Gaza, el Vietnam de la Generación Alfa



 La lucha por los campos semánticos: la pluma y el fusil


Por un lado están los hechos históricos que todos, más o menos, conocemos. Por otro lado hay algo mucho más importante, que es la lucha dialéctica y la guerra narrativa. En otras palabras: la guerra psicológica.

En el caso de la Masacre de Gaza, ésta se divide en dos grupos: (1) un grupo insiste en sus discursos (o en los hechos) de que no todos los seres humanos son iguales. Es una convicción medieval, pre-ilustrada. Por entonces, la sola idea de que la vida de un noble y la de un campesino valían lo mismo provoca una carcajada unánime, incluso entre los campesinos. El otro grupo (2) insiste en el principio humanista de que todas las vidas valen lo mismo. Irónicamente, son estos últimos los acusados de apoyar el terrorismo y de ser racistas.

El humanismo y la Ilustración introdujeron el consenso (la idea estaba de forma difusa en los antiguos griegos y en los primeros cristianos) de que cada vida es igualmente valiosa. Esta idea, antes absurda, se convirtió en un paradigma. Pero, en lo hechos, se sigue demostrando que no todas las vidas valen lo mismo. La frase “todos los hombres son iguales” refinada en la Declaratoria de la Independencia de Estados Unidos, fue, a un mismo tiempo, una verdad teórica y una mentira práctica. Quienes la escribieron creían en la superioridad de “la raza blanca”, eran esclavistas y nunca dejaron de serlo.         

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