Vázquez, reconoció que existe un debe del Estado para con los familiares y todos los uruguayos, respecto al destino de los detenidos desaparecidos durante la pasada dictadura cívico - militar (1973-1985), pero remarcó que el gobierno continúa comprometido con la búsqueda de la verdad.

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Vázquez fue consultado por la prensa, este lunes 26 de noviembre,  sobre la búsqueda de detenidos desaparecidos durante la pasada dictadura.

En ese marco, el mandatario reconoció que, hasta que no se conozca el destino, “hay un debe del Estado uruguayo con los familiares y con todos los uruguayos”. Pero remarcó que el gobierno “continúa comprometido” en la búsqueda de la verdad.

El máximo mandatario destacó, entre las acciones que se han implementado: “el trabajo del Grupo de Trabajo por Verdad y Justicia de Presidencia de la República, las tareas desarrolladas por la Institución Nacional de Derechos Humanos de Defensoría del Pueblo (INDDHH), y la creación de la Fiscalía Especializada en Crímenes de Lesa  Humanidad para conocer las causas penales que refieran a violaciones de derechos humanos ocurridos entre el 27 de junio de 1973 y 28 de febrero de 1985.

“A veces estas cosas llevan mucho tiempo. Estamos trabajando para que si  la información está, tome luz”, expresó el mandatario.

Tras el reciente fallecimiento de Luisa Cuesta, la organización Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, de la cual formaba parte, lamentó que la luchadora por los derechos humanos no haya logrado conocer el paradero de su hijo Nebio Melo Cuesta, quien fue secuestrado en 1976 en Argentina y desde entonces integra la categoría de desaparecido.

Por su parte, el coordinador Ejecutivo del Observatorio Luz Ibarburu, Raúl Olivera,  dijo que “el tiempo pasa y se van muriendo los familiares y lo que perdura es la impunidad”.

“Ello es un elemento sobre el cual debería reflexionar el sistema político y judicial, desde el punto de vista de lo que realizan para que efectivamente la impunidad no continúe siendo un precio que se paga tan caro como es en el caso de Luisa y otras madres que murieron sin saber cuál era el destino de sus hijos”, expresó.

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Por otro lado, el equipo de antropología de la Facultad de Humanidades halló en 2006 en el Batallón Nº 13 de Infantería, durante el primer gobierno de Tabaré Vázquez, los restos del escribano Fernando Miranda.

También en 2006, pero en una chacra de Pando, aparecieron los restos de Ubagesner Chávez Sosa.

Mientras que los restos del maestro Julio Castro y del comerciante Ricardo Blanco Valiente fueron encontrados ambos en el Batallón 14, pero en los años 2011 y 2012 respectivamente, es decir en la administración de José Mujica.

En su momento, la Secretaria de Derechos Humanos para el Pasado Reciente de Presidencia informó son 192 las personas detenidas desaparecidas.

fuente  la red 21

Los privilegiados son analizados por personas; las masas, por máquinas” Cathy O’Neil / Experta en algoritmos La doctora en Matemáticas por la Universidad de Harvard lucha para concienciar sobre cómo el ‘big data’ “aumenta” la desigualdad

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Cathy O’Neil (Cambridge, 1972), doctora en matemáticas por la Universidad de Harvard, cambió el mundo académico por el análisis de riesgo de inversión de la banca. Pensaba que esos fondos eran neutros desde el punto de vista ético, pero su idea no tardó en derrumbarse. Se dio cuenta de “lo destructivas” que pueden ser las matemáticas, y dio un cambio radical: se sumó al grupo de banca alternativa del movimiento Occupy Wall Street —nacido en 2011 en Nueva York para protestar contra los abusos del poder financiero— y comenzó su lucha para concienciar sobre cómo el big data “aumenta” la desigualdad y “amenaza” la democracia.

La autora del libro Armas de destrucción matemática (Capitán Swing, 2017), que también asesora a startups, defiende que los algoritmos generan injusticias porque se basan en modelos matemáticos diseñados para replicar prejuicios, equivocaciones y sesgos humanos. “La crisis financiera dejó claro que las matemáticas no solo están involucradas en muchos de los problemas del mundo, sino que los agravan”, considera.

O’Neil, que participó hace unas semanas en un foro sobre el impacto de los algoritmos en las democracias, organizado por Aspen Institute España y la Fundación Telefónica, contestó a las preguntas de EL PAÍS.

Pregunta. Afirma en su libro que las matemáticas son más importantes que nunca en los asuntos humanos.

Respuesta. No creo que sean las matemáticas, sino los algoritmos. Ese es parte del problema; estamos trasladando nuestra confianza en las matemáticas a unos modelos que no entendemos cómo funcionan. Detrás, siempre hay una opinión, alguien que decide qué es importante. Si miramos las redes sociales, hay sesgos. Por ejemplo, se ordenan los contenidos en función de quién habla más en Twitter o Facebook. Eso no son matemáticas, sino discriminaciones hechas por humanos. La persona que diseña el algoritmo define qué es el éxito.

P. Detrás de los algoritmos hay matemáticos. ¿Son conscientes del sistema de sesgos que están creando?

R. No son necesariamente matemáticos, sino expertos que puedan lidiar con fórmulas lógicas y tengan conocimientos de programación, estadística o matemáticas. Saben trasladar la forma de pensar de los humanos a los sistemas de procesamiento de datos. Muchos de ellos, ganan mucho dinero con ello y aunque desde el punto de vista técnico son capaces de detectar esos fallos, prefieren no pensar en ello. En empresas como Google, hay quienes se dan cuenta, pero si manifiestan su compromiso con la justicia, los abogados de la compañía les recordarán que se deben a los accionistas. Hay que maximizar los ingresos. No hay suficientes incentivos para transformar el sistema, para hacerlo más justo. El objetivo ético no suele ir acompañado de dinero.
No necesitas formación matemática para entender que una decisión tomada por un algoritmo es injusta

P. Denuncia que los algoritmos nos son transparentes, que no rinden cuentas de su funcionamiento. ¿Cree que los Gobiernos deben regular?

R. Son opacos incluso para los que los diseñan que, en muchas ocasiones, no están lo suficientemente pagados como para entender cómo funcionan. Tampoco comprueban si cumplen con la legalidad. Los Gobiernos deben legislar y definir, por ejemplo, qué convierte a un algoritmo en racista o sexista.

P. En su libro menciona un caso de una profesora en Estados Unidos a la que echaron por decisión de un algoritmo. ¿Cree que se puede medir la calidad humana con un sistema informático?

R. El distrito escolar de Washington empezó a usar el sistema de puntuación Mathematica para identificar a los profesores menos productivos. Se despidió a 205 docentes después de que ese modelo les considerara malos profesores. Ahora mismo no podemos saber si un trabajador es eficiente con datos. El dilema si es o no un buen profesor no se puede resolver con tecnología, es un problema humano. Muchos de esos profesores no pudieron reclamar porque el secretismo sobre cómo funciona el algoritmo les quita ese derecho. Al esconder los detalles del funcionamiento, resulta más difícil cuestionar la puntuación o protestar.

P. ¿Cuál es la clave para poder hacerlo en el futuro?

R. Es un experimento complicado. Primero tiene que haber un consenso entre la comunidad educativa sobre qué elementos definen a un buen profesor. Si se quiere valorar si genera la suficiente curiosidad en el alumno como para que aprenda, ¿cuál es la mejor fórmula para medirlo? Si nos metemos en un aula y observamos, podremos determinar si el docente está incluyendo a todos los estudiantes en la conversación, o si consigue que trabajen en grupo y lleguen a conclusiones o solo hablan entre ellos en clase. Sería muy difícil programar un ordenador para que lo haga. Los expertos en datos tienen la arrogancia de creer que pueden resolver esas cuestiones. Ignoran que primero hace falta un consenso en el campo educativo. Un estúpido algoritmo no va a resolver una cuestión sobre la que nadie se pone de acuerdo.
Sería muy difícil programar un ordenador para que lo determine si un profesor hace bien su trabajo

P. ¿Las Administraciones usan cada vez más los algoritmos por la falta de perfiles suficientemente formados?

R. Por un lado, ahorran costes en personal. Pero lo más importante: evitan la rendición de cuentas. Cuando usas un algoritmo, el fracaso no es tu culpa. Es la máquina. Estuve trabajando para el Ayuntamiento de Nueva York mientras investigaba para escribir mi libro. Estaban desarrollando un sistema de ayudas para los sin techo, pero me di cuenta de que no querían mejorar sus vidas, sino no fracasar en sus políticas. Pasó lo que querían evitar: el New York Times publicó un artículo sobre la muerte de un niño como consecuencia de un fallo en esa red de ayuda. La culpa era del algoritmo, que no había calculado bien. Creo que no deberíamos dejar a las Administraciones usar algoritmos para eludir la responsabilidad.

P. El uso de algoritmos para la contratación se está extendiendo. ¿Cuáles son los perjuicios?

R. La automatización de los procesos de selección está creciendo entre el 10% y el 15% al año. En Estados Unidos, ya se utilizan con el 60% de los trabajadores potenciales. El 72% de los currículums no son analizados por personas. Los algoritmos suelen castigar a los pobres, mientras los ricos reciben un trato más personal. Por ejemplo, un bufete de abogados de renombre o un exclusivo instituto privado se basarán más en recomendaciones y entrevistas personales durante los procesos de selección que una cadena de comida rápida. Los privilegiados son analizados por personas, mientras que las masas, por máquinas.

Si quieres trabajar en un call center o de cajero, tienes que pasar un test de personalidad. Para un puesto en Goldman Sachs tienes una entrevista. Tu humanidad se tiene en cuenta para un buen trabajo. Para un empleo de sueldo bajo, eres simplemente analizado y categorizado. Una máquina te pone etiquetas.

P. ¿Cree que falta más formación en matemáticas para ser conscientes de esa manipulación?

R. Eso es ridículo. La gente tiene que entender que es un problema de control político. Hay que ignorar la parte matemática y exigir derechos. No necesitas formación matemática para comprender qué es injusto. Un algoritmo es el resultado de un proceso de toma de decisiones. Si te despiden porque así lo ha determinado un algoritmo, tienes que exigir una explicación. Eso es lo que tiene que cambiar.

P. ¿En qué otros aspectos están perjudicando los algoritmos los derechos laborales?

R. Hay un fenómeno que se conoce como clopenning (en español, cerrar y abrir al mismo tiempo). Son horarios irregulares que, cada vez, afectan a más empleados con salarios bajos. Esos calendarios son el resultado de la economía de los datos, son algoritmos diseñados para generar eficiencia, que tratan a los trabajadores como meros engranajes. Según datos del Gobierno de Estados Unidos, a dos tercios de los trabajadores del sector servicios y a más del 50% de los dependientes se les informa de su horario laboral con una semana o menos de antelación.
Esta es una de las situaciones extremas que provoca el uso de algoritmos en el ámbito laboral. Hay una ley que estipula que si trabajas al menos 35 horas a la semana, se te deben dar beneficios. Pues hay un algoritmo que se asegura de que ningún empleado haga más de 34 horas. Como no hay ninguna ley que determine que debes trabajar el mismo horario todos los días, el algoritmo no se preocupa de tu vida, y te asigna las horas de trabajo en función de las necesidades de la empresa. Si se prevé un día de lluvia, aumentan las ventas, y cambian los turnos. Hasta el último minuto no deciden. Esas personas no conocen su horario con antelación, no pueden organizar su tiempo libre, estudiar o cuidar de sus hijos. Su calidad de vida se deteriora, y los ordenadores son ciegos a eso. La regulación gubernamental es la única solución.

fuente   Red Filosófica del Uruguay
Un espacio para la reflexión

“No hay salida del nazismo global” Entrevista al filósofo italiano Franco Berardi

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Para Berardi, las personas resignaron su capacidad para pensar y sentir y, mientras la falta de diálogo impide la organización, nuevos gobiernos represivos controlan todo sin necesidad de recurrir a ejércitos. “Hoy no nos relacionamos”, asegura.

Por Pablo Esteban

El filósofo Franco “Bifo” Berardi tiene la sonrisa fácil. Es profesor de la Universidad de Bologna desde hace mucho tiempo pero antes, cuando solo tenía 18 años, participó de las revueltas juveniles del 68’, se hizo amigo de Félix Guattari, frecuentó a Michel Foucault, ocupó universidades y fue feliz. Hoy asegura que esa posibilidad fue clausurada: los humanos ya no imaginan, no sienten, no hacen silencio, no reflexionan ni se aburren. Los cuerpos no se comunican y, por tanto, conocer el mundo se vuelve un horizonte imposible. Frente a una realidad atravesada por la emergencia de regímenes fascistas –enmascarados con globos, pochoclos y dientes brillantes– los ciudadanos protagonizan una sociedad violenta, caracterizada por la “epidemia de la descortesía”. Fundó revistas, creó radios alternativas y señales de TV comunitarias, publicó libros entre los que se destacan, “La fábrica de infelicidad” (2000), “Después del futuro” (2014) y Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva (2017). En esta oportunidad plantea cómo sobrevivir en un escenario de fascismo emergente, de vértigo y agresividad a la orden del día.

–A menudo plantea la frase: “El capitalismo está muerto pero seguimos viviendo al interior del cadáver”. ¿Qué quiere decir con ello?

–La vitalidad y la energía innovadora que el capitalismo tenía hasta la mitad del siglo XX se acabó. Hoy se ha transformado en un sistema esencialmente abstracto, los procesos de financierización de la economía son los que dominan la escena y la producción útil ha sido reemplazada. En la medida en que no se podía pensar el valor de cambio sin primero recaer en el valor de uso, siempre creímos que el capitalismo era muy malo pero promovía el progreso. Hoy, por el contrario, no produce nada útil sino que solo se acumula y acumula valor.

–¿Por qué no nos relacionamos?

–La abstracción de la comunicación ha producido un proyecto de intercambio de signos financieros digitales que, por supuesto, no requiere de la presencia de personas para poder efectuarse. Los cuerpos se aíslan: cuánto más conectados menos comunicados estamos. Me refiero a una crítica al progreso que ya se ha discutido tenazmente con Theodor Adorno y Max Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración. En la introducción del libro señalan que el pensamiento crítico y la democracia firman su condena a muerte si no logran comprender las consecuencias tenebrosas de la ilustración. Si no entendemos que la mayoría de la población reacciona de una manera miedosa al cambio todo terminará muy mal.

–¿En qué sentido?

–Creíamos que Adolf Hitler había perdido y no es verdad. Perdió una batalla, pero todavía gana sus guerras. Los líderes Rodrigo Duterte (Filipinas), Jair Bolsonaro, Donald Trump, Matteo Salvini (Italia) y Víktor Orbán (Hungría) representan los signos de un nazismo emergente y triunfante en todo el mundo.

–¿Por qué se vive con tanta violencia y agresividad?

–Puedo responderte con la reproducción de una frase que leí en el blog de un joven de 19 años: “Desde mi nacimiento he interactuado con entidades automáticas y nunca con cuerpos humanos. Ahora que estoy en mi juventud, la sociedad me dice que tengo que tener sexo con personas, las cuales son menos interesantes y mucho más brutales que las entidades virtuales”. Esto quiere decir que al relacionarnos –cada vez más– con autómatas perdemos la expertise, la capacidad de lidiar con la ambigüedad de los seres humanos y nos volvemos brutales. En efecto, miramos con mejores ojos a las máquinas. La violencia sexual es la falta de aptitud del sexo para poder hablar. De hecho, vivimos hablando de sexo, pero el sexo no habla. No logramos comprender el placer del deseo del cortejo, de la ironía, de la seducción y, en este sentido, lo único que queda cuando rascamos el fondo del tarro es la violencia, la apropiación brutal del otro.

–Si la capacidad emotiva se ha perdido y la de razonar se está desvaneciendo, ¿qué nos queda como Humanidad?

–No hay salida del nazismo global. Lo único que queda como respuesta es el trauma, a partir de la readaptación del cerebro colectivo. El problema fundamental no es político, sino cognoscitivo: la victoria de Bolsonaro no representa solo una desgracia para el pueblo brasileño, pues, también es una declaración de muerte para los pulmones de la Humanidad. Te lo digo como asmático: la destrucción de la Amazonia que se está preparando implica una verdadera catástrofe. Mientras que el final de nuestros recursos se aproxima, la evolución del conocimiento social, algunas veces, demanda dos o más siglos.

–Si ya no podemos imaginar, será imposible construir futuros.

–Por supuesto, si no imaginamos no podemos actuar. La imaginación depende de lo que conocemos, de nuestras trayectorias y experiencias y, sobre todo, de nuestra percepción empática del ambiente y del cuerpo ajeno. Ya no vivimos emocionalmente de manera solidaria. Los jóvenes hoy están solos, muy solos. Necesitamos construir un movimiento erótico para curar al cerebro colectivo. Se trata de volver a unificar al cuerpo y al cerebro, a la emoción y al entendimiento. Desde aquí, #NiUnaMenos es la única experiencia mundial que, desde mi perspectiva, recupera estos vínculos. Debemos aprender de este fenómeno y extenderlo a otras áreas, recuperar derechos, volver a vivir la vida.

fuente   Red Filosófica del Uruguay

EL PRINCIPAL ARGUMENTO FASCISTA: RESTAURAR EL ORDEN

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El primer y fundamental motivo por el cual el discurso fascista puede tener éxito es porque promete una restauración, sobre todo la restauración de un supuesto orden perdido. Para ofrecer esa restauración usa la democracia contra sí misma como plataforma desde la cual despegar pero al mismo tiempo denunciándola como espacio de desorden, de corrupción, de actividad de minorías peligrosas (inmigrantes, razas perversas, comunistas, delincuentes, drogadictos, degenerados, gitanos, vagos, lo que sea, todo en la misma bolsa y sin clasificar). La democracia, afirman los fascistas, es insuficiente porque habilita la existencia de los agentes del desorden, no los elimina sino que les permite existir. Y el fascismo promete, entonces, la extirpación, la depuración, la eliminación, y si es posible que esta eliminación sea física, tanto mejor para dar fuerza al discurso. Por supuesto que para ello lo primero que hace el discurso fascista es señalar que la democracia ha degenerado, que hay corrupción, delincuencia, malestar social, inconformidad pública, insatisfacción, malgasto de los recursos, etc. La promesa de terminar con la delincuencia, las perversiones, los degenerados, las taras sociales, etc., en fin, la promesa de purificar a la nación o al pueblo, de restaurar la paz social mediante la fuerza bruta y la autoridad, incluso la tortura y el asesinato, eso alimenta sobre todo a las mentalidades que se concentran en odiar al oponente, en despreciar a quienes consideran inferiores o desviados del buen camino. Son las mentes conservadoras y reaccionarias las que mejor se encandilan con el discurso fascista. Y ciertamente en toda sociedad la multitud de los reaccionarios, cargados de sentimientos violentos y de resentimientos sociales profundos, es siempre lo suficientemente grande como para que el discurso fascista arraigue y prolifere. De modo que si vemos que un partido insiste constantemente en que el gran problema no es tanto la pobreza, o el mejoramiento de la democracia, sino el terminar con el desorden, con la irrupción de extraños, de enemigos o de desviados, con la corrupción mostrada como un ogro devorador de la dignidad social, entonces lo que está haciendo es tratar de arrastrar los votos de la masa conservadora y resentida de la sociedad con un discurso que, aunque no llegue a ser fascista, tendrá el tono fascista necesario para lograrlo. Y no importa si los que llevan adelante el discurso son ellos mismos más corruptos que aquellos a quienes señalan: la masa reaccionaria los aplaudirá y los seguirá incluso si el destino es el hundimiento, porque, como sugería Erich Fromm en su obra "El miedo a la libertad" la masa reaccionaria no logra distinguir, impregnada por sentimiento sadomasoquistas, la destrucción de la autodestrucción.

Jorge Zalkind.     RFU



Un pequeño de dos años de edad, nacido en el pueblo Victoria de la Teja, frente a la chimenea del Ancap, en medio de una sociedad disgregada por la persecución de la dictadura y en el seno de unos padres militantes de la justicia, fue obligado a vivir en un cuartel junto a su madre durante dos años para ser separado de ella cuando iba a cumplir cinco, así comienza la vida de Gabriel Otero, quien dirige hoy la alcaldía del Municipio “A” y a sus 48 años asegura que lo mejor de su vida es haber sido padre y muy pronto abuelo.


NACIÓ EN EL PUEBLO VICTORIA DE LA TEJA Y A LOS 2 AÑOS DE EDAD FUE ENCARCELADO JUNTO A SU MADRE, DONDE PERMANECIÓ HASTA LOS CINCO AÑOS
“Recuerdo a mi madre, tratando de hacerme feliz para que no sintiera el peso de la dictadura”

Un pequeño de dos años de edad, nacido en el pueblo Victoria de la Teja, frente a la chimenea del Ancap, en medio de una sociedad disgregada por la persecución de la dictadura y en el seno de unos padres militantes de la justicia, fue obligado a vivir en un cuartel junto a su madre durante dos años para ser separado de ella cuando iba a cumplir cinco, así comienza la vida de Gabriel Otero, quien dirige hoy la alcaldía del Municipio “A” y a sus 48 años asegura que lo mejor de su vida es haber sido padre y muy pronto abuelo.

El diario LA REPÚBLICA conversó con Otero, testimonio de una de las épocas más oscuras del Uruguay, quien relató cómo vivió en carne propia los vejámenes junto a sus padres, Melba Agüero y Evaristo Manuel Otero.

“El 29 de mayo de 1972, mis padres y hermanos, que eran militantes Tupamaros, caímos presos en fuga, ya nos habían avisado que la casa estaba para caer, yo tenía dos años y mis hermanos 8 y 16, mi hermana también era militante porque hacia actividades de cobertura para la organización, y bueno, nos dimos a la fuga y en el departamento de Maldonado me enfermé, mis padres tuvieron que parar y caímos en la casa de una tía tras una redada”.

La hermana mayor de Otero, Graciela, fue llevada a la cárcel de Laguna del Sauce, incomunicada totalmente y los padres marcharon a los cuarteles, como era lo usual. “Mantener a las madres presas con sus niños era una manera de hostigamiento, yo fui a parar unos meses después, antes de cumplir los 3 años, a uno de los cuarteles que ahora es el liceo militar, en aquel tiempo era el Instituto Militar de Estudios Superiores, después nos trasladaron hasta el cuartel de Blandengues otro año hasta octubre del 74, permanecí más de dos años en los cuarteles”.

Cuando estaba cerca de cumplir los cinco años, cuenta Otero, lo separan de su madre para entregarlo al cuido de su hermana que ya tenía 18 años y su progenitora es llevada a la Cárcel de Punta de Rieles. Su padre continuaba en la cárcel del Penal de Libertad. “Pasamos las mil y una, desde las mínima atención sanitaria hasta epidemias de enfermedades, hambruna, se pasó realmente mal. Yo era el más grande de los niños y aún conservo esos recuerdos”.

Recuerdos

A pesar de todo lo acontecido, Otero confiesa que aún mantiene vivo el recuerdo de su madre en esos días, buscaba la oportunidad de aislarlo de todo escenario de tristeza para que perdurara la imagen de una madre amorosa y luchadora. “Recuerdo a mi madre tratando de hacerle feliz para que no sintiera el peso de la dictadura, me cuidaba mucho, la recuerdo bañándome, disimulaba sentir una alegría mientras jugaba conmigo cuando me enjabonaba bajo la canilla de agua fría. Si bien uno sabe que era un contexto terrible, ella logró inteligentemente que conservara los mejores recuerdos de esa época”.

Tras siete años de duros días en los cuarteles, la madre de Otero enfermó de un linfoma, la liberaron y al año falleció. “Eso fue en 1979, sólo tenía 43 años. Después de siete años encarcelada lo primero que hizo tras salir en libertar fue conseguir un trabajo, solo que la enfermedad había minado fuertemente su salud y se fue en muy corto tiempo. Mi padre sí estuvo preso un poco más de 10 años y falleció en el 90”.

“Sin duda el golpe que la dictadura le dio a mi familia fue muy duro, quedamos desarticulados de todos los vínculos familiares, hubo que remar entre los tres hermanos porque la mayoría de las amistades estaban presas, a mis padres los juzga la Justicia Militar y fue una pena enorme, pero salimos adelante gracias a que mi hermana nos cuidó”, contó.

Otero respira profundo, se detiene unos segundos en búsqueda de aquellas imágenes del pasado que no lograron desvanecerse y esboza de manera sosegada: “Uno es su vida y sus circunstancias, entonces, trabajar por el más débil, el más vulnerable, fue lo que me motivó a trabajar en política”.

Aclara que no sólo los episodios de dictadura moldearon la impronta de la militancia y la vida política, también le atribuye mérito a la cultura y vivencia en el barrio. “Yo milito porque siento la necesidad de hacerlo, desde muy pequeño vi las injusticias y me gustaba dar la pelea, entonces me sumé a la pelea en el barrio, primero fue un militante social, después terminé militando políticamente”

Relata que además fue dirigente sindical del taxi, secretario general de la Federación de Cooperativas del Uruguay y secretario general de la FCPU. “Toda esa militancia sindical, gremial y social fue la que más me marcó. Luego de mucho trabajo vino el cargo electo de Alcalde, pienso que no voy a jubilarme nunca de la política porque la militancia política es un plan de vida”.

El Alcalde del “Municipio A” sostiene que agradece a esa militancia y a la acción política su formación y conocimiento que hasta ahora lo han llevado a valorar la clase obrera y saber lo sagrada que son las luchas de clases. “No hay cambio que se pueda sostener sin un campo popular fuerte, fértil, con ideas, comprometido, creo que llegué a este cargo con una madurez de tener muchas cosas claras”.

La familia

Uno de los elementos más importante en la vida de este luchador social es su familia, pues se considera “un padre presente” en su hogar, para su esposa e hijas Micaela y Milena. “Ellas son críticas de su padre y saben que no son hijas del Alcalde sino del trabajador, del taximetrista, del luchador, no hay forma de sacar adelante nada si no es en familia, les enseño a mis hijas que tuvimos momentos complicados pero no nos podemos declarar victimas toda la vida, es parte del triunfo sobrevivir”.

Gabriel piensa que la clave para no olvidar nunca sus raíces y no desarraigar su esencia, “es el barrio, poder caminar la misma vereda que caminan los vecinos con los que creció, es la única forma de no enfermarse de importancia, que es un virus que también ataca, de eso nos cuida la familia, los amigos, yo cada tanto se lo digo a mis hijas”.

En el futuro se vislumbra en la política, amoldándose, sabiendo bien de dónde viene, militando por la agenda de derechos. “Me veo tratando de no ser un dinosaurio sino de entender todo, tenemos una juventud que está peleando por la educación, por el acceso a la salud, que está con los mismos sueños pero diferentes métodos de llevarlos a cabo”, confesó al referir que lo que nunca hará en su vida será “despreciar cualquier tipo de lucha social, siento que tengo mucho para aportar pero hay que mirar con más atención a la juventud”.

Seguirá siempre luchando por lo que más le obsesiona en materia de derecho social, el tema de la vivienda y el empleo. “Siempre digo que es una obsesión, en el Uruguay hay una carencia de 35 mil viviendas, estaríamos hablando de unos 150 mil uruguayos que no tienen acceso a la vivienda, como derecho es prioritario, también el acceso al trabajo digno, a la formación”.

También apuesta a profundizar la triada cultura, identidad y convivencia, elementos que según Otero, los claves para llevar el país a un mejor rumbo. “La identidad de tu cuadra, de tu barrio, de conocer la historia de tu vecino, de tu alrededor, eso te da la convivencia, es clave para ayudar a superar los malos momentos de un país, me gusta trabajar cualquier proyecto desde esa visión, hablo con los más veteranos y los más jóvenes, es la única forma de transformar una sociedad en virtudes”.

Escrito por Mélida Briceño

fuente  LA REPÚBLICA