto, también Sanhueza gozaba de la “protección” del Ejército uruguayo.

Diez años después, el 16 de octubre, la jueza Olga Pérez enfrentó en un careo a Sanhueza con Arturo Valdés y Jaime Torres. Sanhueza contó en presencia de sus antiguos jefes todo lo que ocurrió ese día 15 de noviembre y el rol que cada uno tuvo. Los rostros de los otros dos ya no guardaron compostura y la amenaza de muerte surgió rauda e iracunda en presencia de la jueza.



Uruguay bajo tutela

De no ser por la carta anónima que un grupo de policías uruguayos envió a varios parlamentarios en junio del 93, en la que se relataban los hechos acaecidos en Parque del Plata protagonizados por Eugenio Berríos, el grupo de militares chilenos y uruguayos que secuestró y asesinó a Berríos todavía seguiría en la impunidad. Allí se inició el escándalo que puso a prueba a la democracia uruguaya. Y en momentos en que el presidente Luis Alberto Lacalle iniciaba un viaje oficial a Gran Bretaña.

En la noche del domingo 6 de junio un comunicado firmado por dos ministros anunció “haber tomado conocimiento de un procedimiento realizado el 15 de noviembre de 1992 en Parque del Plata”, la destitución del jefe de la Policía de Canelones, coronel Ramón Rivas; y el inicio de una investigación administrativa que se radicó en el Ministerio de Defensa Nacional.

El 9 de junio 13 generales de Ejército encabezados por el comandante en jefe, general Juan Rebollo, se reunieron para analizar el caso y sus derivaciones. Prontamente hicieron trascender un mensaje: el caso está provocando gran “malestar” en las filas, lo que se agrava ante la posibilidad de que altos oficiales sean convocados por la apertura de un juicio civil, se habla de “agresión” a la institución y del rechazo a todo “revisionismo”. Este último es el término que utiliza la derecha y los militares para descalificar todo intento de crítica a la dictadura militar que terminó en 1985.

Lo grave es que a la reunión se unió el ministro de Defensa Mariano Brito, ante quien los generales manifiestan su pleno respaldo a Rebollo y al jefe de Inteligencia Mario Aguerrondo. Y ante él exigen que sólo exista la posibilidad de una investigación en la Justicia militar.

Seis horas duró la reunión deliberativa. A su regreso, el presidente Lacalle se limitó a trasladar de funciones a Aguerrondo de la Dirección General de Informaciones y a aplicar una sanción a los dos oficiales involucrados: Radaelli y Cassella. El día 14 de junio, Lacalle concluyó: “Nosotros ya hemos adoptado la decisión que nos parecía apropiada. Creemos que es una circunstancia en la que acciones internas de Chile repercuten en nuestro país.

Es un tema en el que no tenemos como nación ningún interés directo y debido a nuestra apreciación interna dispusimos el cambio de destino de un señor oficial general que estaba a cargo dentro del Ministerio de Defensa de las tareas de operaciones de Inteligencia”.

El “caso chileno”, según Lacalle, había ya provocado la destitución de un jefe de Policía, una asamblea deliberativa de generales, el retorno anticipado del propio presidente Lacalle, la convocatoria de dos ministros al Parlamento y declaraciones de reafirmación del resguardo del sistema democrático ante amenazas de golpe. Pocos días después Raimundo Barros Charlín, embajador
de Chile en Montevideo, informaría a la cancillería en Santiago, en el mensaje oficial número 191, que el ministro de Relaciones Exteriores Sergio Abreu le había reconocido que el presidente “una vez más había tenido que doblar el pescuezo” ante la presión de los militares.

Si para algo sirvieron las cuatro sesiones especiales de las comisiones unidas de Constitución y Legislación, más la de Defensa del Senado uruguayo, sobre el caso Berríos, fue para que dos ministros -Mariano Brito y el canciller Abreu- informaran de dos destinos distintos de Berríos. El primero dijo que el coronel Tomás Casella le había informado que el señor Berríos “le telefoneó desde Porto Alegre el 17 de noviembre de 1992 y que estaría actualmente en México”. En cuanto a Abreu, mostró documentos recibidos por fax desde el consulado de Uruguay en Milán con dos cartas atribuidas a Berríos fechadas el 10 de junio y acompañadas con una foto en la que aparecía Berríos leyendo un diario de la fecha.

El 26 de julio una conversación entre Lacalle y Rebollo puso punto final al episodio. Berríos estaba vivo en otro país, el problema era chileno, no habría juicio real y quedó en evidencia que el presidente no podía remover a los militares comprometidos en algún ilícito. Se demostró así la existencia de un poder militar paralelo en concomitancia con otro chileno facultado para secuestrar y falsificar documentos sin dar cuentas a nadie.

En el proceso que se lleva en Chile están los testimonios de quienes afirman haber informado al ministro del Interior Juan Andrés Ramírez de múltiples hechos que rodean el caso, así como de sus comentarios: “Que no se hable más de esto”.

Pero Berríos resultó más porfiado que sus asesinos. Su cuerpo apareció el 13 de abril de 1995 en una localidad que queda a medio camino entre Montevideo y Parque del Plata. Allí comenzó otra historia: la obstrucción a la Justicia chilena. Olga Pérez debió sortear todas las trabas impuestas por el presidente de la Suprema Corte de Justicia uruguaya para hacerse de pruebas y obtener, por ejemplo, la identificación definitiva de los restos. Ni hablar del rechazo sistemático de todas las diligencias precisas solicitadas por la jueza chilena. Berríos fue asesinado por dos manos: una uruguaya y otra chilena, para sellar el pacto y amarrar complicidades. El cráneo presenta dos orificios sin salida de proyectiles de un arma de fuego calibre 9 milímetros, compatibles con un revólver Mágnum 357; las balas las tiene en su poder Alvaro Gustavo González, juez letrado de segundo turno de Pando (hoy el caso está a cargo del doctor Pedro Salazar), así como el examen de las vestimentas que portaba el cuerpo.

La causa de muerte: herida encefalocraneana por impacto de proyectil. El cuerpo estaba amarrado de pies y manos y los análisis indican que después de ejecutado fue metido en un saco grueso y amarrado con una soga. Que no quedaran huellas. El hombre que afirmaba poder matar a todo Buenos Aires con su gas sarín o sus bacterias, del mismo modo que probó asesinar a varios opositores con los mismos métodos, ya no estaba para molestar a nadie con sus secretos.

La jueza Olga Pérez y el equipo de policías chilenos logró armar el puzzle y procesar a los principales inculpados chilenos, todos en retiro. Los uruguayos están todos en servicio activo, con excepción de Tomás Casella. Ahora se verá si Uruguay aún está bajo tutela militar… *

fuente de la red21