Por Ana María Pizarro
El 24 de marzo, cuando se cumplían 39 años del golpe militar que dejó un tendal de personas desaparecidas, asesinadas, torturadas, se conmemoró en Argentina el “Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia”. Ana María Pizarro, argentina residente en Nicaragua, médica y activa militante feminista, decidió evocar y compartir algo de lo que vivió aquel aciago 24 de marzo de 1976, en la cárcel de Córdoba junto a otras presas políticas como ella.
Desde los primeros días de 1976 sabíamos que el golpe militar se acercaba; primero nos quitaron la salida del pabellón para ir al cine del penal, donde nos podíamos reunir con los presos políticos varones, compañeros, maridos y padres de los niños y niñas que vivían con nosotras. Luego sacaron a los niños y niñas y se los entregaron a otros familiares. Después nos prohibieron el periódico, más tarde nos quitaron la visita semanal.
Ese 24 de marzo nos despertaron los gritos de una tropa que subía corriendo hasta el primer piso donde estábamos 20 prisioneras políticas; en la planta baja había otras 20. Era la Unidad Penitenciaria Nro.1 de la ciudad de Córdoba, estábamos en el pabellón de máxima seguridad recientemente inaugurado con nosotras.
Todas estábamos vestidas esperándolos, abrieron la reja central y nos sacaron violentamente de las celdas individuales. Eran más de cincuenta soldados y oficiales del Ejército Argentino, con armas largas y cortas, dirigidos por un oficial bajo las órdenes del general Luciano Benjamín Menéndez. Nos sacaron al patio y nos pusieron una al lado de la otra mirando hacia el muro de nuestras celdas. Nos ordenaron inclinar la cabeza hacia el piso y quitarnos toda la ropa. Nos miramos unas a otras y las más antiguas con los ojos dijimos no resistan, nos van a matar.
Habíamos hablado sobre resistirnos a ciertas órdenes y siempre volvíamos sobre el mismo punto: si nos matan a las que resistimos ni modo, pero no podemos dejar que maten a las otras. Desde fines del año anterior solo llegaban al pabellón mujeres y jóvenes que prácticamente nada tenían que ver con la guerrilla, algunas de las cuales eran detenidas por ser esposas, hermanas o vecinas de alguna detenida o detenido.
Las otras -integrantes de las organizaciones armadas- ya no llegaban, prácticamente todas eran asesinadas o estaban en los campos clandestinos que manejaba el Ejército en Córdoba.
Comenzamos a quitarnos la ropa y nos ordenaron tirarla al piso, los soldados pasaron revisando cada prenda “buscando armas”. En un momento miré por sobre mis hombros y me vi en esa larga fila de mujeres desnudas, con las manos cruzadas en la espalda, en el mayor de los silencios y detrás una larga fila de uniformados apuntándonos, dando órdenes, amenazando con ametrallarnos a todas. Era la imagen de las prisioneras del Tercer Reich, exactamente igual.
Allí estuvimos mientras otro grupo de militares entraba a cada celda a saquear hasta las cosas más insignificantes. Se llevaron todo, nos dejaron algunas ropas tiradas en el suelo, nos quedamos sin libros, sin fotos familiares, sin ropas, sin cosas de higiene, sin abrigos, sin materiales para hacer artesanías, sin pinceles, sin cuadernos, sin lápices, sin zapatos, sin cartas, sin nada que pudiera darnos sustento para que la vida continúe.
Después de varias horas en el patio, nos ordenaron poner nuevamente la ropa y volver al pabellón donde encontramos todo destrozado. Allí, otro grupo de militares nos cortó el cabello ensañándose con cada una: el corte era totalmente irregular, a algunas no les quedó prácticamente nada de cabello, a otras nos dejaron mechones sueltos y largos. Pretendían humillarnos.
Ese día comenzaba el último golpe militar en la Argentina, que terminaría con la desaparición de treinta mil personas -incluidos bebés recién nacidos-, diez mil detenidos y detenidas por razones políticas, casi dos millones de personas exiliadas y la destrucción total de la economía del país, bajo el mandato del liberalismo más extremo.
Al final de ese largo día y sin almuerzo alguno, nos propusimos ordenar y limpiar lo poco que nos dejaron. En la celda de una compañera de las comunidades eclesiales de base dejaron tirada en el piso una estampita de una virgen. Ella decía: “Se llevan el misal y me sé de memoria los rezos, se llevan los rosarios y nos queda la fe, nos matan y creemos en la resurrección de los muertos… ¡los jodimos…!”.
Treinta y nueve años después, quise contar este pedacito de nuestra historia para que todas y todos conozcan más de lo que fueron capaces los milicos argentinos. Al final del camino, los que participaron ese día en esas bárbaras acciones están presos.
La mayoría de ellos, -al menos 27 de los que reprimieron en esa cárcel-, cumple desde hace dos años cadena perpetua gracias a los juicios promovidos por el actual gobierno argentino, juicios que pudieron realizarse después de demasiados años de indultos y complacencias inmerecidas.
Ni olvido ni perdón.
Tomado de: republica.com.uy
Esa foto es en La Moneda, Santiago de Chile, 11 de Setiembre de 1973
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