Mauricio Rosencof: “Con mi historia personal estoy contando la historia de todos”
En “Sala 8” (Alfaguara), el escritor uruguayo se decidió a narrar con detalle, ternura y humor los padecimientos que él y sus compañeros sufrieron como rehenes de la dictadura en la sala del hospital militar donde iban a recuperarse después del interrogatorio. "Es una mezcla de realidad y fantasía que es todo uno", aseguró.
POR MARCELA MAZZEI
Desde que Uruguay recuperó la democracia y él la libertad en 1985, Mauricio Roseconf se la pasó escribiendo. Su espíritu enamorado de Montevideo, apegado al barrio y sus cafés lo entregó en El barrio era una fiesta (2005) o Una góndola ancló en la esquina (2007); su perfil militante, en El Bataraz (1999), Memorias del calabozo (1989), Las cartas que no llegaron (2003), entre muchos otros. Pero había un territorio que por pudor nunca había abordado: el del sufrimiento real que él y sus compañeros soportaron durante los 13 años que vivieron bajo tierra, con poca comida, sin agua y sin hablar ni verle la cara al otro.
El escritor y dramaturgo uruguayo, miembro del Movimiento de Liberación Nacional -Tupamaros, fue uno de los nueve militantes que la dictadura uruguaya tomó como rehenes en 1973. “Como no los podemos matar, los vamos a volver locos”, les decían. “La realidad tangible no era vivible; se vivía en el mundo de la imaginación, de los recuerdos y de la fantasía”, dice Rosencof, que compartió cautiverio con el presidente José “Pepe” Mujica y el actual ministro de Defensa, el “Ñato” Eleuterio Fernández Huidobro, cuando se refiere a Sala 8 (Alfaguara), su nuevo libro y el que finalmente aborda esa realidad, de tan atroz, suspendida: los padecimientos de los rehenes que, después de un interrogatorio iban a parar a la sala del hospital militar para recomponerse… y volver a la sesiones. Una relato cargado de voces, de humor y de ternura con las emociones y las ideas de quien escribe literatura.
-En Buenos Aires, Sala 8 se presentó en el Centro Cultural de la Memoria, ¿cómo fue pisar ese lugar?
-Aunque Eduardo (Jozami, uno de los presentadores) dice que se llama Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, para la gente sigue siendo la ESMA. No, no había estado y fue impresionante. Está la parte de los sótanos, con una especie de enfermería donde estaban los compañeros, donde estaban las mujeres en estado aguardando la parición y la desaparición. Entonces, fijate ahí hubieron cinco mil pariciones y sobrevivieron doscientas: una “sala 8” más tenebrosa todavía.
-¿Se puede convertir en un lugar diferente?
-Lo que están haciendo está bien, creo yo. Se le cambia el destino, es así. Nosotros tenemos el Museo de la Memoria donde fue la casa solariega de un dictador uruguayo...
-¿Y qué era exactamente la Sala 8?
-Sala 8 es la sala del Hospital Militar destinado al recauchutaje de los interrogados cuando se les iba la mano, para después volver al interrogatorio, pero además era un moridero. Yo estuve dos veces en Sala 8 y ahí he visto morir compañeros, además de las historias, las presencias…
-¿Qué cosas sucedían en esa sala?
-… ahí entra un día una muchacha embarazada. El sector de los hombres y las mujeres estaba dividido por unas sábanas blancas... y esta muchacha que llegó mientras estuvo ahí no dijo una palabra. Un día la llevaron y volvió sin el vientre, pero al día siguiente –o a las horas, no había noción real del tiempo– se la llevan, entonces cuando se va pasa junto a la cama donde yacían las otras compañeras internadas y dijo su única frase en esa estancia en Sala 8: "Mariana, su nombre es Mariana".
Ahí describo un clima que era lo que sentía, es decir, no hay una división exacta, no hay un límite geográfico entre la vida y la muerte. Hay todo un espacio, o un ámbito en ese lugar donde el desaparecido, el ausente, el protagonista se encuentra que su cama está ocupada, y se busca y termina yendo a la morgue del hospital y allí tropieza con un bidón de 200 litros que es donde lo van a enterrar, pero él sigue narrando y sigue contando y de pronto ve unas latas de cerveza que dejaron en la morgue los milicos –porque se venía el verano– y ahí se encuentra a él sobre una camilla atrapado tapado con un paño.
Todos narran y la muchacha también, y describe el sonido de esa lluvia de tierra que cae sobre ella, palada tras palada, entonces siente que cada vez los sonidos son más lejanos, hasta que finalmente oye que están tirando paladas de pedregullo y entonces el tintinear de las piedritas le hace decir: “Qué lindo, parece un sonajero”.
-En ese contexto del tiempo detenido, ¿cobran más relevancia los detalles?
-Digamos que es una mezcla de realidad y fantasía que es todo uno. Las condiciones que estuvimos los rehenes, con el señor presidente y el señor ministro de Defensa, que pasamos juntos ahí 13 años. Esa realidad tangible no era vivible: no te daban agua, poca comida, no veías el sol, no veías un rostro, no tenías un libro, estabas bajo tierra... Entonces se vivía en el mundo de la imaginación, de los recuerdos y de la fantasía. Y en esta historia todo se narra coloquialmente y en un mismo plano, es decir, no hay que diferenciar esto ocurrió y esto fue imaginación. Ocurrió todo, la imaginación y los hechos.
-Escribió ya otros libros sobre el cautiverio, ¿por qué ahora decide hablar de esto?
-El tono este, el de algunas formas de interrogatorio, algunos padecimientos, era un tema que no había tocado y me parecía que tenía que cerrarlo de alguna manera. Por supuesto que están presentes en Memorias del calabozo, que hicimos con el Ñato, que cuenta las peripecias de los tres, pero es un libro prolijamente testimonial, sin adjetivos… Y por pudor nunca esbocé padecimientos que he visto en los compañeros. Acá se cuentan los de todos. Y de algún modo aparecen como el pan nuestro de cada día, era algo cotidiano, por eso el estilo coloquial.
-¿Cuál fue el impulso para empezar a escribir Sala 8?
-Se ve que mi impulso venía desde los orígenes, que de alguna manera siempre estuvo presente pero no ingresaba en el terreno brutal de esa perspectiva. Y en un determinado momento dije: “Bueno, esto hay que dejarlo también, es una parte del testimonio, de la ficción”. Porque a veces se narra un hecho mal llamado realista y resulta que es más fantástico que cualquier disparate que uno haya podido soñar.
Digo, en Memorias del calabozo la gran batalla que tuvimos, que la capitaneó el Pepe, era que nos llevaban a mear una vez por día y nos enfermábamos de los riñones porque era un lugar de 6,80 metros por 60 centímetros donde vivíamos y éramos severamente sancionados si hacíamos ahí. Entonces, la batalla del Pepe era conquistar una pelela de color rosado que le había traído la madre. Si vos pensás en todas las peripecias que vivimos, que nos dijeron ‘ya que no pudimos matarlos cuando cayeron los vamos a volver locos’… Y si le decís a alguien ahora, como corolario, que aquellos menesterosos de la vida uno es el Presidente de la República y el otro es el Ministro de Defensa, decís: “qué imaginación, contámela bien sino no te creo”.
Se trata de cuando vivís lo fantástico y lo contás como la cosa más cotidiana. Bueno, esta historia tiene ese carácter aunque se cuenten cosas que fueron atroces. Porque es sin morbosidad, con esa dosis natural de humor que nos nace... Porque si el refrán hispano dice que los duelos con pan son menos, los duelos con humor duelen menos.
-¿En qué momento decidió que iba a utilizar ese lenguaje y la forma ficcionalizada?
-En términos de militancia diría que son tribunas distintas. Los que tienen que ser nombrados son nombrados en una arenga, un artículo o una audición de radio. Pero cuando encarás esto sentís el testimonio si tiene una elaboración más literaria, si tiene –además de los hechos– las raíces emocionales de quien lo escribe, las raíces ideológicas y de pensamiento del que lo hace.
Fijate que cuando hicimos Memorias del calabozo tampoco señalamos con nombre propio, eso es en otro terreno. Con el Ñato llamamos a que todo el mundo dejara su testimonio, a hacer la gran barricada de la memoria. Esa es la razón por la que no acusamos: narramos y contamos. Y estas son vivencias, son emociones y son además hechos. No te puedo decir el nombre del compañero desaparecido que me inspira, que estuvo enterrado hasta el cuello. Pero puedo ponerme en su lugar y sentir que las lombrices le recorren los dedos de los pies, o que se orina y siente el esfuerzo y la tibieza de ese líquido que corre por sus ingles humedeciendo la tierra, humedeciéndolo a él.
-¿Cree que pueden mezclarse estas dos tribunas, cuando la literatura incluye la política?
-Pueden. Creo que de alguna manera toda mi literatura está involucrada en la política, que no me puedo sustraer de mi carácter. En Memorias del calabozo nos propusimos no elaborar literariamente nada, porque si lo hacíamos mal y el lector lo detectaba, iba a pensar que el resto también estaba elaborado literariamente, y lo que queríamos ahí era dar un testimonio con todos nuestros dolores, todos nuestros temores, todo nuestro humor, pero tal cual. Y lo armamos de esa manera. En cambio, en El Bataraz, Las cartas que no llegaron, que son todos temas que es difícil que yo pueda sustraerme, o cuando me disparo para el barrio como en La margarita… y Una góndola ancló en la esquina. Pero las denuncias, las investigaciones y la militancia por recuperar hasta el último huesito arañando los cuarteles, eso, para mí, cuando uno escribe una novela, tiene que ser una buena novela, porque sino lo que incluye queda desvirtuado.
-¿Cómo se hace para recuperar “hasta el último huesito”? ¿Colabora la literatura?
-Por todos los frentes, te diría. Con el teclado se puede hacer de todo desde la literatura, las entrevistas, toneladas de testimonios: una gran barricada. Es súper duro y forma parte de nuestra historia, por eso que cada vez haya más novelas y más testimonios y más investigaciones y más canciones y más poesía... Fijate, en la tapa del libro hay un barril de gasolina de 200 litros, donde se encuentra el que narra. El libro se publicó hace un año y medio en Uruguay, y el que narra y otro son desaparecidos enterrados adentro de ese barril, y en la novela van comentando –por qué no van a hablar, ¿no?–, y siguen hablando y explicando... No voy a contar el diálogo final pero en eso aparecen y se identifican los restos de un uruguayo desaparecido en la Argentina, (Alberto) Mechoso, anarco viejo, un compañero que había sido enterrado en un tanque de gasolina como éste con Marcelo Gelman, el hijo de Juancito.
-Y eso fue después del libro publicado…
-Entonces, no hay cómo superar los hechos, por más imaginación que pongas. Y será, algún día esos hijos o nietos leerán la historia y preguntarán porque alguien les comentó, no a propósito de esto sino antes que todo esto existiera, si él es el hijo de sus padres o lo trajeron del asilo. Esa es una discusión que hay que dar. Todavía se siguen encontrando testimonios del Gueto de Varsovia... No creo que se detenga, yo creo que esto es para siempre, porque la barbarie se acaba pese a todo y la justicia es para siempre.
-¿Qué más tiene que ocurrir para que avance la justicia?
-Aparte hay testimonios, hay responsabilidad... Las investigaciones en Uruguay muchas veces cantaron errado criminalmente, porque dieron un dato de que María Claudia, la nuera de Juancito y la esposa de Marcelo, estaba enterrada en tal sitio... Encima agregan más dolor al dolor. Y bueno, que sean como son, nosotros somos como somos, y no utilizaremos más métodos que el de la justicia... Y hay algo que siempre va a correr a nuestro favor y lo tenemos por delante para siempre que es el tiempo...
-Seguramente escuchó sobre una entrevista a Videla que, entre otras cosas, dijo que había listas de personas desaparecidas en poder de los militares…
-No leí el libro, pero me enteré. Y creo que tiene que haber y van a aparecer. Te cuento una historia: cuando vieron que salimos (de la cárcel) y pasábamos a la institucionalización en el 85, a través de la “Operación zanahoria” exhumaron los restos de los desaparecidos e hicieron de eso un testimonio. Pero así y todo hay cuerpos que nunca aparecieron. Sí apareció el cuerpo de Julio Castro, una figura emblemática de la enseñanza y la literatura, un gran maestro... Y de alguna manera se aceptaba la información que ellos dieron, que se les fue la mano en un interrogatorio. Pero cuando se lo encuentra y se identifica que los restos son de él, también se encuentran con restos de un balazo en la frente y quedó claro que no murió en el interrogatorio, que lo fusilaron. Y se jactaban de no haber fusilado a nadie. Basta una cosa de esas que pone en entredicho cualquier otra afirmación de esa naturaleza: que fue un exceso... Bueno, ahora no, ahora lo que tienen encima es esta muerte por fusilamiento después de la tortura.
-Dijo que todavía hay discusiones que dar. En Brasil, hace poco hubo un anuncio de apertura de los archivos y se discutió para qué, después de tanto sufrimiento, si vale la pena...
-Lo que pasa es que en algún momento va a terminar aflorando, porque hay cosas que quedan subyacentes y tienen que salir al sol, eso es inevitable. Cada país con su tiempo. De la Guerra Civil española quedan 130 mil osamentas que se saben dónde están enterrados, junto a qué muro, como el de García Lorca, y España no ha tenido la posibilidad de acuerdo a sus problemas internos de recuperar eso, de decir el nombre y apellido de cada uno. Y lo quiso hacer Garzón y le costó el puesto...
-¿Cómo es su vida con todo lo que pasó?
-La vida es una cosa bárbara: la militancia, la rambla, la compañera, la hija, la nieta, el perro, los compañeros, el bife de chorizo... Y está esta historia que estamos hablando en esta mesa…
-¿Qué lugar ocupa Sala 8 en su obra?
-Yo tengo una vertiente muy fuerte que es la del barrio, y eso se expresa en los romances de La margarita, o en El barrio era una fiesta o Una góndola ancló en la esquina. Y hay una saga que tiene que ver con la intensidad de los años de clandestinidad, de militancia, de lucha y después los años de cana. Pienso que todo lo que escriba sobre ese tema forma parte de un solo libro: El Bataraz (1999), Memorias del calabozo, Sala 8, Las cartas... Pero de alguna manera uno siente que cuando escribe y escribe está escribiendo no lo de uno sino lo de todos. Es decir, no estoy contando mi historia personal, estoy contando la historia de todos. Esa es la intención, el deseo y lo que pienso, sinceramente.
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