¿Y el futuro dónde está?


 

Vivimos en una época romántica. Esta afirmación puede sonar grotesca ante la brutalidad y el pragmatismo que presenciamos día a día. Con ello, sin embargo, queremos denotar el auge de una sensibilidad romanticista, un movimiento que tuvo su auge en la primera mitad del siglo XIX como una reacción contra la Ilustración, confiriendo prioridad a los sentimientos frente la razón.

La enciclopedia virtual Wikipedia nos informa: “Es propio de este movimiento un gran aprecio de lo personal, un subjetivismo e individualismo absoluto, un culto al yo fundamental y al espíritu del pueblo, frente a la universalidad y sociabilidad de la Ilustración en el siglo XVIII”. Asimismo se destacan entre los principales rasgos de esta corriente la nostalgia de paraísos perdidos, con el consiguiente anhelo de regresar a períodos anteriores falsamente idealizados, la valoración de lo diferente frente a lo común, y la exaltación nacionalista.

En el plano artístico, el Romanticismo abundó en lo exótico y lo extravagante, buscando su inspiración en culturas bárbaras y exóticas o en la Edad Media, en lugar de en la Antigüedad clásica como lo habían hecho el Renacimiento y sus herederas revolucionarias siglos después. Los románticos amaban la naturaleza frente a la civilización como símbolo de todo lo verdadero y genuino. Frente a la afirmación de lo racional, irrumpió la exaltación de lo instintivo y sentimental, lo que quedó fuertemente plasmado, por ejemplo, en el movimiento alemán Sturm und Drang (Tormenta e ímpetu), que puede ser considerado un contrapunto a la expansión de la preeminencia francesa en la cultura europea en tiempos de la Revolución de 1789.

El romanticismo alemán, inicialmente rebelde ante las formas clasicistas reminiscentes del mundo greco-romano, fue utilizado por el nazismo por su glorificación de lo nacional, formando parte del irracionalismo violento que condujo a las tragedias de mitad de siglo XIX.

Las claves de la adhesión a una mirada regresiva

Cuando la imagen de posibles futuros se vuelve oscura o incierta, cuando los cambios acelerados y las necesidades acuciantes asfixian el presente de los individuos y los pueblos, éstos vuelven su mirada a escenarios antiguos en busca de respuestas.

El pasado social, la “vuelta a las raíces”, ofrecen entonces la posibilidad de asideros existenciales que, aunque remotos y ficticios, dan una momentánea tranquilidad a los embates que sufre el alma colectiva.

Este es el germen de la adhesión a una mirada regresiva, que simula ser rupturista, pero que expresa una actitud reaccionaria, sobre todo contra los factores que, según ella, son los causantes inmediatos de la situación que se padece.

De este modo, la virulencia nacionalista y fundamentalista que exhiben algunos de los actuales liderazgos conservadores y el relativo apoyo que concitan, no son sino reacciones a los avances emancipadores conquistados en las últimas décadas en distintos ámbitos. Reacción que, como sucedió en otras épocas, encarnó parcialmente en sectores populares y juveniles, demonizando a grupos sociales (migrantes, militantes políticos, defensores del multilateralismo hoy, comunistas, judíos o gitanos ayer) y a figuras que lideraron cambios favorables para el conjunto social.  SEGUIR LEYENDO ACÁ

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