Las cinco batallas del combatiente José Mujica




Por Hugo Acevedo

“La única batalla que se pierde es la que se abandona”, afirmó el hoy senador frenteamplista José Mujica, durante su emotiva despedida del viernes 27 de febrero en la Plaza Independencia, donde recibió el último abrazo de su pueblo como presidente, en el marco de un multitudinario encuentro.

En medio del lógico ajetreo previo a la asunción del tercer gobierno de izquierda encabezado por Tabaré Vázquez, la ceremonia protocolar devino en una auténtica pueblada.
En ese contexto, centenares de ciudadanos de todas las edades acudieron a la convocatoria del mandatario saliente, protagonizando una de las demostraciones colectivas más emotivas que registra el imaginario social.
No pasó inadvertido que la mayoría de los presentes eran personas humildes o meros trabajadores de a pie, que se sienten fuertemente consustanciados con la lucha de este indeclinable combatiente mutado en gobernante.
Es que José Mujica representa el más arraigado sentir de esa clase obrera que construye cotidianamente el futuro de un país más justo e inclusivo desde todos los ámbitos de la sociedad: las fábricas, las oficinas, las aulas, los espacios culturales y, naturalmente, el campo.
José Alberto Mujica Cordano, que nació hace casi ochenta años en este Uruguay con entrañable vocación democrática no exenta de esporádicas pulsiones golpistas, fue protagonista de por lo menos cinco cruciales batallas que signaron su peripecia vital.
La primera de ellas fue crecer en condiciones particularmente adversas, luego de haber quedado huérfano de padre cuanto tenía apenas seis años de edad.
Esa fue la primigenia pulseada que le ganó al destino y le permitió seguir construyendo su itinerario existencial, que siempre estuvo signado por la vocación política y su ineludible compromiso ético.
Por supuesto, la segunda batalla fue sobrevivir el suplicio de la cárcel, la tortura y la más salvaje degradación durante los oscuros años del autoritarismo liberticida y conservar la integridad física y emocional en un contexto de pesadilla.
Como otros compañeros, Mujica corroboró nuevamente su intransferible impronta de combatiente y su amor por la vida, que le permitió derrotar a la ignominia del terrorismo de Estado.
La tercera y crucial batalla ganada fue emerger hace treinta años de esta tortuosa experiencia de encierro y “exilio” en las mazmorras  de la dictadura y reincorporarse a la sociedad, sin prejuicios ni rencores.
En ese momento, este ex guerrillero comprendió que había cesado la hora del fusil y la lucha ahora debía dirimirse en el ámbito de la institucionalidad, del debate y de la construcción colectiva de un proyecto político transformador.
Esa indeclinable brega devino en una nueva experiencia de revitalizada militancia, que cuajó en 1994 cuando accedió a un escaño de diputado por el lema Frente Amplio, iniciando una actividad parlamentaria que le permitió ocupar luego una banca senaturial.
Por supuesto, la cuarta batalla ganada fue integrar el gabinete ministerial del primer gobierno de izquierda encabezado por Tabaré Vázquez, en calidad de Ministro de Ganadería Agricultura y Pesca, manteniendo incólumes sus más caros ideales.
La quinta batalla – que por supuesto no es la última pero sí la más trascendente- fue acceder a la presidencia de la República hace cinco años, contra todos los pronósticos de los miopes agoreros y la inmoral campaña de desprestigio montada por la derecha para evitar lo inevitable.
Un lustro después, José Mujica abandonó la presidencia con un nivel de aprobación del 65%, testimonio de una gestión caracterizada por su compromiso con su pueblo y particularmente con los intereses de esa abnegada clase trabajadora, que siempre fue su desvelo.
Poco importan las voces de los necios que lo fustigaron y criticaron ácidamente durante todo su período de gobierno, pero jamás lograron horadar su prestigio ni el amor y la devoción de la mayoría del pueblo uruguayo.
Mujica le ganó a la mentira, al agravio, a la descalificación y al denuesto, respondiendo con su honestidad, su austeridad republicana, su paradigmática humildad y su reconocida coherencia ética.
Esos son los signos identitarios de este personaje singular, que supo ejercer la presidencia con la misma integridad con la que asumió toda su vida, bajando a territorio cuando fue menester para dialogar de igual a igual con los uruguayos de a pie o defendiendo con su verba inflamada los derechos de los más desposeídos en los organismos internacionales donde se congrega la elite de la política internacional.
Ese es José Alberto Mujica Cordano, un inclaudicable combatiente que ganó en todas las trincheras y enamoró a un pueblo hastiado de los engolados políticos profesionales, de los dobles discursos, de los vacuos ritualismos, de la hipocresía y de la mera frivolidad.

Tomado de: República.com.uy

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