José Artigas fue el caudillo que encabezó la revolución iniciada en 1811 en el territorio del actual Uruguay, entonces Banda Oriental. Los orientales que se levantaron en armas contra las autoridades españolas concentradas en Montevideo nombraron a José Artigas como Jefe de los Orientales. Fue un honor importante el que recibió con ese títul
o: cuando un grupo humano define quién está a la cabeza, significa que busca organizarse, dándose una autoridad que ordene y haga respetar las normas. Artigas se lo comunicó a sus amigos y seguidores, con orgullo, a través de diversas cartas que se conservan en los Archivos. "Me han nombrado Jefe de los Orientales", les decía.
Los españoles lo llamaban "caudillo", que era la forma que tenían para nombrar a un poder diferente al de ellos: hombres que no eran nombrados por el rey español, pero que, sin embargo, eran seguidos y obedecidos por los demás. Fue una palabra despreciativa, en boca de los españoles. A medida que el tiempo pasó la palabra se fue tiñendo del significado de luchadores por la independencia, poderes nuevos en los nuevos países americanos. Alguien dio una definición corta y fácil de entender: un caudillo es un gaucho mejor. Mejor, más hábil para enlazar una res, para disparar un arma, para manejar la lanza, para moverse en el paisaje como un baqueano; bueno con la guitarra, como bailarín y como jinete; reconocido por su coraje, admirado por los hombres y exitoso con las mujeres... Vamos a presentar a José Artigas en cuatro retratos, como si fueran cuatro actos de una obra. En cada uno de ellos tendrá una edad diferente. También la sociedad y los lugares irán cambiando a su alrededor.
Pepe, el paseandero
El primer retrato es el de un hombre joven, al que llaman Pepe. Era hijo de una de las familias fundadoras de Montevideo. Aunque en su infancia estudió en el colegio de los padres franciscanos, también se ocupaba, con sus hermanos, de las estancias de su padre, don Martín Artigas; por eso desde niño le fue tomando el gusto a las faenas del campo, a los rodeos y cuereadas. Según el testimonio de su sobrina: "tío Pepe era muy paseandero y muy amigo de sociedad, y de visitas, así como de vestirse bien a lo cabildante (alias cajetilla); y que se hacía atraer la volúntad de las personas por su modo afable y cariñoso". Muy joven, abandonó la casa montevideana y se fue al campo. Arreaba ganado por la campaña, tanto para comercio legal como para contrabando. Trabajó para "El Chatre", poderoso patrón que tenía tiendas en medio del campo, en las que se vendían cueros, dulces, telas, armas. El general Nicolás de Vedia lo vio con sus propios ojos: "Don José Artigas era un muchacho travieso e inquieto y propuesto a solo usar de su voluntad; sus padres tenían establecimientos de campaña, y de uno de estos desapareció a la edad como de catorce años, y ya no paraba en las estancias, sino una que otra vez ocultándose a la vista de sus padres. Correr alegremente los campos, changuear y comprar en estos ganados mayores y caballadas para irlos a vender a la frontera del Brasil, algunas veces contrabandear cueros secos, y siempre haciendo la primera figura entre los muchos compañeros, eran sus entretenimientos habituales. Jugaba mucho a los naipes, que es una de las propensiones más comunes entre los que llamaremos gauchos, tocaba el acordeón". También cuenta que: "Se habían pasado cosa de 16 a 18 años, cuando después que abrazó su carrera de vida suelta lo vi por primera vez en una estancia a orillas del Bacacay, circundado de muchos mozos alucinados que acababan de llegar con una crecida porción de animales a vender. Esto fue a principios del año 93 en la estancia de un hacendado rico llamado el capitán Sebastián". Otros rasgos para completar su retrato de juventud: usó mucho tiempo el cabello largo, sujeto con una trenza, algo habitual en aquellos tiempos. Su pelo era de color castaño claro. Gustaba de los chalecos y tenía uno con un pino bordado en la espalda.Artigas ingresó al Regimiento de Blandengues, al servicio de la Corona española, en 1797. Los Blandengues eran una policía especial de la campaña, capaces de reprimir indios, contrabandistas y bandidos, de fundar pueblos, de recorrer sin cesar la frontera. Los únicos que se animaban a recorrer el peligroso norte de la Banda Oriental.
Fue un regimiento formado con gente experta en esos lugares, por eso —al ingresar— les eran perdonados sus delitos anteriores (el de contrabando, por ejemplo), salvo los delitos de sangre: si alguien había matado no podía ser soldado español.
Cuando Artigas se convirtió en un "blandengue" entró en una nueva etapa de su vida, pero sus años de "vida suelta" lo habían convertido en un excelente baqueano y eso le fue muy útil como "blandengue". Se destacó por su conocimiento del territorio y de las personas que lo habitaban: se entendía con changadores, paisanos, gauchos e indios. También por su coraje: una vez se escondió en un monte un asesino muy temido; Artigas —con su uniforme de Blandengues— entró solo, en medio de la espesura de espinillos y molles; lo redujo y lo llevó ante las autoridades. Episodios así lo convirtieron en el preferido de sus jefes.
ISABEL
Por aquellos años jóvenes Artigas tuvo un amor importante: Isabel Sánchez, "mestiza de cuarto grado" que estaba casada con Julián Arrúa, con quien tuvo cuatro hijos. Arrúa trabajaba para "El Chatre", igual que Artigas. Arrúa se convirtió en prófugo de la justicia por herir a un hombre; se sumó a la banda de "El Pampa Malambo" (un pandillero terrible) y sumó a sus delitos el de asesinato. Cayó preso en 1791. Lo condenaron a trabajos forzados y lo recluyeron en la Ciudadela de Montevideo.
Artigas se relacionó a partir de ese año con la mujer de Arrúa, Isabel Sánchez. Tuvo con ella cuatro hijos, nacidos en Soriano: Juan Manuel, María Clemencia y María Agustina y por último María Vicenta.
En aquella época era muy alta la mortandad infantil. Casi todas las mujeres llevaban el nombre de la virgen y todos, hombres y mujeres, el del santoral: el santo del día en que nacieron. En 1811 Juan Manuel tenía 20 años. Acompañó a su padre, como soldado de la revolución, hasta el final.
El amo de la mitad del nuevo mundo
Juan Parish Robertson era un comerciante escocés quien, junto a su hermano, vendía y compraba en la región. Se llevaban cueros y traían los más extraños encargos de los personajes de aquella época: telescopios, sombreros lujosos, sables de plata y oro, instrumentos de música, capas, medias de seda, galones, charreteras, monturas inglesas. Pero sobre todo vendían armas sin cuestionar quién era el comprador. La revolución había roto el monopolio español y eso los favorecía, pero no era fácil viajar con mercaderías en medio del estado de guerra en que estaba toda la región. En uno de esos viajes Robertson conoció a Artigas, en el año 1815. "Salvo en Paraguay y en Buenos Aires, este hombre manda en todo el virreinato", escribió Robertson: es un "jefe de montoneras" que se opone a la autoridad de españoles y de porteños, cabalgando a la cabeza de sus "bandidos audaces"; lo llaman "El Protector de los Pueblos Libres". Quedó sorprendido al llegar al Cuartel General, ubicado en Purificación, sobre el río Uruguay. ¿Qué fue lo que vio?: "¡Pues, al Excelentísimo Protector de la mitad del Nuevo Mundo sentado en un cráneo de novillo, junto al fogón encendido en el piso del rancho, comiendo carne de un asador y bebiendo ginebra en guampa! Lo rodeaban una docena de oficiales mal vestidos, en posturas semejantes, y ocupados lo mismo que su jefe. Todos estaban fumando y charlando. El Protector dictaba a dos secretarios que ocupaban junto a una mesa de pino las dos únicas desvencijadas sillas con asiento de paja que había en la choza". Si dictar a dos personas a la vez no fuera suficiente para dar idea de la actividad de Artigas, Robertson agregó: "el piso de la única habitación de la choza (que era bastante grande) en que el general, su estado mayor y secretarios se congregaban, estaba sembrado con pomposos sobres de todas las Provincias (algunas distantes 1.500 millas de aquel centro de operaciones), dirigidos a «S.E. el Protector». A la puerta estaban los caballos humeantes de los correos que llegaban cada media hora y los frescos de los que partían con igual frecuencia. Soldados, ayudantes, escuchas, llegaban a galope de todas partes. Todos se dirigían a «Su Excelencia el Protector», y su Excelencia el Protector, sentado en su cráneo de toro fumando, comiendo, bebiendo, dictando, hablando, despachaba sucesivamente los varios asuntos de que se le noticiaba, con tranquila o deliberada, pero imperturbable indiferencia que me reveló muy prácticamente la exactitud del axioma, «espera un poco que estoy de prisa». Creo que si los asuntos del mundo hubieran estado a su cargo, no hubiera procedido de otro modo. Parecía un hombre incapaz de atropellamiento y era, bajo este único aspecto (permítaseme la alusión), semejante al jefe más grande de la época" . Artigas lo hizo sentir muy cómodo. Le ofreció un catre porque supuso que no estaría acostumbrado a la postura en cuclillas. "Puso en mi mano su cuchillo, y un asador con un trozo de carne bien asada. Me rogó que comiese y luego me hizo beber, e inmediatamente me ofreció un cigarro", escribió Robertson.
Artigas se disculpó ante el reclamo de Robertson: "es todo lo que podemos hacer en estos tiempos duros, manejarnos con carne, aguardiente y cigarros", le dijo. Todo el capital existente en las arcas de Purificación ascendía a 300 pesos. Con habilidad, Robertson aceptó que se le pagara lo adeudado de una forma rara: Artigas le dio todo lo que precisaba para llegar hasta Paraguay, atravesando el litoral argentino: caballos, alojamiento, comida y —fundamentalmente— salvaguarda para su vida.
¿Acaso no era "el Excelentísimo Protector de la mitad del Nuevo Mundo"?
¿POR QUÉ ROBERTSON VISITÓ A ARTIGAS EN PURIFICACIÓN?
Robertson iba subiendo el Paraná con su barco cargado de mercadería cuando en la Bajada del Paraná (ciudad de Paraná actual) fue detenido por tropas artiguistas. Los "artigueños" helaron la sangre del escocés con su aspecto. Eran, según su descripción, "de la peor clase de soldados merodeadores de Artigas".
Tomaron posesión de su camarote. Uno de ellos, absolutamente borracho, se acostó en su cama mientras los demás jugaban a las cartas y tomaban caña a grandes sorbos, a la vez que discutían de qué manera debían darle muerte. Ya estaban por matarlo, cuando un indio que formaba parte del grupo pidió un favor a su jefe: "Que no se le fusile". Ese gesto le salvó la vida. Cuando pudo, Robertson le preguntó al indio por qué le había salvado la vida. "Se me antojó no más", fue la respuesta. El inglés decidió reclamar ante el mismísimo Artigas por los casi seis mil pesos de la época que había perdido. Fue para protestar que fue a verlo a su Cuartel General, en Purificación.
TABACO Y UN MONO
En esa época Artigas estaba legalmente casado con su prima Rafaela Rosalía Villagrán Artigas. Tuvieron un hijo varón y dos hijas mujeres; las hijas fallecieron a poco de nacer y eso afectó la salud de la mujer. La cuidaba su madre, quien era suegra y a la vez tía de Artigas. El caudillo se preocupaba por su salud y subsistencia, pero desde 1810 tenía una vida a la que ella no estaba integrada: Rafaela no fue al Éxodo, no estuvo en el Sitio y el hijo varón que había tenido, José María, se educaba en Montevideo. Por entonces tenía nueve años. Su padre le encargó a su suegra y tía, desde Purificación: "mándeme Ud. a José María; que se adelante en leer y escribir". También les enviaba regalos; en una ocasión les hizo llegar un paquete de tabaco para su suegra y un mono para José María...
En Purificación él vivía con una mujer de nombre Melchora Cuenca, de origen paraguayo. Nacieron de tales amores dos hijos: Santiago y María Artigas. De eso Robertson no escribió ni un renglón. Quizás no lo supo.
Corre que te corren
En 1819 el Protector peleaba sus últimas batallas, antes de la derrota final. Uno de sus antiguos lugartenientes, Francisco Ramírez, caudillo entrerriano, lo perseguía para darle muerte. Ya había abandonado la Banda Oriental, ocupada por los portugueses, y daba pelea en la zona misionera. Apenas con ciento cincuenta hombres huía rumbo a Candelaria, en la frontera con Paraguay. "Nosotros —recuerda Ramón de Cáceres, un soldado de Ramírez que, al igual que este, había sido soldado de Artigas— le perseguimos por la costa del Miriñay, comiendo once días la carne de los Caballos que se cansaban, y llegamos a las barrancas del Paraná en Candelaria en los momentos en que acababa él de pasar al territorio paraguayo, para concluir su carrera".
Cáceres, que estuvo tras sus talones en ese camino final, no pudo ocultar la admiración que despertaba en sus enemigos. "Era tal el prestigio de este hombre, que después de destruido en Ábalos, y que cuando creíamos que ya no podía rehacerse; en su tránsito por Misiones salían los indios a pedirle la bendición, y lo seguían como en procesión con sus familias, abandonando sus casas, sus sementeras, y sus animales, así fue que en ocho días había reunido los ochocientos hombres, con que sitiaba al Cambay; y si no hubiese sido el tesón infatigable de Ramírez, para perseguirlo en todas partes, aquella guerra hubiera durado mucho tiempo. No puedo ocultar que Ramírez lo perseguía con pesar; y algunas veces lo vi con lágrimas en los ojos lamentar la pérdida de Artigas". Principiaba setiembre de 1820 y lo habían acorralado. El hombre fuerte del Paraguay en ese momento, Gaspar Rodríguez de Francia, contaría luego que, derrotado Artigas por Ramírez y "reducido a la última fatalidad, vino como fugitivo al paso de Itapuá". "Me hizo decir, que le permitiese pasar el resto de sus días en algún punto de la República, por verse perseguido aún de los suyos y que si no le concedía este refugio, iría a meterse en los montes", contó. Tenía 56 años, llevaba puesta una chaqueta colorada y una alforja en la que había 4.000 patacones, los que entregó para que se los llevaran a sus soldados, presos de los brasileños, en la isla das Cobras. Nunca más salió del Paraguay, país en el que murió, treinta años más tarde, en 1850.
Un anciano que recuerda los tiempos idos
El mismo soldado que perseguía a Artigas con las tropas de Ramírez, Ramón de Cáceres, lo visitó en Paraguay, casi treinta años después. Lo visitó en Asunción, donde Artigas pasó sus últimos años, luego de haber vivido 25 años en una pequeña aldea llamada Curuguaty. Sus vecinos lo consideraban como "una persona cuyo trato cautivaba y era muy contrario a los porteños". Todos los que lo recuerdan dicen que era caraí guazú, caraí bae porá (gran señor, señor muy bueno, en guaraní) y que le gustaba mucho hablar de las plantaciones y naranjales de las chacras. Cáceres también escribió en sus Memorias parte de su conversación con Artigas. Fue algo que les sucedió en 1818, cuando Cáceres aún era soldado artiguista. "Marchaba el general Artigas con una división de ochocientos hombres, con el fin de sorprender una fuerza de los portugueses acampada a inmediaciones de Santa Ana, y acampamos al anochecer sobre la costa del Mataojo, en un lugar que llaman la Herrería. Empezó a llover y le hicieron a Artigas un ranchito de arcos lo bastante para cubrirlo con un cuero.
Artigas acostumbraba tener siempre cuatro o seis perros cuzcos que dormían con él, y que se agazaparon debajo de su poncho cuando empezó la lluvia. Ya estaba Artigas durmiendo boca arriba cuando sintió que le olfateaban los pies, creyó que fuese algún zorro y por dos o tres veces lo espantó haciendo un movimiento con el pie; mas a poco rato siente un enorme peso sobre su cuerpo y un fuerte olfateo sobre sus costados.
Entonces descubre la cabeza y ve que era un tigre el que tenía encima. Hace un esfuerzo, se incorpora y echa al tigre con rancho y todo patas arriba. Al grito de Artigas se levantan todos los que estaban a su alrededor, el tigre se fue al monte, llevándose por trofeo de su empresa uno de los cuzcos de Artigas. ¡Qué chasco si se le hubiese antojado llevarse al Jefe de los orientales y Protector de los Pueblos Libres! Pero esa fiera prefiere la raza canina y esto mismo decía Artigas, cuando hemos recordado este suceso en el Paraguay, poco antes de morir y en presencia del General Paz".
Sentados los tres, probablemente hayan tomado mate y compartido tabaco, porque el Museo Histórico Nacional Casa de Rivera guarda la tabaquera de cuero que Artigas usaba en Paraguay, así como su mate y bombilla. Artigas era bastante calvo y desdentado, tal como —por la misma época— lo retrató Demersay. Conversaron sin rencores (¡Cáceres fue su soldado y luego lo persiguió, obedeciendo a Ramírez!) y recordaron anécdotas del pasado…
El único retrato de Artigas tomado del natural... es el que se adjudicara Demersay, por los años 1846-47. "Se adjudica", porque se tuvo dudas de quién lo había hecho. Algunos dijeron que el autor era el naturalista Amadeo Bornpland, que también vivió muchos años en Paraguay. Un soldado uruguayo, de apellido Bravo, dijo ser el autor. Bravo fue a Paraguay junto con José María, el hijo de Artigas, que entonces también era soldado y fue a visitar a su padre. Bravo dijo que mientras hacía el retrato, Artigas desgranaba choclo para alimentar sus gallinas. Los historiadores concluyeron que lo habría retratado Demersay.
José Luis Zorrilla de San Martín tomó ese retrato y reconstruyó sus rostros "marcha atrás": cómo fue con 70 años. con 60, con 50, con 25.
JOSE GERVASIO ARTIGAS DOCUMENTALES
El mismo soldado que perseguía a Artigas con las tropas de Ramírez, Ramón de Cáceres, lo visitó en Paraguay, casi treinta años después. Lo visitó en Asunción, donde Artigas pasó sus últimos años, luego de haber vivido 25 años en una pequeña aldea llamada Curuguaty. Sus vecinos lo consideraban como "una persona cuyo trato cautivaba y era muy contrario a los porteños". Todos los que lo recuerdan dicen que era caraí guazú, caraí bae porá (gran señor, señor muy bueno, en guaraní) y que le gustaba mucho hablar de las plantaciones y naranjales de las chacras. Cáceres también escribió en sus Memorias parte de su conversación con Artigas. Fue algo que les sucedió en 1818, cuando Cáceres aún era soldado artiguista. "Marchaba el general Artigas con una división de ochocientos hombres, con el fin de sorprender una fuerza de los portugueses acampada a inmediaciones de Santa Ana, y acampamos al anochecer sobre la costa del Mataojo, en un lugar que llaman la Herrería. Empezó a llover y le hicieron a Artigas un ranchito de arcos lo bastante para cubrirlo con un cuero.
Artigas acostumbraba tener siempre cuatro o seis perros cuzcos que dormían con él, y que se agazaparon debajo de su poncho cuando empezó la lluvia. Ya estaba Artigas durmiendo boca arriba cuando sintió que le olfateaban los pies, creyó que fuese algún zorro y por dos o tres veces lo espantó haciendo un movimiento con el pie; mas a poco rato siente un enorme peso sobre su cuerpo y un fuerte olfateo sobre sus costados.
Entonces descubre la cabeza y ve que era un tigre el que tenía encima. Hace un esfuerzo, se incorpora y echa al tigre con rancho y todo patas arriba. Al grito de Artigas se levantan todos los que estaban a su alrededor, el tigre se fue al monte, llevándose por trofeo de su empresa uno de los cuzcos de Artigas. ¡Qué chasco si se le hubiese antojado llevarse al Jefe de los orientales y Protector de los Pueblos Libres! Pero esa fiera prefiere la raza canina y esto mismo decía Artigas, cuando hemos recordado este suceso en el Paraguay, poco antes de morir y en presencia del General Paz".
Sentados los tres, probablemente hayan tomado mate y compartido tabaco, porque el Museo Histórico Nacional Casa de Rivera guarda la tabaquera de cuero que Artigas usaba en Paraguay, así como su mate y bombilla. Artigas era bastante calvo y desdentado, tal como —por la misma época— lo retrató Demersay. Conversaron sin rencores (¡Cáceres fue su soldado y luego lo persiguió, obedeciendo a Ramírez!) y recordaron anécdotas del pasado…
El único retrato de Artigas tomado del natural... es el que se adjudicara Demersay, por los años 1846-47. "Se adjudica", porque se tuvo dudas de quién lo había hecho. Algunos dijeron que el autor era el naturalista Amadeo Bornpland, que también vivió muchos años en Paraguay. Un soldado uruguayo, de apellido Bravo, dijo ser el autor. Bravo fue a Paraguay junto con José María, el hijo de Artigas, que entonces también era soldado y fue a visitar a su padre. Bravo dijo que mientras hacía el retrato, Artigas desgranaba choclo para alimentar sus gallinas. Los historiadores concluyeron que lo habría retratado Demersay.
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